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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Babygirl

    || Críticas | ★★★★☆
    Babygirl
    Halina Reijn
    Yo ordeno, tú obedeces


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: Babygirl. Dirección: Halina Reijn. Guion: Halina Reijn. Producción: David Hinojosa, Julia Oh, Halina Reijn. Productoras: Coproducción Estados Unidos-Países Bajos (Holanda): 2AM, Man Up Film, A24. Distribuidora: A24. Fotografía: Jasper Wolf. Música: Cristobal Tapia de veer. Montaje: Matthew Hannam. Reparto: Nicole Kidman, Harris Dickinson, Antonio Banderas, Sophie Wilde, Esther McGregor, Vaughan Reilly, Victor Slezak, Leslie Silva.

    Que Nicole Kidman pertenece a la liga de las grandes actrices de las últimas décadas es algo que nadie, a estas alturas, se atrevería a cuestionar. Una estrella capaz de lucir impecablemente hermosa y recatada en las alfombras rojas y, a la vez, arriesgarse a interpretar personajes absolutamente controvertidos que siempre ha abordado con maestría. La australiana nunca ha tenido reparos a la hora de afrontar las escenas más tórridas de su carrera, casualmente, bajo la sabia dirección de algunos de los cineastas más prestigiosos de la industria, desde su trepadora Suzanne de Todo por un sueño (Gus Van Sant, 1995) a la Anna de El sacrificio de un ciervo sagrado (Yorgos Lanthimos, 2017), pasando por la fantasiosa Alice de toda una obra maestra como Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999). También es una realidad que, en los últimos años, los papeles más interesantes se le han brindado a Kidman desde la pequeña pantalla, con la serie Big Little Lies como mayor demostración de que Kidman, en su madurez, aún tiene mucho que ofrecer en esto de la interpretación. Babygirl, su última película estrenada en cines, es, posiblemente, el mejor vehículo para lucimiento de su ilimitada versatilidad dramática que, para la gran pantalla, le ha llegado en bastantes años –tal vez, desde la incomprendida y brutal Destroyer. Una mujer herida (Karyn Kusama, 2018)–, y la actriz ha sabido explotarlo al máximo, llevándose una Copa Volpi en Venecia que fue la antesala a que su nombre sonara como una de las rivales a batir de cara a los próximos Oscars. Como no podía ser de otra manera, la cinta no llega exenta de polémica, por la osadía y la franqueza con la que su directora, la holandesa Halina Reijn, explora el deseo femenino, enfocándose el affaire clandestino que nace entre una exitosa ejecutiva de una empresa de robótica y su joven becario. Hay que mencionar que este tipo de “relaciones peligrosas” no son nuevas para la cineasta, ya que levantó más de una ampolla con su interesante ópera prima, Instinto (2019), que mostró sin tapujos la atracción incontrolable que un agresor sexual despertaba en la psicóloga que le trataba en prisión.

