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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Monkey

    || Críticas | ★★★★☆
    The Monkey
    Oz Perkins
    El tamborín de la muerte


    Carles M. Agenjo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2025. Título original: The Monkey. Dirección: Osgood Perkins. Guion: Osgood Perkins. Compañías productoras: Atomic Monster, Black Bear International, C2 Motion Picture Group, Range Media Partners, Stars Collective Films Entertainment Group. Fotografía: Nico Aguilar. Música: Edo Van Breemen. Producción: James Wan, Dave Caplan, Chris Ferguson, Brian Kavanaugh-Jones. Reparto: Theo James, Tatiana Maslany, Christian Convery, Colin O’Brien, Elijah Wood, Rohan Campbell, Sarah Levy, Osgood Perkins. Duración: 95 minutos.

    En una escena de la infravalorada Psicosis II: el regreso de Norman (1983), Anthony Perkins viajaba a la infancia a través de su reflejo en el pomo de una puerta de madera. Por un instante, la silueta de Norman ya no era la del mítico asesino del Motel Bates, sino la de su niño interior interpretado por su propio hijo, Osgood Perkins, que con sólo 9 años dejaba su rostro impreso en la mansión del clásico de Alfred Hitchcock. La propuesta, en sintonía con el espíritu serial del cine de consumo, era una ampliación del campo de batalla –en la línea de otras sagas de la época como las motosierras de Texas y las garras de Freddy– capaz de compensar su endeble premisa con una dinámica puesta en escena firmada por un inspirado Richard Franklin. Por imposible que parezca, Norman había cumplido condena, se había instalado otra vez en la famosa mansión americana de estética Hopper y, claro, los asesinatos se repetían hasta con peluca de señora y cuchillo de cocina. Ahora bien, lo mejor de aquella secuela insensata –escrita por Tom Holland, el director de Muñeco diabólico (1988), que abría un universo paralelo a las novelas paródicas de Robert Bloch– es que logró trascender sus mil trampas de guion haciendo exactamente lo contrario que la película original de 1960. Donde Hitchcock difuminaba el artificio de matar a su protagonista con sutilezas de cámara y un uso notable del fuera de campo; Franklin, en cambio, celebraba la impostura estirándola hasta el paroxismo en un sabroso despiporre de falsas apariencias, asesinos conmutables y un reguero de muertes a cuál más absurda.

    Han pasado más de 40 años desde aquel bautizo en Hollywood y Osgood Perkins siempre vuelve a la casilla de salida. Suya es la tradición familiar del grito y la cuchillada que ha recogido en títulos de atmósfera malsana y centrípeta como La enviada del mal (2015), Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016) y la muy icónica Longlegs (2024). No obstante, hay algo en su quinta película como director y guionista que escarba en lo íntimo, en las penas de su propio pasado. The Monkey es una estupenda comedia negra que adapta libremente el cuento homónimo de Stephen King, pero su festín gore deja anotadas algunas imágenes sobre la pérdida y la ausencia. Esta lectura no es evidente. De hecho, el punto de partida despista un poco. Lo que empieza como un conflicto cainita entre Hal y Bill –dos gemelos que Theo James encarna en un cambio de rol divertidísimo– y se complica con la aparición de un mono de juguete armado con un pequeño tambor y dos baquetas –en el relato original lleva platillos, pero Disney se apalancó los derechos– se descubre como una mortífera ruleta rusa. El mono nunca falla. Si le das cuerda por la espalda y empieza a tocar, se desatan accidentes terribles y aleatorios. Desde un improbable tiro de ballesta sin tirador o una piscina electrificada por casualidad hasta una estampida nocturna que convierte a un tío que hacía vivac –¡gran cameo de Perkins a la Tarantino!– en un saco de carne triturada. En el fondo, no estamos tan lejos de la mecánica truculenta de Destino final (2000), pero filtrada por el espíritu festivo y salvaje de La muerte os sienta tan bien (1992).

    En cualquier caso, lo que importa aquí, además de la juerga macabra y una fascinación casi erótica por la destrucción, es la impotencia de Hal, el gemelo protagonista, en distintos momentos de su vida, incapaz de evitar lo inevitable, de frenar unas pulsiones de muerte que parecen salir como vómitos de su inconsciente. Por esto, detrás de la densidad que arrastra como adolescente acosado por las malotas del cole, maltratado por su hermano, deprimido por el cinismo de su madre –una desmelenada Tatiana Maslany– y desatendido por un padre ausente que es el verdadero motor del mono diabólico; se esconde una profunda necesidad de afecto no exenta de sarcasmo. En este sentido, el juguete que da nombre al título funciona como demiurgo inmisericorde de un mundo alucinado siempre al borde del apocalipsis. Un mundo, por cierto, que se puede leer como viaje de vuelta a casa o regreso al vínculo entre padre e hijo, aunque todo arda sin remisión. Nada tiene de casual que la gramática de Perkins evoque la memoria de su padre –en una escena donde traza una panorámica en un sótano iluminado con una bombilla que se balancea y que recuerda el momento twist del cadáver de Norma Bates– y también la secuela de Richard Franklin, que, a su modo, bromeaba con la original de Hitchcock de la misma forma que The Monkey ironiza con los códigos del cine de terror a través del humor abrupto. Ahí está, en fin, Elijah Wood interpretando al escritor de una larga saga de libros sobre paternidad que parece guiñarle el ojo a las secuelas exploit de la Universal en las que Anthony Perkins quedó encasillado de por vida.

    Sea como sea, Perkins Jr. lo ha vuelto a hacer. Suya es la estética cuidada al detalle, la composición milimétrica y una armonía cromática que, ahora, pone al servicio de su título más comercial hasta la fecha, pero también el más complejo y autoconsciente de su corta filmografía. The Monkey es tan inofensiva en apariencia como ácida en su caricatura de la impiedad con la puerta un poco abierta a la esperanza. Y sí, está claro que no puede escapar de su estructura ascendente y su fórmula excesiva, incluso atropellada en sus deslices oníricos, pero hay algo en la violencia que desata, en su mala leche gamberra, que la convierte en una comedia irresistible. ♦


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