|| Críticas | D'A 2025 | ★★★★☆
To Kill a Mongolian Horse
Xiaoxuan Jiang
Ocaso de una vida
Nacho Álvarez
ficha técnica:
Malasia, Hong Kong, Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, 2024. Título original: «To Kill a Mongolian Horse». Dirección y guion: Xiaoxuan Jiang. Producción: Zhulin Mo. Compañía: Da Huang Pictures. Fotografía: Tao Kio Qiu. Música: Unur. Edición: Zhong Zheng. Reparto: Saina (Saina), Undus (Hasa), Qilemuge (Tana), Tonggalag (Padre), Qinartu (Viejo Mendigo). Duración: 98 minutos.
Malasia, Hong Kong, Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, 2024. Título original: «To Kill a Mongolian Horse». Dirección y guion: Xiaoxuan Jiang. Producción: Zhulin Mo. Compañía: Da Huang Pictures. Fotografía: Tao Kio Qiu. Música: Unur. Edición: Zhong Zheng. Reparto: Saina (Saina), Undus (Hasa), Qilemuge (Tana), Tonggalag (Padre), Qinartu (Viejo Mendigo). Duración: 98 minutos.
En su ópera prima, la directora se acerca a la situación particular de un ganadero de Mongolia Interior, la región autónoma de China donde creció y que ya exploró en su cortometraje anterior titulado Graveyard of horses (2022). Al igual que en ese primer trabajo, la figura del caballo mongol vuelve a aparecer como recipiente mitológico para narrar la historia de Saina, un jinete que trabaja en espectáculos circenses nocturnos para poder sobrevivir en su granja y, al mismo tiempo, hacerse cargo de su hijo y su exmujer que viven en la ciudad. Partiendo de la experiencia real del actor, Jiang elabora un relato ficcional que, a partir de la elección de una relación de aspecto de 1.66:1, comprime sutilmente el entorno del protagonista y traduce la erosión progresiva e imperceptible a la que se va viendo sometida su perspectiva de futuro. La cámara, casi siempre fija y colocada a cierta distancia, registra el deterioro progresivo de su situación vital, en vías de extinción a causa de la transición industrial de la región, la expropiación de tierras, el auge del turismo nacional que busca revivir en sus carnes un pasado legendario y la precarización laboral de los trabajadores del campo. Al igual que el caballo mongol, amenazado por la intrusión de razas más esbeltas propias de la equitación europea que gana popularidad entre la población china, Saina aparece como el último eslabón de una suerte de estirpe que se opone al cambio, en un juego constante entre la evocación mítica -el plano que gira alrededor de la estatua de Gengis Khan o el caballo blanco en medio del desierto que espera al protagonista- y el naturalismo cotidiano.
Se sitúa pues Mongolia Interior como lugar de transformación cultural, partiendo de esa mística del paisaje árido para insertar la narración en un tono pausado que se adentra en el mundo interior de Saina, en su rutina y en sus conversaciones. Desde aquí se exponen los equívocos contrastes entre lo que se entiende por urbano y rural o por tradicional y moderno, edificando una mirada certera sobre un sujeto que se resiste a esa aparente incompatibilidad que experimenta con todo aquello que lo rodea. No obstante, Jiang se aleja de cualquier lectura nostálgica que arrastraría una mirada inmovilista e ingenua sobre un pasado idílico. Al contrario, se sirve de la distancia y quietud de su cámara para filmar el desasosiego identitario de aquel que asiste impotente a la violencia silenciosa y omnipresente que lo expulsa poco a poco de su vida. Así, la película baila entre esta crudeza del retrato realista y una cierta voluntad de escapismo, que nace de una cámara en mano que acompaña puntualmente a Saina cuando corre fuera de casa a por el caballo y que se sumerge también en las coreografías hipnotizantes de los jinetes en el circo.
En una escena, el protagonista mira pensativo por la ventana mientras la nieve cae en el exterior y pregunta a su padre cómo fue posible que aprendiese a montar a caballo si realmente él nunca le enseñó. De nuevo, esta lectura fantasiosa de lo innato y la supuesta herencia milenaria de los jinetes -que sí promueve el espectáculo circense bajo los aplausos extranjeros-, se contradice brillantemente desde la propia película unas pocas secuencias después, cuando Saina intenta que su hijo se suba al caballo y este se aburre y abandona rápidamente. En esta conversación crepuscular entre pasado, presente y futuro, Jiang filma con honestidad el doloroso proceso de extinción paulatina de un grupo humano cuyo modo de habitar simplemente constituye un desafío a la lógica productivista del capitalismo. La última imagen de la película es la del jinete solitario que cabalga al horizonte, otrora portador de un aura heroica que rezumaba aires de fundación y progreso en los códigos del western, y que ahora se tambalea borracho encima del caballo mientras los coches pitan y tratan de esquivarlo. ♦
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