|| Críticas | ★★★★☆
No hay amor perdido
Erwan Le Duc
Música de carrusel
David Tejero Nogales
ficha técnica:
Francia, 2023. Título original: La Fille de son Père. Director: Erwan Le Duc. Guion: Erwan Le Duc. Productores: Stephanie Bermann, Alexis Dulguerian. Productoras: Domino Films, Canal +, Cine+. Distribuida por: Vercine. Fotografía: Alexis Kavyrchine. Música: Julie Roué. Montaje: Julie Dupré. Diseño de producción: Astrid Tonnellier. Diseño de Vestuario: Elisa Ingrassia. Dirección de arte: Elsa Ragueneau-Stroom. Reparto: Nahuel Perez Biscayart, Celeste Brunnquell, Maud Wyler, Mohammed Louridi, Camille Rutherford, Mercedes Dassy.
Francia, 2023. Título original: La Fille de son Père. Director: Erwan Le Duc. Guion: Erwan Le Duc. Productores: Stephanie Bermann, Alexis Dulguerian. Productoras: Domino Films, Canal +, Cine+. Distribuida por: Vercine. Fotografía: Alexis Kavyrchine. Música: Julie Roué. Montaje: Julie Dupré. Diseño de producción: Astrid Tonnellier. Diseño de Vestuario: Elisa Ingrassia. Dirección de arte: Elsa Ragueneau-Stroom. Reparto: Nahuel Perez Biscayart, Celeste Brunnquell, Maud Wyler, Mohammed Louridi, Camille Rutherford, Mercedes Dassy.
La mentalidad kitsch de Le Duc pasa por filmar un espectáculo sublime integrado en parámetros del cine comercial francés. Existen, claro está, pequeños homenajes a los dogmas y monumentos del cine de siempre, articulando esencias propias del pasado; sin ir más lejos presenta a un personaje principal (entrañable Nahuel Pérez Biscayart), que puede emular en cuerpo y alma al del Antoine Doinel de las películas de Truffaut, un niño grande que con apenas veinte años tiene que cargar con las rígidas responsabilidades de la adultez. También albergamos bonitas correspondencias en esas carreras de los actores huyendo en busca de una libertad engañosa que sin lugar a dudas evocan al Godard de Banda aparte o al Bertolucci de Soñadores. La nostalgia de la película es la restauración de una manera de entender el cine por encima de la realidad, en una cascada de sensaciones y lenguaje popular, pintada con bonitos azules y amarillos y colores pastel desenterrados de cualquier fotograma de Jacques Demy. Afirmamos, viendo el excelente resultado final, que estamos ante la obra más musical de los no musicales de los últimos años. Así tenemos, por ejemplo, la presencia constante de una banda sonora inmersiva que esboza un lenguaje plástico y artístico en consonancia con los movimientos de los actores, luego está la puesta en escena tímidamente surreal, de gran comicidad mirándose en los espejos de la comedia del slapstick asociada a los momentos más pregnantes del cine de Buster Keaton. Lo musical desborda más allá de los límites del género. En esencia No hay amor perdido es una ventana a los maravillosos sueños románticos del tándem Rodgers y Hammerstein (Carrusel dixit). Además, si la imagen del filme se va cargando de emociones se debe tanto al dominio de los constructos musicales, como a la trasposición de ellos en la propia escena, en un trabajo exquisito de sonido y partitura (Julie Roué), en la cual los aspectos diegéticos ahondan en las secuencias más sentimentales y poéticas de la película. De dentro hacia fuera la cinta transita los lugares del cine musical obviando ese realismo que interfiere en los parámetros del drama cotidiano y elude, de manera inteligente, los parecidos razonables con propuestas sensibleras y pomposas del tipo No se aceptan devoluciones o sus respectivos y aburridos remakes internacionales.
Pero No hay amor perdido incorpora detalles fundamentales que actúan como eje sobre el que asentar el corazón narrativo del relato. Por una parte, el mecanismo de una ficción fabuladora, de cuento con notas al margen de carácter literario que nos ayuda a entender el periplo existencial del protagonista. Referencias al Proust de En busca de la felicidad o al Hemingway de Cuando se tienen 20 años, manifiestan un debate interesante y delicado acerca de los pensamientos furtivos de esa otra realidad, ese otro mundo posible alternativo al que estamos viviendo. El anhelo de una juventud perdida y el miedo a perder a lo que más quieres, son utopías y deseos que se establecen en la película sin recurrir técnicamente a lo subrayado o a lo tangible y superficial. La imagen congelada en un vídeo (la gran ola) también nos vale como imagen del deseo recurrente y de esa melancolía traidora que nos arrastra y confunde. Son destacables las frases de esa adolescente encarnada con ternura y naturalidad por la excelente Celeste Brunquell cuyo rostro resiste los primeros planos con el aplomo y magnetismo de las mejores actrices francesas de siempre. Al mismo tiempo la historia propone un atractivo intercambio de roles y un acercamiento de la masculinidad muy diferente al acostumbrado en este tipo de relatos. O, dicho con otras palabras, el filme nos invita a tomar partido de esa extraña nostalgia a través del escapismo de sus escenas oníricas y la presencia fantasma de un cuerpo, en este caso la madre desaparecida, que proviene de los recuerdos y del registro misterioso y etéreo del pensamiento.
No hay amor perdido fascina en su intertextualidad y manejo de los tropos del canon musical, y en su deslumbrante diseño de luces y colores. Una de esas películas tan propias de la cinematografía francesa, bellas y emocionantes, que saben cómo contar una historia dura, áspera y dolorosa con lenguajes rebosantes de espontaneidad y figuras propias de la comedia del arte. ♦
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |