|| Críticas | ZINEBI 2024 | ★★★★☆ |
A family
Christine Angot
Maldiciones a la muerte de su padre
Javier Acevedo Nieto
ficha técnica:
Francia, 2024. Título original: «Une familie». Dirección: Christine Angot. Guion: Christine Angot. Productoras: Le Bureau. Fotografía: Caroline Champetier, Hugo Martin, Inès Tabarin. Música: Thibault Deboaisne. Reparto: Christine Angot, Thierry Ardisson, Laurent Baffie, Claude Chastagner, Léonore Chastagner, Charly Clovis, Linda Hardy, Rachel Schwartz, Arnaud Viviant, Elizabeth Weber. Duración: 82 minutos.
Francia, 2024. Título original: «Une familie». Dirección: Christine Angot. Guion: Christine Angot. Productoras: Le Bureau. Fotografía: Caroline Champetier, Hugo Martin, Inès Tabarin. Música: Thibault Deboaisne. Reparto: Christine Angot, Thierry Ardisson, Laurent Baffie, Claude Chastagner, Léonore Chastagner, Charly Clovis, Linda Hardy, Rachel Schwartz, Arnaud Viviant, Elizabeth Weber. Duración: 82 minutos.
En Una familia, la escritora y ahora cineasta Christine Angot realiza una operación similar a la efectuada por Achache, pese a que su alcance sea un tanto menor. Angot sufrió abusos y violaciones constantes por parte de su padre durante su infancia con el pleno consentimiento y conocimiento de su familia. ¿Cómo decide mostrar la toxicidad de ciertas ficciones alrededor de la violencia contra las mujeres? Simplemente haciendo suyos los mecanismos del cine documental familiar y el vídeo doméstico. Lo que se ve en las cintas, grabaciones y fotografías de Angot podría ser el enésimo film que se pierde en otro videoensayo melifluo sobre la memoria familiar. En realidad, lo que vemos es la sombra de una mujer acechada por el padre. Es importante decir padre ya que Angot, en las sucesivas entrevistas que mantiene con la exmujer del padre, su primer marido, su madre, su pareja o su propia hija, presta atención a cada uso del lenguaje porque, al fin y al cabo, Una familia es tanto un cuestionamiento de la institución familiar como de los procedimientos del lenguaje que convierten la violencia machista en un relato más que en una realidad. En un momento de la película, la exmujer del padre dice “Tú nunca tuviste un padre, solo un hombre con quien mantuviste una relación”. Angot la corrige y, como escritora, parece saber perfectamente el poder venenoso y serpenteante del lenguaje torcido con el que muchas veces se evita nombrar a las cosas por su nombre.
La autora, que hizo de estos acontecimientos materia artística en El incesto o Una semana de vacaciones, emplea las entrevistas como contrapunto a las grabaciones domésticas. Se trata, en definitiva, de desenmascarar los falsos relatos y consensos alrededor de una idea burguesa y conservadora de la familia como eterno mito del bienestar. Asimismo, Una familia efectúa ingeniera inversa en el motivo de la autoficción ya que, tal y como hacía Achache en Little Girl Blue, aquí la ficción es un cadáver que se disecciona con el propósito de mostrar la fina línea entre la intimidad y la complicidad, el trauma y el enmascaramiento. Por cada entrevistado que Angot hace desfilar por la cámara se abren cientos de silencios tan incómodos como cómplices. Al final, lo que queda de ficción no es el relato de la víctima. Todo lo contrario, la ficción de Una familia se escribe con todo cuanto no se quiso decir y denunciar en su momento. Esto, en tiempos donde se sigue poniendo el foco sobre ellas y se acuñan conceptos tan aparentemente valiosos como “revictimización”, resulta necesario puesto que nunca se había incitado tanto a contar la verdad y, al mismo tiempo, a mediatizarla en forma de relatos. De tanto querer contar la verdad, pareciera que todo continuara siendo una ignominiosa batalla por el relato, como si ellas tuvieran algo que vender.
Angot deja sin escapatoria, enfrentando la mirada incómoda y al lenguaje roto que exponen lo inenarrable. Cada palabra arrastra una verdad cruda que hace que nos cuestionemos el propósito y los límites de la representación. No es un documental complaciente, ni una catarsis fácil: es una invitación desafiante a reconocer cómo los relatos sobre la violencia se diluyen y distorsionan. Y en esa desarticulación de la historia familiar, se logra algo poco habitual: quitar el disfraz a una memoria complaciente. La rabia con la que Angot desmonta esos silencios hasta convertir al padre que se ausentó y luego volvió solo para violarla en una presencia tangible (“ese no es el Pierre Angot que yo creo que existió”, le espeta despavorido otro entrevistado) es acaso el verdadero triunfo de Una familia. La rabia con la que la autoficción desnuda de la cineasta pone a la opinión pública frente al espejo del relato que construyeron sobre su obra (siempre analizada con ambigüedad) es acaso una contundente forma de hacer caer a la representación en su propia trampa: ¿cómo representar aquello que no se quiere ver o contar? Solo con ficciones cómplices que Angot destroza llenando el silencio con la palabra justa. ♦