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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Agua salada (Hot Milk)

    || Críticas | Berlinale 2025 | ★★☆☆☆
    Agua salada (Hot Milk)
    Rebecca Lenkiewicz
    Fugas involuntarias en Almería


    Carlos Grau
    Berlín |

    ficha técnica:
    Reino Unido, Grecia, 2025. Título original: «Hot Milk». Dirección y guion: Rebecca Lenkiewicz. Compañías: Film4, Bonnie Productions, Heretic. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de Berlín. Distribución en España: Karma Films. Fotografía: Christopher Blauvelt. Montaje: Lucia Zucchetti, Mark Towns. Música: Matthew Herbert. Reparto: Emma Mackey, Fiona Shaw, Vicky Krieps, Vincent Perez, Yann Gael, Patsy Ferran. Duración: 92 minutos.

    Hasta un total de en tres ocasiones bromeó Timothée Chalamet en la reciente rueda de prensa de A Complete Unknown (2025) –donde interpreta a Bob Dylan– sobre la posibilidad de responder pretenciosamente a determinadas preguntas. Y la tentación de comenzar la aproximación a Hot Milk con alguna cita sesuda y/o ingeniosa acerca de su humor involuntario está ahí, en la posibilidad.

    Sorprende mucho que cinco títulos de la Berlinale mencionen explícitamente los sueños: Dreams por partida doble (ambos filmes en la Sección Oficial) Dreamers y Dreams in nightmares en la sección Panorama y After dreaming en Forum. Y es que los sueños, tanto protagonistas como coprotagonistas, se extienden bajo otros nombres por muchas otras películas del festival, aventurándonos una desmesurada necesidad actual de evasión que no responde tanto a la fuga inofensiva a otros mundos sino a una huida hacia adelante.

    Es el caso de la invalida Rose (Fiona Shaw) que arrastra desde Londres a su hija de 25 años Sofía (Emma Mackey) a la costa española de Almería, con la intención de quemar la última nave contra su discapacidad en una clínica dirigida por el doctor Gómez (Vincent Pérez), quien utiliza métodos poco convencionales. Tan poco convencionales como su invalidez, pues la anciana puede levantarse de la silla de ruedas y caminar más o menos una vez al año y durante un breve espacio de tiempo. Y así, acompañante a la fuerza desde la infancia, encuentra la joven hija el escape de la monotonía médica y un oasis de emancipación en Ingrid (Vicky Krieps), una misteriosa mujer que cabalga por la playa ajustada en vestido y tocado de la Grecia clásica, brazalete de plata en brazo incluido y caballo blanco que abre las puertas a un sueño. La promesa de un romance y la urgencia de liberarse del control constante de su madre son los elementos con los que se presenta la inglesa Hot Milk en un agosto mediterráneo al calor del sol español.

    Porque la costa almeriense es el escenario elegido por la debutante en la dirección Rebecca Lenkiewicz, actriz y guionista británica quien coescribió la celebrada Ida (2013) y autora del libreto de She said (2022), entre otros logros. Se presenta ahora con su ópera prima tras la cámara con un drama transgeneracional que alterna tonos y atmósferas, que esconde traumas, secretos y mentiras, esperanzas y frustraciones. Pero hay un componente melodramático que inunda el filme y es el que nace del personaje de Fiona Shaw, la madre, como el estereotipo de persona mayor gruñona y victimizada por el calvario de su invalidez vertiendo sus frustraciones sobre su hija, en unos logrados ejercicios de patetismo y vis cómica británica sentimentaloide. Que funcionan y calan, de ahí que, cuando la directora trata de introducir la poética, lo onírico y el romanticismo delicado en el affaire entre su hija y la enigmática Ingrid, resulte ya insalvable el cambio de registro y su inclusión orgánica en la trama, sin que ello devenga en impostura, en un collage de un cine desenfadado pero con aspiraciones al llamado art cinema con sus giros recurrentes a un cine altamente simbólico, donde el ladrido de los perros, las medusas o la calidad del agua son usados como alegorías. Esto es, Hot Milk es más ambiciosa de lo que parece y quiere ser varias cosas a la vez, con un montaje que se acelera paulatinamente hasta lo abrupto y un claro abuso de las elipsis en su tramo final, algo que refleja bien las turbulencias del mundo interior de Sofia, pero que asimismo va diluyendo la dimensión emocional de la narración. Como ya ocurrió en Emily (2022), la muy irregular reimaginación gótica de la escritora Emily Brontë, es la sólida interpretación de Emma Mackey el pegamento que evita el desmorone en Hot Milk.

    Esta historia de autodescubrimiento y de la cuestión de la propia identidad tiene una pulpa romántica de arte y ensayo del mismo cartón piedra que el de las supuestas playas y costas almerienses, que pertenecen en realidad a unas helenas, pues el rodaje tuvo lugar enteramente en Grecia. Poco o nada podría elucubrarse en torno al significado del título original sino añadir, en todo caso, la condición agria de la leche caliente, también producto del abrazo del estereotipo con la aparición artificiosa de bailaoras flamencas y emperifollados señoritos andaluces a caballo. La muy improbable e insólita resolución de uno de los conflictos entre madre e hija, el punto de interés central de la película, usado como arquetipo de ese barranco que es la telenovela cuando uno deambula por los límites del melodrama. Y es que esa resolución despertó numerosas carcajadas tanto durante la proyección de la película como su simple mención en la rueda de prensa, donde pareciera que Lenkiewickz viose imbuida por el espíritu de «Maldita lisiada» en María la del barrio (1995).

    Lenkiewicz adapta en Hot Milk una novela homónima de 2016 y su participación en la Sección Oficial ha instaurado en la Berlinale un determinado patrón: el de adaptaciones al cine a cargo de mujeres y sobre historias de mujeres, tras las recientes Irgendwann werden wir uns alles erzahlen (Algún día nos lo contaremos todo, de Emily Atef) e Ingeborg Bachamn: Reise in der Wüste (Viaje al desierto, de Margarethe von Trotta) estrenadas en las últimas dos ediciones en la sección principal del festival. El filme de von Trotta estaba, curiosamente, protagonizado por Vicky Krieps, la excelente actriz luxemburguesa que irradia en sus apariciones públicas la misma energía que en la mayoría de sus papeles: una frialdad interior que es cálida por fuera, una antítesis que deviene en paradigma en esta película. Hot Milk es un entrelazado de referencias clásicas y elementos contemporáneos en un coming of age tardío, junto a un estudio de personajes femeninos traumatizados que pone en valor que las mujeres tienen el mismo derecho a buscar la redención de los errores del pasado y seguir hacia delante. Aunque sea huyendo. E incluso involuntariamente. ♦


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