|| Críticas | Americana 2025 | ★★★☆☆
Rent Free
Fernando Andrés
Hogares efímeros
Luis Enrique Forero Varela
ficha técnica:
Estados Unidos, 2024. Título original: Rent Free. Dirección: Fernando Andrés. Guion: Fernando Andrés, Tyler Rugh. Compañías: Rathaus Films. Festival de presentación: Festival de Cine de Tribeca 2024. Fotografía: Fernando Andrés. Montaje: Fernando Andrés. Música: Austin Weber. Reparto: Jacob Roberts (Ben), David Treviño (Jordan), Lorelei Linklater (Valentina), Ezekiel Goodman (Caleb), Sarah J. Bartholomew (Abby), Temple Baker (Tristan). Duración: 93 minutos.
Estados Unidos, 2024. Título original: Rent Free. Dirección: Fernando Andrés. Guion: Fernando Andrés, Tyler Rugh. Compañías: Rathaus Films. Festival de presentación: Festival de Cine de Tribeca 2024. Fotografía: Fernando Andrés. Montaje: Fernando Andrés. Música: Austin Weber. Reparto: Jacob Roberts (Ben), David Treviño (Jordan), Lorelei Linklater (Valentina), Ezekiel Goodman (Caleb), Sarah J. Bartholomew (Abby), Temple Baker (Tristan). Duración: 93 minutos.
Rent free (2024) parte de una premisa simpática y, empero, sin pretensiones de esconder o disfrazar su núcleo discursivo: los dos amigos de infancia Jordan (David Treviño) y Ben (Jacob Roberts) se ven abocados a vivir durante un año de la hospitalidad de sus conocidos y familiares, tras acabar (cada uno producto de sus circunstancias particulares y sus —malas— decisiones) sin techo, y transitarán sin remedio por sofás y habitaciones de huéspedes, gestos de buena voluntad y citas de Grindr.
Esta comedia ligera y simpática, con ese naturalismo estético tan característico del cine indie norteamericano (véase Justin Guy Defa), ostenta un deseo de un compromiso social bastante claro. El mecanismo con el que se arroja hacia esta reflexión pasa por abrazar cierta vacuidad, ciertos niveles de frivolidad, siendo muy consciente del proceso. Causa un efecto curioso, pues, al no tomarnos demasiado en serio nada de lo que está ocurriendo, esta falta de gravitas podría impedirnos prestar atención a la tesis que defiende; sin embargo, gracias a la mano talentosa de Andrés, este andamio ético se sostiene con suficiente solvencia. Podría decirse que el arco dramático de esta road movie de sofá radica en cuántos errores propios son capaces de soportar los anfitriones de la desafortunada y errática pareja protagonista, y, a su vez, cuán hondo es depósito de desventuras en el que se sumergen. Gracias a los artificios del humor como disolvente, se subraya sin dramatismos la desesperación al no encontrar un trabajo digno o una vivienda justa.
Esta suerte de “experimento social” (tal y como lo definen sus personajes), que está concebido en un principio como un mero medio para amasar un pequeño capital y poder redirigir sus vidas hacia donde desean —de regreso a la quimérica Nueva York—, muy pronto se evidencia más bien como un último recurso desesperado. Porque no tienen (casi) otra opción. Porque el regreso al hogar paterno/materno supone mirar al fracaso a los ojos. Tanto Jordan —el protagonista-narrador— como Ben —el alivio cómico, más hiperbolizado— se aferran a empleos marginales, en el último peldaño del sistema de consumo estadounidense, y, lejos de propulsarse en su proyecto, parecen cada vez aún más sumergidos en un pantano de mediocridad laboral y vital, en botellones con abusos de sustancias en pisos de estudiantes, mermando su ambición, aplastados por las circunstancias.
Esta película manifiesta una sensibilidad muy particular, que resulta tan honesta como estimulante, e integra lo queer con una naturalidad bellísima y muy necesaria tanto en el cine de hoy como en la actualidad apocalíptica en la que nos encontramos. El crédito, sin duda, es del buen trabajo de dirección y escritura de Andrés (quien colabora de nuevo en el guion con Tyler Rough), que acierta al moverse entre los registros de lo frívolo y lo más serio. Desde luego, como decíamos más arriba, por momentos se sujeta de la superficialidad, pero de manera autoconsciente: sus personajes viven en un mundo sin garantías ni seguridad alguna, probablemente sin futuro y con un presente muy precario, así que su reacción predecible es abrazarse a los márgenes del sistema, asumir una imposibilidad sistémica de progresión económica y sumergirse en los mediocres consuelos que les brinda la rutina. Esta es una generación colmada de decepciones, azotada por la hiperinflación y la debacle climática, hijos de una bonanza ya perdida, sin atisbo de la esperanza que iluminó los rostros de los baby boomers.
A pesar de todo, resulta encantador acompañar a Ben y Jordan en sus estrepitosos fracasos circulares —una circularidad más evidente cuanto más cerca está el cierre del arco argumental—. Tras un disparatado malentendido, Ben se ve forzado a abandonar un Nueva York aspiracional y snob, y debe regresar a su patética Texas natal, donde, lo esperan Jordan y su propio derrumbe emocional —una ruptura afectiva que, además le supone quedarse en la calle—. Tal situación los hermana en la angustia de no saberse sostener en sistema económico del que creyeron falsamente formar parte. ¿Qué más queda, si no la mendicidad de sofá? Con una frialdad de portal online de inmobiliaria, un texto introductorio enuncia las dimensiones y el precio de compra o alquiler de cada nuevo piso en cuyo sofá los dos amigos llegan a pernoctar hasta que los echen; y cada cambio de espacio lleva consigo una nueva derrota, una humillación más o menos divertida, una pequeña renuncia al espacio personal.
Esta couch movie o couch surfing se balancea con talento entre la levedad y un contenido más serio, dejando a su paso una serie de episodios cómicos casi siempre muy bien medidos, que denuncian los peores males de la bestia del neoliberalismo gringo. La mirada sobre esta pareja de slackers nunca abandona la ternura, y evita milagrosamente la parodia o el ridículo, revistiendo de dignidad su supervivencia cotidiana, su búsqueda diaria de unos hogares efímeros, que pueden ser un espacio físico y también pueden ser un cuerpo, donde recuperar algo de energía para volver a empezar. Las actuaciones tanto de Roberts como de Treviño no destacan especialmente; hacen lo que pueden. Sus limitaciones interpretativas (el primero en el exceso; el segundo en la contención) juegan paradójicamente a favor del filme, pues dotan al relato de una espontaneidad bastante ajustada al tono de un filme que pudiera erigirse en reverso de Nomadland (Chloe Zhao, 2020). Con ello, Rent free es una interesante aproximación a estas y otras angustias e intereses generacionales, como las formas y mutaciones de las relaciones afectivas, el espejismo de la vida en pareja como estabilidad económica o la exploración sin prejuicios de la identidad sexual. ♦
![]() |
![]() |