|| Críticas | Streaming | ★★★☆☆ ½
Cúbrete
Nick McKinless
Espacios estancos
Lorenzo Ayuso
ficha técnica:
EE.UU. 2024. Título original: Take Over. Director: Nick McKinless. Guion: Joshua Todd James. Productores: Ben Jacques. Productoras: Signature Entertainment, Lipsync, Richmond Pictures. Música: Jamal Green. Dirección de fotografía: Rick Joaquim. Reparto: Scott Adkins, Alice Eve.
EE.UU. 2024. Título original: Take Over. Director: Nick McKinless. Guion: Joshua Todd James. Productores: Ben Jacques. Productoras: Signature Entertainment, Lipsync, Richmond Pictures. Música: Jamal Green. Dirección de fotografía: Rick Joaquim. Reparto: Scott Adkins, Alice Eve.
Contrapesando la profundidad de campo de los sets de John Wick 4 encontramos el restrictivo decorado en el que Adkins ha de trabajar en Cúbrete (Take Over, Nick McKinless, 2024). Del Kraftwerk Club de Berlín que presidiera en la primera, en la gran pantalla, al ático de un hotel en Frankfurt de la segunda, estrenada en formato doméstico en España, donde su actual personaje, un francotirador a punto de retirarse llamado Sam Lorde, queda acorralado ante la mira telescópica de otro matarife como él. Sobre el papel, el planteamiento guarda semejanzas con Última llamada (Phone Booth, Joel Schumacher, 2002), una historia escrita por Larry Cohen que enclaustraba la acción en un escenario único y reducido, en aquel caso una cabina telefónica, ornamentado según los más altos estándares industriales; proyectada sobre la pantalla, en cambio, sus limitados valores de producción semejan los de una prototípica producción independiente del insurrecto realizador de culto. Por qué no decirlo, esa carestía forma parte del corpus adkinsiano, a su pesar amoldado a presupuestos que no suelen separar las siete cifras, que obligan al hui clos para salir adelante. Por ello mismo, Cúbrete remite a otros esfuerzos previos del cabeza de cartel en las angostas circunscripciones del “cine de derribo”: recuérdese la secuencia inaugural de Justicia letal (Close Range, Isaac Florentine, 2015), un plano secuencia que avanza a golpes por un edificio, desde el interior de un ascensor hasta una suite, con la steadycam tomando al artista marcial como eje en torno al que girar. El decorado se levanta alrededor del actor, y no a la inversa. Ante las estrecheces, la funcionalidad se torna clave, sin margen para delegar esfuerzos. Si Sam Lorde debe esconderse para sobrevivir, Adkins ha de estar continuamente a la vista para garantizar la salvación.
Eso obliga a un despliegue completo de recursos, lo cual no es extraño en uno de estos vehículos de lucimiento del intérprete, que ha hecho del castigo físico -que obedece, a su vez, a los apretados calendarios de rodaje- su leitmotiv y marchamo de calidad. En el apartado marcial, se agradecen una escaramuza corta pero atractiva contra la especialista Lucy Cork (doppelgänger extrema de Rebbeca Ferguson), camuflada como botones; y una refriega en un ascensor que combina con inteligencia las tomas de steady con focal corta con un plano cenital para ahormar el espacio. No escasea la pirotecnia, aun a pequeña escala, procurándose profundidad de campo suficiente para aprovechar el cuadro y un arsenal variado de elementos en liza. Nick McKinless, acostumbrado a manejar grandes carruseles en la franquicia Fast & Furious, demuestra la pericia que se le infiere a todo experimentado coordinador de stunts, y ofrece una realización briosa y resolutiva, que favorece lo orgánico y palpable sobre lo digital y la tecnología. Entiende el operativo y sus circunstancias, la idiosincrasia de su paladín. Nada más explícito, en ese sentido, que enfrentar al kickboxer contra un dron teledirigido en una batalla que se saldará en favor del primero. Toca repartir, literalmente, lo que se espera. ¿Pero puede esperarse algo más cuando uno está tan restringido, tan señalado?
