|| Críticas | D'A 2025 | ★★☆☆☆ |
Toxic
Saulė Bliuvaitė
Jugar a ser adultas
Yago Paris
ficha técnica:
Lituania. 2024. Título original: Akiplėša. Director: Saulė Bliuvaitė. Guion: Saulė Bliuvaitė. Productores: Akis Bado, Giedre Burokaite, Juste Michailinaite. Productoras: Akis Bado. Fotografía: Vytautas Katkus. Música: Gediminas Jakubka. Montaje: Igne Narbutaite. Reparto: Vesta Matulyte, Ieva Rupeikaite, Egle Gabrenaite, Giedrius Savickas, Vilma Raubaite, Jekaterina Makarova, Jokubas Paskevicius, Tadas Baranauskas.
Lituania. 2024. Título original: Akiplėša. Director: Saulė Bliuvaitė. Guion: Saulė Bliuvaitė. Productores: Akis Bado, Giedre Burokaite, Juste Michailinaite. Productoras: Akis Bado. Fotografía: Vytautas Katkus. Música: Gediminas Jakubka. Montaje: Igne Narbutaite. Reparto: Vesta Matulyte, Ieva Rupeikaite, Egle Gabrenaite, Giedrius Savickas, Vilma Raubaite, Jekaterina Makarova, Jokubas Paskevicius, Tadas Baranauskas.
A este juego parecen jugar Marija (Vesta Matulytė) y Kristina (Ieva Rupeikaitė), las dos adolescentes de trece años que protagonizan Toxic (Akiplėša, Saulė Bliuvaitė, 2024), cinta ganadora del Leopardo de Oro a la mejor película en el pasado festival de Locarno y programada dentro de la sección Radar del festival D’A Festival de Cinema de Barcelona 2025. Las dos adolescentes se hacen amigas cuando la primera llega a una localidad industrial lituana para vivir unos meses con su abuela. Allí descubrirá un mundo hostil, árido y violento. De hecho, su amistad con Kristina comienza a raíz de la segunda le robe a la primera unos vaqueros, provocando una batalla física. Al modo de las relaciones masculinas, procesos como la territorialidad, el estar a la altura y dar la cara por uno mismo son los que forjan los vínculos. Marija no pertenece a este mundo, pero aprende rápido, y, en lugar de integrarse con los niños de su vecindario, más jóvenes que ella y todavía ajenos a los cambios de la adolescencia, prefiere relacionarse con otros adolescentes. Ahí descubrirá una agencia de modelaje, quizás la aspiración para salir de la miseria en la que vive, quizás una posibilidad de jugar a ser adulta –viajar, tener un trabajo, ganar mucho dinero, ser famosa, dejar de depender económicamente de su familia–. Sobre ellas sobrevuela el fantasma de la presión social sobre el cuerpo de las mujeres y la necesidad de alcanzar unos asfixiantes estándares para encajar en el canon de belleza.
El debut en el largometraje de Saulė Bliuvaitė opta por un estilo que parece querer romper las barreras entre el documental y la ficción, una aproximación habitual dentro del circuito de festivales. Retratos hiperrealistas, situaciones tortuosas y la preeminencia del ambiente como definidor de la esencia de los personajes podrían recordar a las propuestas fílmicas de Ulrich Seidl, aunque no existe en este filme el menor atisbo de ironía o comedia. Otro aspecto en el que se podrían parecer mínimamente es en el sometimiento de las actrices a las necesidades del proyecto; las dos adolescentes se prestan a diferentes situaciones donde su integridad moral puede verse vulnerada –forzar un vómito real, representar la defecación de un gusano intestinal, bañarse en aguas ponzoñosas, etc.–. También cabe destacar la mezcla entre la aproximación realista y la esteticista. Por un lado, múltiples escenas quieren hablar de la realidad de los ambientes, donde la mugre, la violencia verbal y las superficies destartaladas comandan el discurso. Por otro, la construcción detallada de los planos aspira a una estética cercana a los videoclips de música urbana, donde prima la recreación expresiva e icónica sobre la representación veraz de la realidad. Lo videoclipero y la representación del ecosistema se dan la mano en una aproximación narrativa basada en la fragmentación y recopilación de instantes que muestran actos, o consecuencias de actos previos, eliminando entremedias la contextualización y evolución emocional de los personajes que las perpetran o sufren. Así, la sucesión de escenas, aunque de aspiración icónica, pretende mostrar un estado de la cuestión, más que una construcción narrativa de marcado corte ficcional.
Toxic se sitúa de esta manera en un cruce de caminos entre la representación y la idealización. Existe una especie de disfrute en aproximarse a la decadencia y la marginalidad, filmadas desde una malsana celebración o fetichización. Aun con todo, en la mirada de Bliuvaitė prima la construcción dramática, de ahí que existan destellos de luz entre tanta oscuridad. A diferencia de la mirada misántropa de Ulrich Seidl –quizás, a excepción de Sparta (2022)–, en Toxic hay una voluntad insistente en encontrar los refugios de humanidad, que no solo se localizan en la relación de amistad entre Marija y Kristina, sino en la de la primera con su abuela y la segunda con su padre, ambos adultos que hacen lo que pueden dentro de sus carencias y limitaciones por proteger a sus pequeñas de la dureza del contexto. El primer largometraje de Bliuvaitė es, por tanto, más un ejercicio de voluntad que de solvencia, pero son esas ideas claras las que permiten que la obra funcione, aunque sea por acumulación. En Toxic nada resulta novedoso, todo plano, aproximación formal o situación dramática recuerda a otros filmes similares, por lo general más solventes. La película toca diferentes palos, y parece aproximarse a momentos de verdadera lucidez, pero estos nunca llegan a cristalizar. Sin embargo, ese cúmulo de situaciones se retroalimenta para construir un discurso solvente en torno a la adolescencia como lugar que conserva parte de la candidez del mundo infantil, fácil de mancillar cuando los valores del mundo adulto entran en juego, y terreno todavía fértil para el juego. El cierre del filme, donde el juego de ser adultos se cambia por el juego del baloncesto, parece aportar gotas de esperanza en un universo calmadamente turbio, en realidad una mera radicalización y exageración de la sociedad bienpensante de clase media, de la que en realidad no se encuentra tan alejada en valores. ♦
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