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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Borgo

    || Críticas | ★★★★☆
    Borgo
    Stéphane Demoustier
    Relatos criminales


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Título original: Borgo. Director: Stéphane Demoustier. Guion: Pascal Garbarini, Stéphane Demoustier. Productores: Jean des Forets, Amélie Jacquis. Productoras: Petit Film, France 3 Cinema, Canal +, Cine +, France TV. Distribuida por: Festival Films. Fotografía: David Chambille. Música: Philippe Sarde. Montaje: Damien Maestraggi. Diseño de Vestuario: Céline Brelaud. Diseño de producción: Catherine Cosme. Reparto: Hafsia Herzi, Moussa Mansaly, Louis Memmi, Michel Fau, Pablo Pauly, Florence Loiret Caille, Anthony Morganti, Henri- Noël Tabary.

    Parece que el cine francés siempre tiene un as en la manga para moverse con habilidad por la intersección de géneros utilizando parámetros clásicos y transitando, de manera eficaz y sencilla, elementos tradicionales de su cinematografía. El cineasta Stéphane Demoustier ya recurrió en La chica del brazalete (2019) a los tropos y recursos del drama judicial, y ahora con su último filme, Borgo (2023), alberga una seductora miscelánea de thriller criminal, subgénero carcelario y polar francés. Desde los primeros segundos de cinta apreciamos el interés por simular características afines al género policíaco con una cámara inmersiva que nos adentra en el interior de un coche de policía. Una música de carácter hermanniano, compuesta por el veterano compositor Philippe Sarde, nos indica en un breve plano secuencia, la llegada al escenario de un crimen en donde vemos dos cadáveres en el suelo justo a la entrada de un aeropuerto. La cámara se centra en esos cuerpos y fija nuestra atención en una gota de sangre que precede al título de la película sobreimpresionado en la pantalla. Estamos ante un inicio orgánico, que sin duda evoca a los relatos criminales escritos y dirigidos por José Giovanni, en paralelo a ese cine de concienciación y denuncia que tan buenos frutos dieron en los años 60 y 70. En este sentido no es un azar que la historia de Borgo suceda en una prisión ligando con el subgénero carcelario, teniendo en cuenta el oscuro pasado del propio Giovanni que según sus propias palabras no hubiera sido escritor sin su paso por la cárcel. El aclamado director de Ultimo domicilio conocido (1970) elude la pena de muerte y aprovecha sus años de reclusión para indagar y escribir sobre los hampones y la criminalidad, y acuña el termino polar para referirse a todo un estilo capaz de cubrir la mitología propia del delincuente. Giovanni explora la masculinidad, la amistad y los códigos de honor, con un apasionado constructo melancólico. Tampoco será casualidad las evidentes correspondencias entre Borgo y muchas de sus películas, especialmente Dos hombres en la ciudad (1973), o La última esperanza (1976), en el retrato de la imposibilidad de redención y fatal destino de los ex convictos.

    Con Borgo estamos ante una transliteración de los elementos básicos del polar, por un lado, la atmósfera gélida, grisácea, de cine negro, con escenarios neblinosos cercanos a la costa que articulan un paisaje misterioso e intrigante. Por otro, la investigación policial llevada a cabo por el comisario interpretado por Michel Fau, de características parecidas a la de un Michel Serrault o un Lino Ventura. Y por último la escritura del personaje principal, en este caso un intercambio de roles masculino femenino muy bien integrado en el relato y que nos sitúa en el epicentro de la agente de prisiones, Melissa (excelente Hafsia Herzi). La imagen pivota sobre la mujer como foco principal rodeada y limitada por hombres en una resistencia y lucha consigo misma. El guion aplica una realista y veraz urdimbre en el que proyectar y someter un cine de idiosincrasia popular, dándole vueltas a los estilemas básicos del género. Es también determinante el hecho de que Melissa no distinga los límites de un lado u otro del espectro difuminados por la difícil situación personal que atraviesa junto a su marido y sus hijos. Han viajado del continente, el arraigo telúrico de un espacio tangible, a mudarse a una isla, en el que el ecosistema insular la sumerge y mantiene bajo una presión constante. El ambiente flotante de Córcega y su particular forma de vida, afectan a la protagonista hasta el punto de alejarla de las responsabilidades tanto laborales como familiares.

