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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Secretos de un crimen

    || Críticas | ★★★☆☆
    Secretos de un crimen
    Sandhya Suri
    La insoportable profundidad del pozo


    Agus Izquierdo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    Reino Unido, India, Alemania, Francia, 2024. Título original: Santosh. Dirección y guion: Sandhya Suri. Compañías: Haut et Court, Good Chaos, Razor Film Produktion, Production Scope, Suitable Pictures. Festival de presentación: Festival de Cannes 2024. Distribución en España: La Aventura Audiovisual. Fotografía: Lennert Hillege. Música: Luisa Gerstein. Reparto: Shahana Goswami (Santosh), Sanjay Bishnoi (Beniwal), Sunita Rajwar (Sharma), Kushal Dubey, Shashi Beniwal. Duración: 125 minutos.

    Si el destino de los humanos puede parecer casi siempre una carambola sucedida aleatoriamente en el vasto y sideral universo, cuéntenle esta milonga, si es que acaso se atreven, a la agente Santosh (Shahana Goswami), protagonista de Secretos de un crimen (traducción española del más directo y nominal Santosh). La trama narra como la caporal Santosh asume el cargo como policía, oficio que hereda de su marido, fallecido durante unos tumultos unos meses atrás, gracias a un estrambótico plan de integración laboral. Radiante ganadora a Mejor guion por el Festival de Sevilla y pasada por la aprobación de Cannes, el notable debut de Shandhya Suri nos unta del fango más sucio y viscoso de la sociedad india, que sufre, oxidada, un proceso de letanía provocado por una burocracia soez e intoxicada. Y ojalá todo se quedase ahí, en las malas praxis, puesto que el filme también plasma la violencia subyugada de una estructura corrupta, amenazante y capaz de absolutamente todo para seguir su camino. Y, ante todo, Suri mira a los ojos de la corrupción, tanto en una dimensión individual como en un plano comunitario. He ahí su razón de ser.

    Secretos de un crimen tiene como arranque el mismo que muchos de sus referentes y antecesores: un cuerpo abandonado tristemente, desolado, esperando justicia. En este caso, después de un capítulo introductorio donde conocemos brevemente el contexto familiar y emocional de la protagonista, topamos con la brutal violación, tortura y asesinato de una niña. El principal sospechoso es un joven con el que la víctima se veía, y de etnia musulmana. Santosh, aun con el duelo de la viudedad palpitante, investigará la genealogía del horroroso suceso, prácticamente sin recursos ni refuerzos, y sin más ayuda que la de su compañera y superior Sharma (interpretada por Sunnita Rajwar), pareja que se superpone jerárquicamente en una relación de maestra-discípula. Entre ellas radica también una resignificación de la buddy movie que, en este caso, como debe ser, poco emana de humor y de gags cómicos. A través de la química que reacciona de este binomio no solo se conjuga una verticalidad, sino que incluso rezuma una dinámica materno-filial compuesta de curas, recelos y sobreprotección femenina. El tándem irá trazando un periplo quijotesco a través de un territorio hostil y adverso, provocando situaciones que a veces nos indignan y otras, en cambio, nos producen una suma estupefacción que genera la risa nerviosa y claramente desesperada.

    Configurando un relato neonoir que no renuncia ni se despoja de sus reglas ni de los pilares que dictan sus grandes exponentes, Suri despliega todos los vicios (voluntarios, intrínsecos y esenciales al género al que rinde pleitesía), liberando una energética historia de policías buenas y policías malos (no es baladí esta distinción de género). En ese sentido, su aportación tiene más que ver con Holy Spider (2022) que con Memories of Murder (2003) o El secreto de sus ojos (2009): es decir, que el lenguaje detectivesco se difumina en una especie de neblina que envuelve la narrativa de una densidad pesante, que tiene que ver con el drama social más abrupto y exasperante. El thriller renuncia a su condición anatómicamente thrillesca y pasa a ser un híbrido que ataca a los hechos de la realidad. De manera que, con las coyunturas bien calcificadas, las articulaciones bien engrasadas y las cartas sobre su mesa, Secretos de un crimen se constituye como una muy difícil de digerir y aciaga panorámica del mundo moderno, y más concisamente en un país donde la mujer es una mera presencia complementaria. Aunque haya sido cazada. Más aun si esta pertenece a una casta humilde. Más aún si estaba liada con un musulmán, una minoría tratada con beligerancia y relegada a la marginalidad estamental. El interseccionalismo en el infierno.

    Quizá esta película no sea tan revolucionaria como podría parecer desde su apertura o premisa, y aquí su gran mérito: no es complaciente, ni permisiva, ni políticamente panfletaria. No surca sendas fáciles, ni ideológicamente previsibles. Es cruda, es áspera, es seca y asfixiante. Secretos de un crimen no innova, y poco contribuye en el aspecto formal. Y de hecho, se atascaría en el clasicismo más conservador y en lo académico hasta empalagar al espectador, si no fuese por esa virtud directamente denunciante. Más allá del contorno y la forma, una de las mejores bazas de Secretos de un crimen es la inteligente frontalidad con la que la directora osa criticar y reflejar el entorno que la rodea, ridiculizando incluso la autoridad policial india, y ahondando en esa perversa idea (tan real como bizarra) de que la ley y la normatividad solo tienen cabida en un sentido simbólico y ejemplificador. El resumen sería: no hace falta que se haga justicia, es suficiente con que la gente crea que sí se ha hecho.

    Y mientras expone esa tesis del sentido de justicia como algo homeopático, Sandhya Suri no cae en trampas efectistas, ni en golpes de efecto, sino que simplemente presenta esa especie de antiheroína, un personaje que muta y crece paulatina y orgánicamente a medida que toma consciencia de las titánicas proporciones del monstruo al que se está enfrentando; una suerte de Lisístrata que nada en las aguas estancadas de un hipermasculinizado pantano donde todo supone una amenaza y una lucha atroz: “¿Qué necesidad había de matarla? ¿No te bastaba con violarla?”, espeta un agente al acusado. Todo en Secretos de un crimen conduce a una oscura trampa sistémica, una telaraña que todos conocemos, en mayor o menor medida, vociferando una crítica feroz dirigida a un estado fallido. Un viaje al corazón de las tinieblas, seco y a la vez empático, que cabreará y cegará por igual, ya que nos recuerda que la bestia no es una persona, sino aquello que prometió protegernos. ♦


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