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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La música de John Williams

    || Críticas | DISNEY+ | ★★★☆☆
    La música de John Williams
    Laurent Bouzereau
    Directed by Steven Spielberg


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2024. Título original: Music by John Williams. Director: Laurent Bouzereau. Guion: G. Productores: Sara Bernstein, Laurent Bouzereau, Brian Grazer, Steven Spielberg, Frank Marshall, Kathleen Kennedy, Michael Rosenberg, Markus Keith, Ron Howard. Productoras: Amblin Television, Imagien Documentaries, Lucasfilm, Nedland Media. Fotografía: Toby Thiermann. Música: John Williams. Montaje: Sierra Neal, David Palmer, Jason Summers.

    El hecho de que no figure acreditado ningún guionista y de que la primera persona que sale hablando sea Steven Spielberg y no John Williams, para contar por enésima vez su reacción al escuchar el tema principal de Tiburón (Jaws, 1975), da una idea de la clase de trabajo que es La música de John Williams. Concebido como hagiografía de cabo a rabo por el propio Spielberg, que oficia además como productor, maestro de ceremonias y «muymejoramigo» del homenajeado, se trata de un documental ligero e insustancial cuyo mayor defecto es que no aporta nada que no supieran ya los admiradores del viejo maestro. Y no hablo de aficionados con un punto obsesivo a las bandas sonoras, entre los que me incluyo, sino de seguidores puntuales de la música de cine o de simples aficionados al séptimo arte que, en un momento dado, leyeron la entrada correspondiente a John Williams en la Wikipedia. Porque no exagero si afirmo que La música de John Williams es precisamente eso: una web wiki sin comentarios pendientes de comprobación.

    Flores, besos y abrazos, ternura y admiración sin límites son, por lo tanto, las líneas que guían un trabajo que se alimenta fundamentalmente de entrevistas más o menos recientes a Williams, abundante material fotográfico y audiovisual de archivo, grabaciones caseras de –quién si no– Spielberg y entrevistas específicamente realizadas para este documental a algunos de los colaboradores más queridos del músico y compositor neoyorquino. La lista es tan interminable como frustrante. Al omnipresente Spielberg se suman George Lucas, Kathleen Kennedy, Frank Marshall, Ron Howard, Chris Columbus, J.J. Abrams, James Mangold, Seth MacFarlane, Gustavo Dudamel, Alan Silvestri, Thomas y David Newman, Yo-Yo Ma, Itzhak Perlman, Anne-Sophie Mutter, Chris Martin… Sí, Chris Martin, y varias veces, muchas veces, simplemente porque él y su banda salen al escenario con la música de E.T. (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982). En definitiva, la plana mayor de Amblin y Lucasfilm, y otros compositores y músicos amigos de Williams. Fuera de esos dos ámbitos convenientemente controlados, el desierto.

    Se podrá argüir que para eso es una producción de Spielberg. Cierto. Cada uno hace lo que quiere en su casa y con su Skatergoris. Pero una carrera y una vida tan inmensas como la de Williams merecía, creo, una película algo más compleja y menos pelota; un esfuerzo mayor por parte de ese guionista que no aparece como tal pero sí habla a cámara cada dos por tres: Steven Spielberg. Hay dos temas en los que se nota mucho la desidia y/o una voluntad de pasar de puntillas. No vaya a ser. El primero tiene que ver con la obra de Williams fuera de las órbitas de Lucas y Spielberg, o lo que es lo mismo, el Williams no comercial, alejado de las fanfarrias y los leitmotivs. Se apuntan sus composiciones para Robert Altman y Oliver Stone, sí, porque habría sido un escándalo no hacerlo. Pero ya, rapidito y a otra cosa. La narración no tarda en volver a lo que le han dictado a su director gregario, Laurent Bouzereau, que no es sino armar un documental sobre Spielberg y los viejos buenos tiempos de los años ochenta.

    Muy poco o casi nada hay de la vinculación de Williams con el cine de catástrofes en la década de los setenta, para el que creó unas estructuras y unos tonos que aún hoy siguen vigentes; o de sus trabajos para Mark Rydell –Cuando el río crece (The River, 1984) y Martin Ritt –Cartas a Iris (Stanley & Iris, 1990)–, en los que volcó un profundo conocimiento de la música folk norteamericana. Si bien lo que más llama la atención es el silencio sepulcral alrededor de obras capitales en su trayectoria como el Drácula de John Badham (1979), La furia (The Fury, Brian de Palma, 1978), Monseñor (Monsignor, Frank Perry, 1982), La trama (The Plot, Alfred Hitchcock, 1976) y Missouri (The Missouri Breaks, Arthur Penn, 1976). Lo mismo podría decirse de sus colaboraciones con Barry Levinson, George Miller, Alan J. Pakula, John Singleton y Jean-Jacques Annaud. El mantra es Spielberg y Amblin.

    El segundo agujero negro de la película concierne a la carrera, hasta cierto punto truncada, de Williams como compositor de música no narrativa, off-screen, para entendernos. Muchas veces se ha lamentado el maestro del tiempo que el cine le ha robado para la creación de piezas clásicas, principalmente conciertos y sinfonías. Bouzereau toca este punto de refilón y lo sustituye por la labor de Williams al frente de la Boston Pops Orchestra y, más reciente, su dedicación como concertista para grandes orquestas filarmónicas (Viena, Berlín, Tokio). Pero la cabra (Spielberg) tira al monte, por lo que incluso este matiz culto es rápidamente descolorido con una alabanza desmesurada a la presencia anual de Williams en el Hollywood Bowl de Los Ángeles. El subtexto es evidente: Williams habría podido dar más de sí en otros campos creativos, pero ¿y lo que mola ver a la gente blandir sables de luz mientras come palomitas al ritmo de la Marcha imperial?

    La parte más sólida y equilibrada de La música de John Williams es el primer tercio de metraje, que pasa revista a la vida familiar de Williams, sus años de formación, sus primeros pasos como músico en orquestas de jazz y sus primeras composiciones para series y películas de televisión. Este segmento tiene ritmo, es vivaz, ofrece documentos inéditos de la familia Williams, reivindica trabajos pop de sus inicios y hasta insinúa alguna que otra sombra en la vida aparentemente ejemplar del compositor. ¿Por qué aparece solo su hija y no sus dos hijos, músicos como él? ¿Qué pasó realmente cuando murió su primera esposa? ¿? Esa película desconocida nunca rompe, como tampoco lo hace Bouzereau por encima de la voz de su amo. Se entienden el tributo y la admiración unánimes hacia el compositor de bandas sonoras más célebre y exitoso del último medio siglo en Hollywood. No así que dicho homenaje se enuncie sólo desde un punto de vista y un estilo musical, lo cual limita en buena medida la carrera de Williams a su colaboración con Spielberg. Pese a todo, si uno acaba medianamente satisfecho después de ver esta película es porque durante una hora y cuarenta y cinco minutos ha tenido la oportunidad de escuchar música del maestro. En eso Spielberg siempre tendrá razón: Williams mejora todo lo que toca. ♦


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