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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Bodegón con fantasmas

    || Críticas | Festival RIZOMA 2024 | ★★★★☆
    Bodegón con fantasmas
    Enrique Buleo
    Fantasmas en un cuadro costumbrista


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: Bodegón con fantasmas. Duración: 88 min. Dirección: Enrique Buleo. Guion: Enrique Buleo. Música: Sergio Bertran. Fotografía: Gina Ferrer. Compañías: Coproducción España-Serbia; Cuidado con el Perro, Quatre Films, Sideral Films, This and That Productions. Reparto: Jordi Aguilar, Eduardo Antuña, Enric Benavent, Patty Bonet, José Carabias, Pilar Matas, Ferrán Gadea.

    Hay en el primer plano de Bodegón con fantasmas una búsqueda de la simetría que no revela sino una obsesiva necesidad de encontrar, a través de la composición esquemática, un orden visual que permita conciliar dos mundos absolutamente lejanos, unos límites que sean capaces de contener las fugas de un relato que atraviesa el abismo de la mezcla de géneros antagónicos caminando por una cuerda tan fina que resulta, por momentos, casi imperceptible para el ojo humano. Hay, por tanto, en ese primer plano de la cinta un ímpetu por articular un lenguaje fílmico de marcado carácter manierista que, en la absoluta sinceridad con la que subraya su artificiosa superficialidad sin pretender que dicha confesión dirija las imágenes hacia un puerto metacinematográfico, logra transmitir una sensación de candidez arrolladora, pese a que el principal tema sobre el que orbitan sus imágenes es, como deja bien claro el rótulo inicial, la muerte. Y hay, en fin, en ese primer plano una declaración de intenciones con la que Enrique Buleo pretende mostrar la tramoya de su modelo de puesta en escena para que así, desde el exhibicionismo de los mecanismos de su propuesta estética —que también es ética—, las secuencias se carguen de una ligereza, de una desinhibición que permita que la mezcla de estilos cristalice en un todo homogéneo.

    La comedia costumbrista y el cine sobrenatural se mezclan en cada plano de Bodegón con fantasmas, ofreciendo un fresco de situaciones surrealistas cuyo andamiaje es, sin embargo, puramente realista en su forma de acercarse a los espacios y a la cotidianidad de un pueblo de La Mancha. La simetría de la composición inicial se mantiene en los sucesivos encuadres, lo que provoca que mucho antes de haber visto los cinco primeros minutos de metraje, el espectador haya descifrado el aparataje formal que va a marcar el pulso de la obra. La estrategia del director, ya se ha dicho, pasa por construir desde lo conocido, desde lo cercano, utilizando como argamasa el absurdo del día a día: y, por ello, el edificio narrativo resultante está atravesado por la transparencia. Es esta una película de fantasmas, sí, pero una que no utiliza el desconocimiento de lo que se oculta en la oscuridad para generar una tensión afilada que pronto deviene en terror agónico, sino una que ilumina felizmente cada esquina habitada por un ser paranormal para integrarlo dentro de la normalidad que habitan los personajes.

    A una jubilada que pasa el día encerrada en su casa consumiendo vídeos que promueven teorías de la conspiración se le aparece el fantasma de su padre para decirle que siempre se sintió mujer y que quiere que la gente le recuerde como tal; un hombre que padece una enfermedad terminal decide dejar a medias una maqueta para poder volver desde la tumba para terminarla, lo que le permitirá seguir pasando tiempo con su esposa; un sacerdote que está a punto de abandonarlo todo debido a su crisis de fe se cruza con otros dos fantasmas cubiertos por sábanas que le solicitan que la Iglesia —como institución— vuelva a abrir el limbo —espacio en el que, según la religión católica, permanecían aquellas personas que morían sin haber sido bautizadas— porque, de lo contrario, irán al cielo, donde está su padre, que ha hecho méritos de sobra para no estar allí; una sexagenaria intenta que la posea el espíritu de un vecino recién fallecido para poder sentirse querida; y una pareja de hermanos dibuja en la fachada de su casa el rostro de las hijas muertas de sus vecinos para hacerles creer que sus almas vagan por allí. En esencia, estas son las líneas argumentales de cada uno de los segmentos que componen Bodegón con fantasmas.

    Como suele suceder en las obras antológicas, hay capítulos brillantes y otros más prosaicos, pero lo importante es que todos forman parte de un dispositivo que, a través de la inclusión –sin hacer ningún tipo de énfasis en su carácter irracional— de lo esotérico dentro de un marco de representación realista, lo desmitifica, descompone toda la mitología que hay a su alrededor para dejar a la vista únicamente su columna vertebral y la médula absurda que la recorre. Una posesión espectral es una fuente de placer y los fantasmas ya no dan miedo, sino que son meros ejercicios de trilerismo con los que unas personas pretenden sacar el dinero suficiente para evitar que el banco se quede con su casa, o una silueta decolorada que no tiene intención alguna de causar daño a los vivos. La ruptura que Buleo hace del aura telúrica que caracteriza este tipo de creencias atávicas e infundadas es total y, en consecuencia, su acercamiento a ellas es tan original como sugerente. A esto se le tiene que sumar que su mirada humanista, el cariño con el que observa a sus personajes, entronca a la perfección con unos gags en los que la ternura que siente hacia el mundo que retrata se hace palpable y se traslada a los espectadores. El resultado es una película tan divertida y ligera, como interesante en su aproximación a dos géneros en principio opuestos. ♦


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