    No debe extrañar, por tanto, que el lenguaje convocado por Demoustier sea el de la inestabilidad, el caos y la opresión. El director filma dejando apenas entrever grandes escenarios o espacios, normalmente a través de una óptica cerrada o de corto alcance, con muchos primeros planos y temblorosos movimientos de cámara que coordinan con el periplo emocional de Melissa. Mismamente el dibujo que se hace de la prisión no difiere en absoluto del retrato de su nuevo hogar, en un típico barrio corso en el que tienen que luchar contra la hostilidad y las actitudes racistas de sus vecinos. Esto subraya la idea generalizada de estar enjaulados, en una construcción difusa que no distingue el bien del mal; la cárcel del mundo exterior, la libertad con la privación de esta, y más que nada, como bien indica la directora de la prisión, damos la sensación de estar en un lugar donde los presos son los que vigilan a los guardias y no a la inversa. Precisamente esa inversión reabre las vicisitudes de un relato fiel reflejo de una sociedad contraída, que tiene mucho que decir acerca de la mitología del crimen y sus repercusiones en el imaginario colectivo. La relación de Melissa con los prisioneros corsos se hará cada vez más estrecha, rompiendo cualquier barrera idiomática entre ellos comparable al de la propia naturaleza del lugar. Por ello mismo los únicos planos generales en donde podemos respirar y contemplar escenarios abiertos con el mar y el cielo de la isla serán aquellos que Melissa comparte con Saveriu (Louis Memmi), uno de los jóvenes reclusos con el que ya tuvo relación atrás en una prisión del continente. Las escenas juntos suponen una ruptura con el ambiente tenso y lúgubre de la ciudad. Por ejemplo, destaca la escena de las prácticas de tiro con el mar al fondo símbolo de libertad y expansión, y la habitual luz mortecina dando paso a una luz melancólica mucho más hermosa y redentora.

    Pero esto no es todo. Si Demoustier teledirige con su especial intensidad transformando lo que parece un montaje paralelo en una estructura no lineal, es debido a la fuerza bruta que transmiten sus planos. Los cuales pulsionan el interés y atención del espectador confundido hasta que las piezas encajan por completo. Un estilo visual que se parece al de Cédric Jimenez, puestos a citar arqueologías mucho más contemporáneas, henchido de estímulos de montaje, sonidos y de texturas granuladas, opacas y correosas. Su inspiración es la de los bajos fondos, en una jugosa escala de grises con la noche y la lluvia marcando imágenes de intriga y de sospecha. Entremedias, la escritura deletrea alto y claro las fugas de un cine de denuncia, con temas de eterna actualidad como el choque cultural, la complicada integración y acogida de un lugar a otro, el racismo, y las teorías acerca de la monstruosidad que emanan de cualquier tipo de persona en según qué contexto o accidente. El paréntesis de un mínimo conato de amor, o de amistad - la epidérmica relación de Melissa con Saveriu -, es el acicate para reflotar conductas poco éticas pero unidas y fusionadas a la supervivencia. Contamos con escenas rodadas de forma un tanto asépticas como la del interrogatorio, con el uso de plano contra plano, pero que sirven de contraste para llevarnos hacia un final bello a bordo del ferry camino de nuevo al continente. De vuelta al principio alejándose de la isla y de los fantasmas que la habitan en un nuevo amanecer en el horizonte. Borgo es un sobresaliente y habilidoso cruce de géneros y sobre todo una brillante traducción de los resortes y claves del polar a los tiempos actuales. ♦


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