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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | River returns

    || Críticas | FICX 2024 | ★★★☆☆ |
    River returns
    Masakazu Kaneko
    Vivir de cara a la tradición


    Yago Paris
    Gijón |

    ficha técnica:
    Japón. 2024. Título original: River Returns. Director: Masakazu Kaneko. Guion: Masakazu Kaneko, Genki Yoshimura. Productoras: EST Studios, N8 Studios. Fotografía: Tatsuya Yamada. Música: Masakatsu Takagi. Reparto: Yo Aoi, Sanetoshi Ariyama, Asuka Hanamura.

    En una escena durante el primer tercio de River Returns (Masakazu Kaneko, 2024), un grupo de niños de una aldea rural de Japón, entre los que se encuentra el protagonista, Yucha (Sanetoshi Ariyama), asiste a una función de teatro de papel ambulante. En ella se cuenta la leyenda local que da una explicación simbólica a por qué se producen tifones recurrentemente en la zona. En el momento de comenzar la función, la cámara, situada a la altura del pequeño escenario, avanza hacia este mediante un travelling hasta atravesar el marco de este. De esta manera, el marco de la película y el de la obra teatral se funden en uno solo. Realidad y leyenda son indisociables en la cultura japonesa, parece querer transmitir Masakazu Kaneko mediante este sencillo pero potente recurso narrativo. O deberían serlo: el cineasta y guionista de este filme, ganador del premio del jurado joven a la mejor película en la edición de 2024 del Festival internacional de Cine de Gijón, sitúa su ficción en 1958, momento en que la sociedad japonesa parecía distanciarse de su tradición, ante la promesa de crecimiento económico y modernidad, y como manera de tratar de dejar atrás el fantasma aterrador de la Segunda Guerra Mundial. El padre de Yucha quiere que se talen los árboles de la zona, para así conseguir dinero rápido que permita no solo tapar los agujeros de la economía familiar sino también progresar económicamente para alcanzar un estatus más acomodado. La idea es que todo el pueblo haga lo propio, para que así la región prospere. El padre representa la idea de progreso a toda costa, ese que desatiende aquello que une a los seres humanos a su tradición, a sus mitos y a la naturaleza, un trío de conceptos inseparables. Talar los bosques equivale a destruir la tradición, y esto necesariamente repercutirá sobre el futuro de la sociedad. ¿Cómo mantener una brújula moral cuando se destruye aquello que la rige?

    Yucha, a diferencia de su padre, se sumerge de lleno en la leyenda, que cuenta la historia de amor imposible entre un tornero nómada (Yo Aoi) y Oyo (Asuka Hanamura), una aldeana. Él trabaja elaborando preciosos cuencos de madera, mientras que ella se ocupa de las labores del hogar y de cuidar a su hermano pequeño. Oyo tiene un pretendiente en el pueblo, con el que, de casarse, se permitiría elevar el estatus socioeconómico de la familia. Sin embargo, la joven ignora sus propuestas, pues este le genera repulsión. Un día, un cuenco llega a las manos de Oyo y su hermano pequeño, transportado mansamente por la corriente del río, y decidirán devolverlo a su dueño. Cuando Oyo y el joven tornero, el autor de la pequeña pieza de madera, se conocen, instantáneamente se enamoran y deciden comenzar una vida en común, pero esta idea choca con las férreas tradiciones, que dictan que una relación entre una persona nómada y una sedentaria es imposible, pues ninguno podría adaptarse a la vida del otro. El más intransigente de los dos padres es el del tornero, quien lo pone entre la espada y la pared: si decide quedarse a vivir con su amada, tendrá que entregarle todo lo que este le ha enseñado, renunciando así a su profesión de tornero, es decir, tendrá que amputarse el brazo. Incapaz de semejante salvajada, decide renunciar a su amor. La historia evoluciona hacia el trágico final anticipado por la abuela de Yucha al comienzo del filme, según el cual el suicidio de Oyo, fruto del profundo dolor ante la pérdida de su amado, es el causante de los tifones de la zona, y el hecho de que su pena sea irreparable es lo que provoca esa recurrencia meteorológica.

    En un gesto nada casual, el hermano pequeño de Oyo también está interpretado por Sanetoshi Ariyama, lo que no solo reincide en la inmersión de Yucha en la historia que se le está contando, sino que alude directamente a ideas budistas muy presentes en el filme, tales como la circularidad, la reencarnación o la conexión indisociable con el pasado y con la tradición. La circularidad se manifiesta en la historia a través de la recurrencia de los tifones, el río transportando sucesivos cuencos y la necesidad de devolverlos para evitar la ira metereológica de Oyo, la reencarnación sugerida del hermano de Oyo en Yucha, la necesidad de Yucha de devolver el cuenco, como también en el pasado lo hiciera su padre, y tantos otros antes que él, etc. Esta estructura narrativa va tejiendo toda una serie de hilos que conectan el presente con el pasado, reforzando la idea de que no se puede vivir en el presente sin tener en cuenta lo anterior, y, yendo todavía más lejos, no se puede tener una vida valiosa si se olvida la tradición. Sin embargo, el propio filme se aleja de una mirada indulgente hacia la herencia folclórica. Masakazu Kaneko no escatima recursos a la hora de señalar la salvaje y represiva moral de la leyenda, y se posiciona con firmeza del lado de los amantes. Esta visión se refuerza con la propia función de Yucha en la historia. En el tercio final, el niño decide devolver el cuenco para evitar la llegada del tifón que cause destrozos y acabe con la vida de su enferma madre, pero, por el camino, se da cuenta de que quizás pueda hacer algo más que simplemente evitar la catástrofe. Aquí es cuando la película alcanza una dimensión superior al proponer la posibilidad simbólica de sanar las heridas del pasado, e intervenir para reparar en los males cometidos. La circularidad, la interconexión entre pasado y presente, no solo va de atrás hacia delante, como suele ser habitual, sino que el sentido contrario también es posible, siempre que se valore la importancia de la tradición y se crea en ella. Es por ello que no es el padre de Yucha, que hace tiempo que dejó de creer en la leyenda, quien puede acometer este reto, sino el propio Yucha, que sí cree en la historia. Así, el filme se convierte, al mismo tiempo, en un refuerzo de la circularidad de la vida en términos budistas, y una ruptura de dicho círculo: River Returns afianza ciertos aspectos del acervo, pero aplica enmiendas necesarias que permitan una vida mejor, tanto a los habitantes del pasado de Japón como a aquellos que existen en su presente. De lo que no parece caber duda alguna es de que la cinta se posiciona como firme defensora de la necesidad de vivir de cara a la tradición. ♦


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