|| Críticas | ★★☆☆☆
La furia
Gemma Blasco
Maltratar el cuerpo
Nacho Álvarez
ficha técnica:
España. 2025. Título original: La furia. Dirección: Gemma Blasco. Guion: Gemma Blasco, Eva Pauné. Compañías productoras: Ringo Media, RTVE, Filmin, Aragón TV. Música: Jona Hamann. Fotografía: Neus Ollé. Reparto: Ángela Cervantes, Álex Monner, Eli Iranzo, Carla Linares, Ana Torrent. Duración: 107 min. Distribución: Filmax.
España. 2025. Título original: La furia. Dirección: Gemma Blasco. Guion: Gemma Blasco, Eva Pauné. Compañías productoras: Ringo Media, RTVE, Filmin, Aragón TV. Música: Jona Hamann. Fotografía: Neus Ollé. Reparto: Ángela Cervantes, Álex Monner, Eli Iranzo, Carla Linares, Ana Torrent. Duración: 107 min. Distribución: Filmax.
Es por tanto el cuerpo de Alex el que actúa como receptáculo de la violencia física y psicológica que narra la película, y Blasco opta por encuadrar a su personaje a través de una cámara en mano que la persigue incesantemente y se cierne sobre ella. Este diseño formal opresivo se ve acompañado de una serie de metáforas que se introducen a través de recursos visuales de fisicidad excesiva para apelar a un imaginario superficial del horror y a la incomodidad del espectador -el jabalí al que despellejan y cortan los testículos en plano detalle o la adaptación de una Medea que canibaliza a sus hijos que Alex representa en el teatro-. En este sentido, y a través de una narración fragmentaria que entremezcla instantes previos y posteriores a la agresión, se va traduciendo la condición disociativa que experimenta la joven a raíz de lo sucedido. Cuestiones como la animalidad o el desdoblamiento del cuerpo y la mente tras el trauma aparecen como parte de este catálogo iconográfico que, en lugar de problematizarse desde los códigos del cine de terror, parece exhibirse por acumulación sin profundizar en su potencial narrativo sobre el papel real del cuerpo.
En una escena que sucede a la audición de Alex para el papel de Medea, la cineasta parece poner en boca del personaje de Ana Torrent -actriz veterana que actúa como maestra y consejera de la protagonista- el discurso ideológico de la película: «En la ficción mentimos, asesinamos a nuestros hijos, nos vengamos, nos acercamos al pecado y lo disfrutamos; luego nos vamos a casa y no cargamos con ello». Blasco, en lugar de subvertir este planteamiento y asumir la deuda intrínseca que mantiene la ficción cinematográfica con lo real, opta por abrazar la peligrosa y falsa inmunidad que otorga el relato ficcional, permitiéndose torturar desde el guion y la puesta en escena a su personaje, siendo incapaz de tenderle la mano a la víctima y sometiéndola en cambio a un calvario físico y simbólico que solo rezuma una fascinación acrítica por el dolor ajeno. Las escasas escenas piadosas en las que parece abrirse una puerta de esperanza que emerge desde la distancia con el personaje -cuando Alex entra en la habitación donde fue violada y la cámara se queda fuera- o de la cercanía de su familia -el baile abrazada con su madre que pausa el diálogo momentáneamente-, en lugar de servir como gestos humanos que catalicen su apertura emocional, resultan ser simples descansos que se toma la película antes de volver a caer en la tragedia y el exceso.
La película claudica finalmente ante su condición de rape revenge y sirve como continuación de los temas e intereses que pueblan la filmografía anterior de la cineasta: en el cortometraje Jauría (2018) exponía ya con metáfora animal las relaciones fraternales y en El zoo (2018) se acercaba a un joven grupo de teatro para reflexionar sobre la relación entre realidad y ficción. Esta vinculación con lo teatral puede haber sido la causante de la incorporación de cierto imaginario escenográfico originario de la producción de Angélica Liddell -que ha hecho del cuerpo, el dolor, la violencia y la muerte su fuente de expresión dramática-, del que La furia se apropia de forma vacía para configurar el alter-ego escénico de su protagonista. Liddell, que ya se había aproximado al mito de Medea en Génesis 6, 6-7, plantea su tratamiento del cuerpo desde la vinculación inherente de lo representado en escena con lo real, asumiendo la empatía y la responsabilidad inexcusable con los cuerpos ajenos violentados a los que apela desde el propio. Blasco, al contrario, levanta una barrera simbólica con lo real sostenida por un abigarramiento formal y una apuesta por lo explícito como vía de aproximación a este cuerpo violentado, fantaseando con el sufrimiento de Alex y eludiendo cualquier compromiso moral con la representación ficcional. ♦
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