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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | A real pain

    || Críticas | SEMINCI 2024| ★★☆☆☆ ½
    A real pain
    Jesse Eisenberg
    El dolor es un peso inevitable


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: A real pain. Duración: 89 min. Dirección: Jesse Eisenberg. Guion: Jesse Eisenberg. Fotografía: Michal Dymek. Compañías: First Look. Reparto: Jesse Eisenberg, Kieran Culkin, Will Sharpe, Jennifer Gray, Kurt Egyiawan.

    Las primeras secuencias de A real pain sugieren que Jesse Eisenberg ha decidido vestir su segundo largometraje con los tonos desenfadados de la buddy movie: los protagonistas son dos primos cuyo fuerte vínculo, trenzado durante la infancia, ha ido desvaneciéndose por culpa de la llegada de la madurez, de sus días trabados por una infinidad de problemas de diversa escala y sus noches congestionadas por el insomnio y las preocupaciones. La identidad de uno funciona como el perfecto reverso de la del otro, lo que provoca que sus formas de enfrentarse a la realidad cotidiana sean antagónicas: mientras el personaje interpretado por el propio Eisenberg es un padre de familia aprisionado dentro de la rígida rutina que le impone su trabajo, el de Kieran Culkin es un adolescente encerrado en el cuerpo de un adulto, que proyecta su inocencia sobre un mundo gris en el que no consigue integrarse. La comedia, en principio, está asegurada, puesto que las chispas que surgen cuando dos caracteres opuestos friccionan suelen tener el aliento fresco de la carcajada. Los compases iniciales de la película confirman dicha deducción y ofrecen unos cuantos momentos de comedia controlada y sutil tejida, efectivamente, a partir de las disonancias que surgen de las interacciones entre los protagonistas, quienes, después de haber estado muchos meses sin hablar a causa de los devenires de la existencia, han decidido viajar a Polonia, país que su abuela tuvo que abandonar por la llegada del nazismo, para conocer mejor la historia de sus antepasados.

    Eisenberg, sin embargo, no perfila los contrastes entre los primos de forma superficial, marcando sus diferencias a través de sus particularidades más evidentes, sino que se esfuerza por significar los matices que verdaderamente les dan hondura: uno camina cuidando en todo momento que su cuerpo esté regido por la firmeza que se presupone en el movimiento de los adultos, el otro, en cambio, se mueve con mucha relajación, meciendo sus articulaciones con una languidez que refleja sus diferentes estados de ánimo; uno llega al aeropuerto con el tiempo justo porque sus quehaceres diarios no perdonan, el otro está allí horas ante de la acordada porque es precisamente en ese lugar de tránsito donde puede poner en pausa la sensación de no pertenencia que le aflige; uno es incapaz de dormir en el avión porque las tensiones del día a día imponen sobre sus ojos el peso del insomnio, el otro duerme con facilidad en cualquier sitio porque sólo en los momentos de descanso puede olvidarse de las angustias que convierten su vida en la pesadilla de un sonámbulo. Son precisamente estas aristas sobre las que el director coloca la cámara durante la primera parte de la cinta las que permiten que, al comienzo de la segunda, la desaparición del humor más explícito no se sienta como un giro brusco desintegrado de la estructura —en amarga espiral dramática— de la obra.

    Es en el preciso momento en el que los protagonistas se incorporan al grupo con el que van a realizar un recorrido por los sitios históricos donde tuvo lugar el Holocausto (los guetos judíos, las zonas dedicadas a los héroes de la resistencia y los campos de concentración) cuando las puntas dramáticas que contienen las imágenes comienzan a destacar por encima del tapiz de comedia desenfadada que había predominado hasta ese primer cambio tonal de la narración. A real pain despliega entonces una serie de anotaciones discursivas sobre el dolor, que agrietan con su concatenación de cuestionamientos éticos y estéticos la transparencia de la puesta en escena. Sin embargo, la cantidad de preguntas que lanza Eisenberg sobre la pantalla en un lapso temporal demasiado breve provoca que muchas de ellas no queden sino aplastadas por una ausencia de desarrollo que las convierte en meras enunciaciones que, apuntadas con velocidad e ingenio, no tardan en desvanecerse debido a su propio carácter aforístico. Así, una vez que gran parte de las cartas argumentales han sido destapadas, entran en juego las palabras, convertidas a partir de aquí en el elemento vehicular a través del cual el director expone el nudo discursivo de la cinta.

    Las imágenes de A real pain, que se habían caracterizado hasta ese instante por su carácter traslúcido, por la forma en que se desnudaban de recursos retóricos para que fuesen las gestualidades encendidas de sus protagonistas las que proyectasen el eco de sus rumores emocionales, terminan subordinadas a unos diálogos que exponen con total frontalidad cada conflicto y cada idea. Pero el uso de la palabra que hace Eisenberg, aunque de entrada pueda leerse como un desvío sobre la dificultad de darle cuerpo verbal a los dolores que, presionando desde dentro del silencio, afligen a cada persona, pronto deja al descubierto las carencias de la película, su incapacidad para trasladar visualmente sus meditaciones sobre la mercantilización, por parte de la industria turística, del dolor del pasado, y las formas de afrontar el del presente; sobre la posibilidad misma de asumir la integración de la tristeza y la angustia en la vida cotidiana como un destello, o período, de oscuridad inevitable. Los personajes apuntan sus pensamientos, pero estos no encuentran una traslación verdaderamente cinematográfica, puesto que ni siquiera el uso de los propios diálogos tiene importancia, más allá de su ya mencionado carácter vehicular. Y aunque, siendo muy laxos, se podría apuntar que la palabra funciona como breve, pero intenso estallido a través del que los personajes dejan salir toda la ansiedad que durante gran parte del metraje tienen reprimida, como explosión emocional que no puede hacerse realidad si no es a través de la velocidad fugaz del discurso oral; la idea no tiene la densidad suficiente como para equilibrar los pesos del aparato discursivo. La película avanza, sin embargo, con buen ritmo hasta llegar a un final en forma de círculo que, pese a no a tener la fuerza que su director busca, sí consigue dejar cierto sabor amargo, más por haber iluminado las buenas ideas que Eisenberg no llega a desarrollar, que por su capacidad para transmitir las asperezas de los sentimientos de los personajes. Hay que destacar, sin embargo, que todo el matizado trabajo de escritura de los dos primos protagonistas, cuya construcción -ya se ha dicho- es brillante en tanto que profunda y sugerente, está apoyado en las magníficas interpretaciones de Eisenberg y, sobre todo, Kieran Culkin, quienes ofrecen unas composiciones verdaderamente brillantes. ♦


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