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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Un baño propio

    || Críticas | Mostra de Valencia 2024 | ★★★☆☆ |
    Un baño propio
    Lucía Casañ Rodríguez
    Artesanía local


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: Un bany propi. Dirección y guion: Lucía Casañ Rodríguez. Fotografía: Borja V. Salom. Música: Vicente Barrière. Reparto: Núria González, Carles Sanjaime, Amparo Báguena, Antonio Martínez, Manu Valls.

    Conviene comenzar señalando que Un bany propi es una película dislocada en la cartelera de 2024. No lo digo como un demérito, sino más bien para dejar constancia de mi sorpresa. Es complicado trazar herencias que la conecten con el «Otro Nuevo Cine Español Femenino», o con el cine comercial que busca amasar espectadores con tramas familiares y niños salaos hasta la saciedad. Antes bien, la película de Casañ parece haberse quedado congelada desde principios de milenio, haberse macerado en un esquinazo de la Historia del Cine y haber aparecido de pronto, como un Objeto Fílmico No Identificado, entre nosotros. En cierta medida, y por concretar, es una película de cuando la etiqueta «posmodernidad» todavía tenía algo de sentido y la hibridación, la cita, la autoconciencia irónica y la metarreferencialidad amable eran moneda de cambio.

    En esta dirección, Casañ parece estar mirando de manera directa y no siempre disimulada a la Amelié (Le Fabuleux destin d´Amélie Poulain, 2001) de Jean-Pierre Jeunet. Una película que, como ustedes saben, ha envejecido de manera irregular y que aquí se actualiza para rescatar quizá lo mejor que tenía la fórmula del director francés: una cierta levedad cómica a partir de las buenas intenciones, una colorimetría apoyada en rojos y verdes, un tratamiento entre elegante y cañí de los interiores y una estructura entre episódica y lineal —volveré sobre esta idea— que hace que el personaje crezca incluso más que la propia película que lo contiene.

    Veinte años después, esta Amelié valenciana —una soberbia Núria González que sostiene con enorme fuerza incluso las escenas más problemáticas— es una mujer ya entrada en años que se empeña en practicar la actividad literaria. Pese a estar atrapada en un destino aparentemente monótono y condenada a una ritualidad doméstica y absurda, genera un mundo necesariamente esperpéntico alrededor de los baños de propios y extraños, a los que convierte en un microcosmos de su(s) propia(s) existencia(s). El punto de partida es original y arriesgado, pero pronto se agota en una serie de metáforas ligeramente forzadas: un pez «encerrado» en su pecera, unos familiares grotescos a los que, no sabemos muy bien por qué, la protagonista se empeña en aferrarse a pesar de recibir una cuantiosísima herencia, una persecución que parece remitir al Vértigo de Hitchcock (1958) pero que no llega más allá de la cita cinéfila. Del mismo modo, tampoco sabemos muy bien cuál es el talento literario de la protagonista, ya que el uso de la «voz en off» —un recurso que se agota dramáticamente en el último tercio de película, cuando se utiliza para hacer empujar una narración que ha perdido todos los nexos causales— hila hasta el final una serie de reflexiones desabridas, entre lo edulcorado y lo esperpéntico.

    Sin embargo, Un bany propi tiene un muy solvente aparataje visual que consigue opacar gran parte de los problemas narrativos. La dirección de arte, por ejemplo, es un prodigio de inventiva, control y gusto. Los objetos están perfectamente dispuestos en el encuadre, generando una atmósfera riquísima —muy beneficiada, además, por una exquisita dirección de fotografía que comprende perfectamente cada uno de los espacios y sabe cómo retratarlos—, produciendo un deleite de texturas, movimientos y colores. El uso de los grandes angulares, o de la captación de espacios estrechos (pasillos, los propios retretes) va componiendo progresivamente una reflexión muy medida sobre el espacio. Hay, además, un cierto tratamiento de la temporalidad en el filme que contribuye a esa sensación de desencaje visual de la que hablaba antes y que dota a la propuesta de una personalidad, cuanto menos, curiosa. Por un lado, los objetos y el vestuario de gran parte de los protagonistas remite a los años cincuenta y a las fórmulas de reconstrucción histórica con las que hoy parte de la televisión remite al clasicismo. Por otro lado, otros segmentos de la cinta apuntan más bien al camp de los ochenta y juegan a un tipo de humor escatológico más propio del cine español de la transición que al de nuestros tiempos. La cinta va fluyendo así entre un recurso y otro, oscilando entre diferentes lugares y haciéndose grande, justo es reconocerlo, precisamente cuando deja atrás su obligación de «contar una historia» y juega con los recursos oníricos. Los sueños y alucinaciones de la protagonista son realmente potentes y hay una secuencia de escenas en plano fijo que utiliza como único recurso una puerta que se abre para el espectador realmente bien trazada.

    Casañ ha rodado una ópera prima con mucha dedicación y apoyándose en un equipo técnico que ha sabido dotar de sentido a sus intuiciones como narradora. Los problemas emergen cuando, paradójicamente, una película que defiende la literatura no termina de construir con coherencia interna su propio relato. Esa oscilación entre lo episódico y lo lineal que señalaba antes acaba pasando factura porque en ocasiones parece que contemplamos simplemente una colección de estampas, de fragmentos deslavazados en los que los actos no tienen consecuencias. Los personajes se traicionan, se desprecian, se encuentran o se reconcilian por fuerzas ajenas a la narración que muchas veces resultan casi imposibles de comprender. Otro tanto pasa con el diseño interno de las secuencias, que a menudo confía simplemente en la buena naturaleza de los personajes o se apoya en gags con resolución desigual. Sin embargo, este tipo de trastabilleos no impiden concluir que la película tiene el encanto de la artesanía local, o que sus imágenes han sido construidas con una seriedad y una profesionalidad fuera de toda duda. ♦

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