    Babygirl comienza de la manera más contundente posible con la que se puede describir la “problemática” que invade a su protagonista femenina: un aparentemente apasionado coito junto a su marido (Antonio Banderas), tras el cual, ella corre a buscar intimidad en otra habitación para terminar teniendo un orgasmo mientras se masturba viendo pornografía en su portátil. Y es que Romy, que representa la imagen de mujer triunfadora en lo personal –con un matrimonio “sólido” junto a un atractivo director teatral y dos hijas adolescentes– y en lo profesional, dirigiendo una importante empresa que la convierte en modelo a seguir por otras profesionales más jóvenes que aspiran a repetir sus logros, esconde una personalidad mucho más compleja que la de una madre y esposa devota en casa y ambiciosa mujer de negocios en la oficina. Su vida sexual marital no la satisface, ya que se ha vuelto rutinaria, por lo que fantasea con juegos sadomasoquistas en los que sumisión cobra un papel importante. Un fetiche que verá la oportunidad de experimentar cuando llega a su empresa Samuel –Harris Dickinson, el guaperas de El triángulo de la tristeza (Ruben Östlund, 2022)–, un joven becario por el que se sentirá atraída desde el momento en que le ve amansar a una perra violenta en plena calle. Lo de la dominación se le da genial al muchacho que, además, es lo suficientemente observador como para darse cuenta de que a su atractiva jefa le tienta el tema de la sumisión. Un par de respuestas insolentes y un vaso de leche –algo que está dando muchísimo que hablar tras la película– serán los preliminares de una incendiaria relación prohibida entre Samuel y una Romy que pasa de dar órdenes en el trabajo a recibirlas de su subordinado en la intimidad. El guion de la propia Halina Reijn plantea muchísimos debates atractivos sobre los límites del consentimiento dentro del sexo cuando se traspasan ciertas fronteras. Nicole Kidman sabe que tiene entre manos un bombón de personaje, lleno de complejidad, tan rico en matices y contradicciones que podría despertar rechazo en el espectador, de no ser por qué la actriz logra reflejar a la perfección la necesidad que siente de dejarse llevar por sus deseos, así como sus momentos de culpabilidad después de sucumbir a cada uno de sus encuentros furtivos con Samuel. Reijn no juzga la conducta de la protagonista de su historia, solo la presenta sin ningún tipo de filtros, humanizándola, para lo bueno y para lo malo, ya que, en el fondo, todo el mundo tiene sus fantasías, pero pocos se atreven a alcanzarlas hasta sus últimas consecuencias.

    La cinta no engaña y busca la provocación con una premisa que podría describirse como una suerte de cruce entre los acuerdos sexuales “con reglas especiales” de Cincuenta sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015) y los líos extramatrimoniales de Infiel (Adrian Lyne, 2002), pero con un tono marcadamente feminista, que pone el foco en indagar en las fantasías femeninas, cuando la mayoría de las veces fue al revés. Que la mujer doble en edad a su amante masculino y, encima, sea una jefa que cede su poder al becario para complacer sus instintos más básicos, son elementos que contribuyen a darle más salsa al asunto. A Romy le excita el riesgo, ya que es consciente de que Samuel podría destruirle la vida con solo abrir la boca, y es la creciente sensación de peligro a la que se ve abocada Romy lo que confiere a Babygirl la apariencia de un thriller sexual de estética noventera –la escena de la discoteca remite a Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992)–, salpicado de ingeniosos apuntes de humor ácido –Kidman inyectándose bótox, para que después su hija se burle de su nuevo aspecto, que le hace parecer un pato, no deja de ser irónica–. La película funciona. Es sexy y atrevida, colocando a su protagonista femenina en situaciones “humillantes” que pocas estrellas se atreverían a vivir en pantalla. Kidman está inmensa, jugando con la mirada como solo ella sabe hacer –recuerden el plano secuencia de Reencarnación (Jonathan Glazer, 2004)– para decir sin hablar y ofreciendo una interpretación valiente, en la que se desnuda en cuerpo y alma, solo comparable este año a la que también realiza Demi Moore en La sustancia (Coralie Fargeat, 2024). Nos creemos totalmente sus orgasmos y la química que mantiene con el carismático Dickinson está muy lograda, haciendo que salten chispas entre ellos. También Antonio Banderas tiene algún momento potente, cuando rompe con la pasividad general que acarrea su rol de marido engañado. El talón de Aquiles del filme podría ser el hecho de que su realizadora, ante el amor que tiene por su protagonista, prefiere optar por una resolución del conflicto más convencional del que el proyecto exigía, algo que no impide que Babygirl sea uno de los títulos más osados y valientes que han llegado desde el puritano Hollywood esta temporada. ♦


    «Kidman está inmensa, jugando con la mirada como solo ella sabe hacer –recuerden el plano secuencia de Reencarnación (Jonathan Glazer, 2004)– para decir sin hablar y ofreciendo una interpretación valiente, en la que se desnuda en cuerpo y alma, solo comparable este año a la que también realiza Demi Moore en La sustancia (Coralie Fargeat, 2024).»



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