La vida en criollo
Javier Acevedo Nieto
Pamplona |
Miñuca Villaverde se preguntó allá por los años 80 en qué consistía el éxodo. El resultado fue Tent City, un documental que desafía las narrativas oficiales sobre el éxodo del Mariel, revelando las fracturas identitarias y el desarraigo de la diáspora cubana en Miami. A través de un enfoque íntimo y fragmentado, Villaverde articula una contramemoria, una suerte de reportaje improvisado cuyo valor artístico excedió hace tiempo lo estrictamente periodístico (pese a que como crónica de una época también adquiera un valor encomiable). Esta película no solo documenta un evento histórico, sino que también construye un espacio para el diálogo entre la memoria personal y la colectiva, un espacio donde lo narrado se entrelaza con lo silenciado. Al explorar la experiencia de los refugiados cubanos en Miami tras el éxodo del Mariel, Villaverde se adentra en las complejidades de la identidad y la diáspora caribeña. Es un reportaje que, bajo una de las principales autopistas de Estados Unidos, se muestra político y pertinente a través de un punto de vista que, no por partidista y beligerante, deja de tener calado.
Desde el inicio, Villaverde adopta una postura ética de escucha, dejando que sus protagonistas hablen sin interferencias, convirtiéndose ella misma en testigo de sus historias. La directora reflexiona sobre el poder del documental para revelar verdades incómodas y ocultas. En sus propias palabras durante la presentación, todo documental es una caja de Pandora que, al abrirse, expone maravillas y horrores en igual medida. Esta concepción del documental como ventana a una realidad velada se alinea con las ideas de Mercer sobre la estética de la diáspora, donde la representación se convierte en un espacio de negociación cultural y memoria. Para Mercer, la estética de la diáspora se caracteriza por la yuxtaposición de tiempos y lugares, un entrelazamiento de raíces y trayectorias que desestabiliza las narrativas hegemónicas. Tent City encarna esta estética al tejer los relatos de los refugiados con las imágenes granuladas y restauradas por la Filmoteca de Cataluña de la realidad urbana de Miami, un no-lugar que encapsula tanto el desarraigo como la esperanza.
La experiencia migrante en Tent City se articula a través de la yuxtaposición de tiempos y lugares. Villaverde utiliza imágenes de archivo junto a testimonios en presente, creando un espacio de temporalidad suspendida que evoca el limbo de la experiencia diasporizada. Esta representación de la memoria fragmentada resuena con las de una identidad transnacional en el cine cubano, donde la nación ya no se define por una territorialidad fija, sino por una experiencia de transición y negociación cultural. El uso de la cámara en mano y la limitada calidad técnica, lejos de ser una limitación, potencia la autenticidad y crudeza del relato. Villaverde habla de la escasez como motor creativo, una limitación que la obliga a “inventar cosas” y buscar nuevas formas de representación. Esta aproximación recuerda el concepto de creolización visual de Mercer, donde la hibridación estética es un reflejo de la experiencia diasporizada.
El montaje fragmentado y la inserción de imágenes fijas con audio en off crean una atmósfera de temporalidad suspendida, de una historia congelada en el tiempo. Este recurso responde a la precariedad técnica, pero también enfatiza la discontinuidad de la experiencia migrante, esa existencia en el limbo entre dos geografías, entre el exilio y el hogar perdido. Es aquí donde la estética de la diáspora se manifiesta con mayor fuerza: en esa poética de la ausencia que marca tanto lo que se muestra como lo que queda fuera del encuadre. Villaverde rompe con la narrativa dominante de cierto cine documental miserabilista al mostrar a individuos en sus interacciones cotidianas, sus alegrías y sus penas, enfatizando su humanidad en lugar de su marginalidad. Esta decisión es particularmente poderosa en el contexto de la diáspora caribeña, que ha sido históricamente exotizada o criminalizada en el cine global.
El uso del inglés con acento cubano en la narración introduce una capa adicional de complejidad identitaria. Villaverde se posiciona como narradora y su voz actúa como puente entre dos mundos: el del exilio y el de la nación dejada atrás. Esta elección no intenta neutralizar su identidad, sino afirmarla en su hibridez. Al hablar con acento, Villaverde desafía las jerarquías lingüísticas y culturales, situándose en un espacio de enunciación que cuestiona las categorías binarias de pertenencia y extranjería. La película explora el espacio urbano de Miami como un territorio liminal, un no-lugar que encapsula tanto el desarraigo como la reconstrucción identitaria. Bajo los puentes y en las carpas de Tent City, los refugiados crean una comunidad temporal, un microcosmos de la diáspora cubana que desafía las nociones hegemónicas de ciudadanía y nacionalidad.
La recepción de la película revela las fisuras internas de la diáspora cubana en Miami. La elite cubana rechaza la representación de los refugiados del Mariel, temiendo que sus apariencias y orientaciones sexuales desafíen la imagen respetable que han construido para sí mismos en el exilio. Este rechazo expone las divisiones de clase, género y sexualidad dentro de la diáspora cubana, revelando una lucha interna por la definición de la identidad nacional. La negativa de Villaverde a censurar su obra en respuesta a esta presión social es un desafío a las jerarquías identitarias que buscan imponer una narrativa homogénea de la experiencia migrante. En última instancia, Tent City es una obra profundamente política, no en el sentido panfletario; todo lo contrario, lo es por su compromiso con la memoria y la justicia narrativa.
Tent City redefine lo que significa pertenecer y recordar en un mundo marcado por el desarraigo. En este sentido, el documental se convierte en un espacio de resistencia simbólica contra las narrativas hegemónicas que homogenizan la experiencia caribeña bajo la rúbrica del exotismo o el estereotipo.