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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Smile 2

    || Críticas | ★★★★☆
    Smile 2
    Parker Finn
    La mueca torcida del horror


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: Smile 2. Dirección: Parker Finn. Guion: Parker Finn. Producción: Marty Bowen, Parker Finn, Wyck Godfrey, Isaac Klausner, Robert Salerno. Productoras: Paramount Pictures, Paramount Players, Temple Hill Entertainment, Bad Feeling. Distribuidora: Paramount Pictures. Fotografía: Charlie Sarroff. Música: Cristobal Tapia de Veer. Montaje: Elliot Greenberg. Reparto: Naomi Scott, Kyle Gallner, Rosemarie DeWitt, Dylan Gelula, Lukas Gage, Miles Gutierrez-Riley, Ray Nicholson, Peter Jacobson, Raúl Castillo.

    Hollywood no podía dejar escapar la posibilidad de exprimir su nueva gallina de los huevos de oro que fue Smile (2020), una relativamente modesta cinta de terror de solo 17 millones de dólares de presupuesto, fácilmente amortizables, que terminaría generando unas impresionantes ganancias de casi 214 millones de la misma moneda en todo el mundo. Su director novel, Parker Finn, tomó un cortometraje suyo, rodado dos años antes, Laura Hasn't Slept (2020), y desarrolló su premisa, indagando en una suerte de maldición en cadena en la que una terrorífica sonrisa se dibuja en el rostro de sus víctimas antes de suicidarse, siendo la persona que presencia la muerte quien continuará cargando con una serie de extraños sucesos y visiones difícilmente soportables. En este caso, la película se centra en la pesadilla que vivirá la psicoanalista brillantemente interpretada por Sosie Bacon, después de que esta presenciara cómo una paciente se quitaba la vida ante sus ojos. Puede que el tema de la película no sea todo lo novedoso que se pretende, ya que recuerda demasiado al punto de partida de una de las obras maestras más recientes del género, la rompedora It Follows (David Robert Mitchell, 2014), donde la maldición de turno se transmitía manteniendo relaciones sexuales. A su vez, este tipo de maldiciones en cadena, provistas de sus propias mitologías, han sido muchas veces tratadas en la gran pantalla, sobre todo, desde clásicos del J-Horror como The Ring (El círculo) (Hideo Nakata, 1998), La maldición (The Grudge) (Takashi Shimizu, 2002) o Llamada perdida (Takashi Miike, 2003), todos replicados después en sus correspondientes remakes norteamericanos que supieron dar en la diana de la taquilla, evidenciando el atractivo que este subgénero tiene para la audiencia. Con mayor o menor originalidad, lo cierto es que Smile supo contentar al gran público y a una crítica que supo valorar muy positivamente la capacidad de esta ópera prima para generar auténtico terror con algo tan simple como una sonrisa. Solo dos años ha tardado su director en estrenar una obligada secuela, Smile 2 (2024), más grande y ambiciosa –la inversión se dispara, esta vez, hasta los 28 millones, casi el doble de su antecesora–, sí, pero, también, con la intención de no limitarse a ser una mera repetición, sino de ser aún más espeluznante. Y vaya si lo consigue.

    La secuela comienza con un apabullante plano secuencia que trae de vuelta al único superviviente de la primera película, el agente de policía encarnado por Kyle Gallner, que, como recordamos, quedó infectado por la maldición de la sonrisa mortal. Un virtuoso (tanto en lo técnico como en su capacidad de impacto) inicio de viaje, que precederá a la presentación de la que será la nueva protagonista de la función, una estrella del pop que responde al nombre de Skye Riley. Naomi Scott es la encargada de meterse en la piel de una artista fenómeno de masas que ve cómo su ya estresante vida se complica mucho más cuando es alcanzada por una maldición que hará que sufra horribles visiones que empezarán a minar su frágil salud mental. Acierta (y mucho) el guion de Finn en la desangelada radiografía que se hace de los entresijos del mundo de la música. Mostrando la cara menos amable del negocio. El personaje de Skye, a diferencia del que encarnó Seleka bajo las órdenes de su padre, M. Night Shyamalan, en la reciente La trampa (2024), no solo vive perseguida por hordas de fans que siguen cada nuevo movimiento de su ídolo, sino que sufre la presión constante de lo que supone cumplir con cada compromiso profesional, aun cuando no dispone de las fuerzas ni la concentración necesarias. El personaje de la madre y mánager de la protagonista, estupendamente llevado por Rosemarie DeWitt, representa la ambición y la falta de escrúpulos o un mínimo de empatía hacia una hija que trata de remontar su carrera después de que un trágico suceso en el que perdería la vida su novio, amenazara con ponerle fin. Es en la elección de Naomi Scott para el papel de Skye donde el director ha encontrado su mayor acierto, ya que la actriz se deja la piel en una de las actuaciones femeninas más brutales que el género verá este año –en seria competencia con las no menos magnéticas Demi Moore y Margaret Qualley de La sustancia (Coralie Fargeat, 2024)–, donde nos creeremos completamente toda la espiral de traumas, adicciones a las drogas y horripilantes experiencias paranormales por las que se ve arrastrada.

    Smile 2 cumple plenamente con las expectativas generadas en torno a su realizador, saludado en su debut como una de las nuevas esperanzas del género, y aquí, por fin, confirmado como uno de los nombres a seguir en los próximos años –nos morimos por ver qué hará en su relectura de La posesión (Andrzej Zulawski, 1981), planeada para 2015–. Finn ha sabido rizar el rizo y entregar lo que tendría que ser una secuela modélica, una continuación que expande lo ya conocido hasta terrenos más interesantes y peligrosos, y que multiplica el número de escenas de terror impactantes, no escatimando en gore a la hora de mostrar unas muertes de lo más truculentas. La atmosférica música de Cristobal Tapia de Veer y el elegante estilo visual que le confiere la fotografía de Charlie Sarroff son los perfectos aliados para que Smile 2 sea, más que una genial película de terror (que lo es), una inmersiva experiencia que podría definirse como lo más cercano a una pesadilla vivida por Taylor Swift colocada hasta arriba de alcohol y pastillas. No solo despierta múltiples escalofríos, a través de momentos, desde ya icónicos, como los de la protagonista asediada en su habitación por un grupo de bailarines “sonrientes”, que parecen moverse siguiendo una espeluznante coreografía, o la breve (pero intensa) aparición de Ray Nicholson, heredero natural de la acongojante sonrisa de su padre Jack Nicholson en El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), sino que también resulta un espectáculo absolutamente divertido, ya que sabe llevar lo bizarro de muchas de sus situaciones hasta el límite, culminando en uno de los finales más espectaculares y redondos del año, que el mismísimo Brian De Palma de Carrie (1976) aplaudiría a rabiar. En definitiva, es más de lo mismo en su mezcla de realidad y pesadilla, aunque, esta vez, el concepto está llevado al extremo y con una protagonista perfecta, a la que la historia pone al límite en cada minuto de sus dos horas de metraje. Todo aquí es más excesivo, alocado y ruidoso que en su anterior capítulo, pero, en esta ocasión, no debe tomarse como algo negativo, sino que logra que su propuesta triunfe también como una oscurísima sátira que habla de los sacrificios que conlleva el camino hacia el éxito, sacando el monstruo que todos llevamos dentro. Y, en este sentido, funcionaría de maravilla en un programa doble junto a la antes mencionada La sustancia, nada apto para estómagos sensibles, eso sí. ♦


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