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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The human hibernation

    || Críticas | Festival RIZOMA 2024 | ★★★★☆
    The human hibernation
    Anna Cornudella
    Una trenza de tiempo y nieve


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid|

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: The human hibernation. Duración: 90 min. Dirección: Anna Cornudella. Guion: Lluís Sellarés, Anna Cornudella. Música: Emili Bosch Molina. Fotografía: Artur-Pol Camprubí. Compañías: Batiak Films, Japonica Films, ICAA. Reparto: Clara Muck Dietrich, Brian Stevens, Neil O'Neil, Janet Hubbell.

    La nieve ocupa todo el encuadre, se extiende por explanadas y bosques, congela lagos y convierte la pantalla en un lienzo blanco por el que algunos animales se mueven con una mezcla de extrañeza y naturalidad. De repente, un niño sale de un agujero que había permanecido oculto por el manto helado: sus primeros movimientos son titubeantes, mira a su alrededor, tantea la zona, busca algún rostro conocido y, ante la pesada respuesta de la ausencia de personas, decide gritar. Llama a Clara, pero nadie responde; vuelve a gritar, pero el silencio se queda con el sonido agudo de sus palabras y lo hunde en su pecho. Finalmente, al pequeño no le queda más remedio que andar, que recorrer un laberinto de árboles devenidos en grises estructuras glaciales, con la esperanza de encontrar a quien busca o, en todo caso, a alguien que pueda ayudarle. Así transcurren los primeros compases de The Human Hibernation, sin ningún tipo de contexto que pueda arrojar algo de luz sobre el pasado del crío, sobre su identidad o los motivos por los que ha salido de un hoyo. Lo que sigue son quince minutos en los que el niño camina por el bosque intentando sobrevivir; no hay más: sólo tiempo y nieve, nieve y tiempo que se fusionan en una masa fría, pesada e interminable. Los planos pierden toda noción de sentido temporal, se desarraigan, rompen las ataduras que los ligan a unos tiempos fílmicos internos y externos, y, en consecuencia, la película se abstrae: un corte de montaje puede suponer dentro del devenir de la narración una elipsis de apenas unos segundos, de unos pocos minutos o de un puñado de horas.

    En todo caso, daría igual que tanto el protagonista como los espectadores tuviesen alguna forma de medir la ingente cantidad de tiempo sobre la que está construida esta primera parte de la cinta, puesto que la única certeza que hay sobre la pantalla es precisamente esa: la existencia de una trenza de horas y frío que, muy probablemente, terminará con la vida del niño, quien, en determinado punto de su recorrido hacia ninguna parte, se encuentra de frente con unas vacas. Se produce entonces un diálogo entre su rostro y el de los animales que origina una emoción genuina por la maravillosa forma en que está puesto en escena: por un lado, el pequeño, filmado en un plano picado que no denota sino su sensación de inseguridad e impotencia, observa a las vacas con la mirada brillando por una fascinación que surge, precisamente, de su desconocimiento del funcionamiento de los mecanismos del mundo en general y de los del animal en particular; por el otro, los ojos de una de las vacas son encuadrados en un primer plano que permite apreciar la naturalidad con la que asume la presencia del ser humano. En su gesto inmutable se escuchan los ecos de su relación con las personas: si el niño no la ataca ni la violenta, la vaca no le hará nada: no tiene necesidad alguna de hacerlo.

    Sobre esa relación entre el ser humano y los animales cimenta Anna Cornudella su película. La premisa de un futuro distópico en el que no queda nada de la civilización tal y como es en la actualidad y en el que los inviernos tienen una fuerza y duración tan grande que se llevan por delante miles de vidas, le sirve a la cineasta para plantear la posibilidad de otro tipo de sociedad, una estructurada sobre la desestructuración de cualquier tradicionalismo, ya sea en lo que respecta a los núcleos familiares, a la organización del trabajo, o a la relación con los espacios naturales y los seres vivos. La dispersión marca el rumbo de los personajes; muchos de ellos, siendo muy pequeños, fueron abandonados por unos padres biológicos que no los creían con posibilidades de sobrevivir y, en contraposición, fueron criados por las personas que los encontraban tirados en mitad del bosque, que los adoptaban y los cuidaban. La cinta aborda las dinámicas comunicativas que tienen lugar en este nuevo mundo: adoptando una mirada observacional, distante en su gélido retrato de los cuerpos y los sonidos y los lugares, la directora le impone a la narración la densidad de un ritmo pausado en su silenciosa captura de la cotidianidad de unos seres que intentan entender un mundo cuyos misterios se les escapan. Así, la demolición de la dualidad espacial interior-exterior constituye una democratización del entorno, puesto que las construcciones humanas pasan a ser territorio habitable para los animales y las plantas. La puesta en escena también contribuye a consolidar dicha igualdad: las vacas, los jabalíes, las serpientes o las gallinas no forman parte del atrezo ni funcionan como apéndices en movimiento de un decorado, sino que tienen la misma autonomía que los personajes humanos, y, por ello, Cornudella ofrece primeros planos de sus rostros, buscando capturar sus emociones a través del espejo de su mirada.

    Sucede, sin embargo, que cuando la distopía parece estar convirtiéndose en utopía, comienzan a salir a flote una serie de problemáticas que cuestionan el carácter idílico de los hechos narrados: una red de miedos atávicos hace vibrar los cimientos lúdicos de las imágenes, anunciando, en el plano final de la cinta, un seísmo de contaminación, basura y futuras injusticias que bien puede ser leído como un alegato misantrópico en forma de eterno retorno forzado por la cineasta —hagamos lo que hagamos, los seres humanos, por culpa de unas vibraciones mágicas, estamos condenados a relacionarnos de forma injusta y abusiva entre nosotros y con el resto de seres vivos— o como un estruendo de oscuridad con el que busca cuestionar si la no construcción de estructuras sociales que aseguren una verdadera igualdad es una de las causas de dichas injusticias. ♦


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