|| Críticas | Seminci 2024 | ★★★☆☆ ½
Sex
Dag Johan Haugerud
Diálogos y percepciones
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Noruega, 2024. Título original: Sex. Duración: 125 min. Dirección: Dag Johan Haugerud. Guion: Dag Johan Haugerud. Música: Peder Kjellsby. Fotografía: Cecilie Semec. Comapañías: Motlys, Oslo Filmfond, Viaplay Group, Norsk Filminstitutt, Nordisk Film, ArtHaus. Distribuidora: ArtHaus. Reparto: Thorbjørn Harr, Jan Gunnar Røise.
Noruega, 2024. Título original: Sex. Duración: 125 min. Dirección: Dag Johan Haugerud. Guion: Dag Johan Haugerud. Música: Peder Kjellsby. Fotografía: Cecilie Semec. Comapañías: Motlys, Oslo Filmfond, Viaplay Group, Norsk Filminstitutt, Nordisk Film, ArtHaus. Distribuidora: ArtHaus. Reparto: Thorbjørn Harr, Jan Gunnar Røise.
Pieza inicial de una trilogía que completan Love —proyectada en la reciente edición del Festival de Venecia— y Dreams —aún por estrenarse—, y Premio del Público en la sección Panoramas de Berlín, la película bien puede ser vista como una puesta al día de los preceptos éticos y estéticos sobre los que Rohmer levantó su filmografía. No es esta, por tanto, una obra sobre el sexo, sino, más bien, sobre la percepción que sus protagonistas tienen del sexo, sobre el modo en que lo piensan e intelectualizan, intentando desplegar a través de su encorsetamiento teórico un control férreo sobre él. Sex es, en fin, un fresco de subjetividades que dialogan, se dan la razón, se refutan, se contradicen, se niegan y se acompañan sin que, desde una posición superior, la mirada del director las juzgue o las cuestione: Haugerud no tiene intención de poner en entredicho a nadie, mucho menos de teorizar él mismo sobre los cauces por los que fluye el deseo en la actualidad. Su única intención es observar; de ahí que componga una puesta en escena transparente en su más rotunda objetividad.
El despojamiento de recursos expresivos al que se ve sometida la imagen es de un ascetismo total, pero la operación lo requiere: para que los personajes tengan espacio para expresarse sin coerciones de ningún tipo, cualquier gesto mínimamente enfático debe desaparecer: un movimiento de cámara que encuadra a un sujeto en favor de otro, un primer plano que le concede más importancia a un rostro que al de al lado, o una pieza de música que comienza a sonar durante una de las múltiples y larguísimas conversaciones, imponiéndole un tono concreto; todos son elementos innecesarios, sobrantes, dentro del lenguaje fílmico de una película rigurosa y helada, cuya ausencia de lirismo supone la principal diferencia con las obras de Rohmer.
Dos deshollinadores charlan durante su rato de descanso: uno cuenta que lleva tiempo teniendo un sueño recurrente en el que David Bowie le mira con deseo; el otro, felizmente casado con una mujer —la afirmación de su heterosexualidad es una constante que se repite a lo largo del metraje—, le responde confesando que el día anterior se había acostado con uno de sus clientes, porque este le “había observado como nunca nadie lo había hecho”, sin esperar nada de él. A partir de esta premisa, se desencadena una concatenación de secuencias de estructura teatral —un par de personas conversan en la misma estancia durante varios minutos— en las que los protagonistas intentan comprender esas pulsiones irracionales que han puesto sus vidas patas arribas. El primero le oculta a su familia sus dudas y ansias, al mismo tiempo que no deja de cuestionar cada aspecto de su identidad —desde su género, pasando por su orientación sexual, hasta llegar a su religiosidad—; el segundo, por su parte, gestiona como puede el terremoto que él mismo ha generado dentro de su matrimonio al contarle a su mujer su encuentro sexual con otro hombre. El motor que mueve cada frase es la necesidad de mantener todo como está, de negar las fracciones de la identidad que cuestionan el modelo de familia burguesa tradicional o que amenazan una masculinidad que pronto se descubre máscara frágil, pero opresiva. El uso que se hace de la palabra, por tanto, está marcado por el miedo: la racionalización de un acto impulsivo funciona como mecanismo de defensa; cuando el deseo, torrente de agua de fuerza incontrolable, rompe uno de los muros que frenaba su avance, los personajes levantan otro un poco más fuerte y amplio para contenerlo. El engaño, sin embargo, no se puede mantener eternamente: el silencio termina imponiéndose y, con él, la aceptación, por parte de los personajes, de sus respectivas identidades. ♦