Recién rebautizado cinematográficamente tras JCVD (ídem, Mabrouk El Mechri, 2008), Jean-Claude Van Damme encontró en un modesto realizador como Ernie Barbarash, especializado en producciones televisivas, un colaborador de confianza para exponer sus inquietudes artísticas. De aquel emparejamiento surgió una triada de irregulares actioners donde el astro belga luchaba por equilibrar las facetas de su persona pública. Juego de asesinos (Assassination Games, 2011), con Adkins como sidekick, 6 balas (6 Bullets, 2012) y Estado crítico (Pound of Flesh, 2015) refuerzan, por un lado, su estatus industrial como héroe de acción, pero dosificando sus esfuerzos físicos; por otro, inciden en su empeño por exhibir un fondo dramático equivalente a su cardio. Las tres, además, se eslabonan en su relación con la religión y la fe, de suma importancia para el ya maduro karateka, procurando dar a las sucesivas encarnaciones del guerrero un reposo espiritual tras décadas matando en pantalla. Cúbrete desarrolla esa misma preocupación con Adkins/Lorde ya desde su comienzo, cuando el tirador y su compañero observador Ken (Jack Parr) debaten sobre la existencia de Dios mientras aguardan a dar el tiro de gracia a un criminal. El contratiempo en la ejecución suscita las dudas del francotirador sobre la finalidad de sus actos, sirviendo la experiencia del asedio para expiar sus pecados y renacer. A ello contribuye Mona (Madalina Bellariu Ion), una de las prostitutas enviadas como distracción al penthouse, y que ejerce como su particular María Magdalena, “hermana, madre y compañera” citando al Evangelio de Felipe, con una naturaleza incorruptible aun pese al estigma de su profesión. Esa figura femenina, cuya naturaleza sacrificial opera una transformación en el protagonista, se encontraba ya en el citado tríptico, como también lo estaban ciertos rasgos formales y estéticos aquí repetidos: una cartela preliminar que sintetiza en una cita el tema del filme, revistiéndolo con una impostada solemnidad; un epílogo donde los héroes refrendan su nueva convicción, ajusticiando a los villanos hasta entonces invisibles o inaccesibles del relato. Donde difieren unas y otra es en su acabado. Si las aventuras vandammianas encallaban de tanto hinchar su duración con subtramas y secuencias de transición, a menudo para disimular la reducida disponibilidad del actor principal, esta fluye a compás sostenido y sin distracciones, resolviéndose en unos 86 minutos óptimos para los compartimentos que el cine de categoría B ocupa.
No por casualidad, Cúbrete está escrita por el mismo autor de Estado crítico, Joshua Todd James, que además de dramaturgo se ha dedicado al estudio y práctica de las artes marciales durante buena parte de su vida. Por ello, parece entender las inquietudes de quienes se consagran a las katas. Por más que la lucha defina sus imágenes, llámense Van Damme o Adkins, los artistas marciales necesitan de otros conductos para la expresión de su filosofía o de sus disquisiciones sobre el mundo actual. De lo que llevan dentro y no siempre pueden dejar salir. En Cúbrete, como en Estado crítico, eso deriva en una sobreabundancia de diálogos, enunciados algunos como puras declaraciones de intenciones, sin subtexto en el que guarecerse. Otros buscan solo dar color a los personajes, aunque sea recurriendo a vulgarismos e improperios con frecuencia. Incluso en su arquetípica apariencia de working man, Adkins se esfuerza en armarse de recursos expresivos, de adornar de particularidades su papel tanto como le es posible, separando esta de otras recientes representaciones, siempre dentro de los perímetros permitidos. Para bien o para mal, su prolífica carrera en el direct-to-dvd se sustenta en la facilidad de identificación, en que el espectador obtenga una rápida retribución al verlo moverse y golpear. En ser inconfundible, en resumen. A veces, cuando los entornos se estrechan y no dejan salida, la mejor forma de sobrevivir es ponerse al descubierto y lidiar de frente con las limitaciones. Quizás eso sea lo que da carácter. ♦
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