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  • Cine Alemán Siglo XXI

    Warfare: Tiempo de guerra

    || Críticas | ★★☆☆☆
    Warfare
    Alex Garland & Ray Mendoza
    Otro descafeinado con leche de soja


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2025. Título original: Warfare. Director: Alex Garland, Ray Mendoza. Guion: Alex Garland, Ray Mendoza. Productores: Andrew Macdonald, Matthew Penry-Davey, Charlie Reed, Allon Reich, Peter Rice. Productoras: A24, DNA Films. Fotografía: David J. Thompson. Música: Simon Astall. Montaje: Fin Oates. Reparto: D’Pharaoh Woon-A-Tai, Will Poulter, Cosmo Jarvis, Joseph Quinn, Aaron Mackenzie, Finn Bennett, Alex Brockdorff, Michael Gandolfini, Joe Macaulay.

    Alex Garland ha visto sí o sí La batalla de Hadiza (Battle for Haditha, Nick Broomfield, 2007). Bueno, él y todos los cineastas que en los últimos quince años han ofrecido su particular versión de la intervención norteamericana en las guerras de Irak y Afganistán. Desde Kathryn Bigelow –En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008) y –La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012)– y Peter Berg –El único superviviente– (Lone Survivor, 2013) hasta Clint Eastwood –El francotirador (American Sniper, 2014)– y Guy Ritchie –El pacto (The Covenant, 2023)–, pasando por Paul Greengrass –Green Zone: Distrito protegido (Green Zone, 2010)–, Michael Bay –13 horas: los soldados secretos de Bengasi (13 Hours: The Secret Soldiers of Benghazi, 2016)– y Nicolai Fuglsig –12 valientes (12 Strong, 2018)–, por citar solo los más conocidos.

    Sin embargo, ninguno de ellos ha tenido un recuerdo para esta película que fijó la plantilla argumental y estética –historias basadas en hechos reales y fotografiadas con estilo documental– de un tipo de cine que, hasta ahora, solo tenía dos variantes: criticar en mayor o menor medida el intervencionismo estadounidense o admirar la valentía de las tropas. Este silencio tiene su (venenosa) lógica: La batalla de Hadiza es uno de los filmes que más ha molestado al Ejército norteamericano y a la Casa Blanca en lo que llevamos de siglo. Si la encuentran, porque no es fácil, véanla y saquen sus propias conclusiones.

    Como decía, Alex Garland seguramente la ha visto varias o muchas veces porque ha clavado el concepto (importan más los tiempos de espera que la acción), el tono (crudo), la fotografía (ocre) y el montaje de sonido (se oyen a la vez disparos, explosiones y alaridos). Sin embargo, donde Broomfield se atrevía a señalar a las tropas americanas como una banda de psicópatas salvajes, sedientos de sangre y sin ningún escrúpulo, Garland hace gala de su acreditada tibieza política, demostrando una vez más que sabe moverse bien en esa bruma ideológica donde las cosas pueden ser al mismo tiempo blancas y negras. O la nada más absoluta, que no es una opción descabellada cuando uno piensa con detenimiento en su filmografía. Ya lo hizo en la reciente Civil War (2023): cuando de política se trata, Garland es capaz de hacer la cuadratura del círculo para no incomodar al poder ni indignar a las víctimas.

    En Warfare: Tiempo de guerra, el director y guionista se apoya en los recuerdos de Ray Mendoza, un ex Navy Seal que combatió en Irak, y que cofirma tanto el guion como la dirección, para ofrecer lo que unas veces parece ser una cinta antibélica y otras, un folleto de alistamiento. Por las mismas, a ratos discute la jerarquía militar y a ratos alaba la cadena de mando. Y en un más difícil todavía, brinda escenas de un racismo atroz con la misma facilidad que en otras, en cambio, muestra compasión por la población iraquí. Un ejemplo evidente: por cada imagen que retrata a los intérpretes iraquíes como unas ratas cobardes, hay otra, inmediata, que describe el terror de la familia cuya casa ha sido ocupada por los soldados. Otro caso: si uno o varios soldados dan muestras de pánico o terror, acto seguido se produce una acción heroica. A Garland le bastan dos planos para cambiar de una a otra postura.

    Se podría pensar que esta dualidad contrastante responde a una visión compleja del asunto que cuenta la película –el asedio por parte de las milicias iraquíes de un pelotón de Navy Seals acorralados en una vivienda–, pero, a estas alturas, Garland ya no engaña a nadie. Su cine ni es profundo ni trascendente, por mucho que lo intente. Y no pasa nada. Es un buen cineasta de género, en particular cuando aborda lo fantástico y se limita a escribir el guion, pero sufre de lo lindo cuando se pone detrás de las cámaras, adopta una actitud solemne y se dedica a mandar mensajes. Esta deriva comenzó en la serie Devs (2020), escaló en Men (2022) y se ha vuelto del todo insoportable en Civil War y ahora en Warfare. A mayor ambición dramática, más lugares comunes en la planificación, más confusión narrativa y más tics estetizantes. Qué poco se le ha pegado de Danny Boyle después de dos décadas trabajando juntos.

    El prólogo y el epílogo de Warfare constituyen un síntoma perfecto de esta afición por el efectismo con ínfulas. Garland comienza la película con «sus» soldados viendo un vídeo musical de aeróbic, para mostrar lo sanotes e inocentes que son los chicos, y termina con las típicas imágenes reales que reúnen a los exsoldados con sus intérpretes en la película. No faltan las Polaroid y una música amable. Por supuesto, todos son colegas, se saludan y comparten experiencias. Aparte de lo tramposas que resultan ambas escenas en relación con el supuesto tono antibélico de la película, tienen un efecto devastador sobre el público, ya que convierten lo que ocurre entre medias en un mal sueño. Todo el ruido y la furia de hora y media bajo el fuego enemigo, desbaratado por unas imágenes más propias de un estudiante que de un cineasta profesional.

    Entre tanto disparate y medias tintas destacan el buen hacer de Joseph Quinn y Cosmo Jarvis (excelentes ambos), la producción de sonido y, en especial, la fotografía de David J. Thompson, uno de los operadores de steadicam más solicitados del momento. A él se deben los escasos momentos auténticamente reflexivos de Warfare, cuando, como Turner, pinta el desasosiego con humo y un sol pálido y rojizo. ♦


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