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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Serpent's Path (蛇の道)

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★★☆☆
    Serpent's Path
    Kiyoshi Kurosawa
    Cuando todo ha terminado


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    Francia, Japón, Bélgica, 2024. Título original: Le chemin du serpent/ 蛇の道 / Hebi no michi. Duración: 113 min. Dirección: Kiyoshi Kurosawa. Guion: Kiyowshi Kurosawa, Hiroshi Takahashi. Música: Nicolas Erréra. Fotografía: Alexis Kavyrchine. Compañías: Cinéfrance Studios, Kadokawa Pictures, Kadokawa- Reparto: Kou Shibasaki, Damien Bonnard, Mathieu Amalric, Munetaka Aoki, Gregoire Colin, Slimane Dazi.

    Las películas de venganza constituyen todo un subgénero cinematográfico en sí mismo: autores como Ingmar Bergman, Sam Peckinpah o Quentin Tarantino han utilizado su esquema narrativo y dramático como base sobre la que sostener reflexiones sobre sus particulares obsesiones. Así, de entre todas las cintas que hablan sobre la venganza, puede que sea Irreversible, de Gaspar Noé, la que con más fuerza y más radicalidad haya, precisamente, ahondado en las verdaderas implicaciones del ojo por ojo, la que con más firmeza haya empleado unos códigos que, mayormente, han servido para introducir la agresión dentro de unos marcos expositivos que, si bien no la normalizaban, sí que afirmaban sus supuestas propiedades catárticas, para cuestionar dicho discurso. La segunda cinta de Noé era una refutación taxativa de la venganza, puesto que giraba en bucle por la pantalla, negando cualquier atisbo de satisfacción que esta pudiese provocar en quienes la llevasen a cabo. Si bien es cierto que la película se estructuraba alrededor del lema “el tiempo lo destruye todo”, lo que verdaderamente importaba era lo que latía bajo sus imágenes teñidas de rojo y negro; es decir, la idea de que la violencia sólo genera más violencia, de que la muerte se solapa con la muerte y de que el sinsentido lo invade todo después de un derramamiento de sangre.

    Pues bien, en Serpent's Path, Kiyoshi Kurosawa propone una relectura del subgénero en cuestión, protagonizada por unos seres esquinados por su propia paranoia, que caminan sobre el filo oxidado de la ira intentando ordenar y dar sentido a unas existencias, las suyas, ensombrecidas desde hace tiempo por los tonos oscuros de la desesperación. El realizador japonés, tomando como punto de partida su propia película de 1998, configura, primero, un andamiaje estilizado, distante y orgullosamente calculado al milímetro, que pueda sostener el telón blanco sobre el que, después, va a escribir, a veces con una caligrafía que de puro absurda terminará resultando cómica, a veces con una cuya sordidez no hará sino delatar su tristeza reprimida, un ensayo sobre el vacío que precede a la venganza. Los códigos formales que emplea el autor de La mujer del espía tienen como finalidad retratar con un distanciamiento innegociable una amalgama de estallidos, disparos, gemidos, confesiones erosionadas por la punta de la duda, y miradas de hielo e inexpresividad, que se extiende a lo largo y ancho de la pantalla, impidiendo que haya unos marcos estructurales que contengan las constantes derivas de una narración que termina convertida en una concatenación de quiebros y rupturas.

    Es Serpent's Path, por tanto, una obra mutante que no tiene miedo de cambiar la piel cada pocas secuencias, y que busca, a través de la redundante extensión de su metraje, ofrecer argumentos que fortalezcan su núcleo conceptual para demostrar que su tesis es correcta. Porque sí, Kurosawa deja claro desde la gelidez del plano inicial que esta es una película de tesis: al igual que en Irreversible, aquí la violencia no genera sino más violencia, pero, en este caso, el bucle de secuestros, torturas y asesinatos tiene como finalidad última ocultar el vacío ilógico que lo envuelve todo. Los protagonistas, conscientes de que lo que están haciendo no les va a devolver a sus seres queridos, ni va a aliviar el dolor que les corroe, ni va a darle sentido a unas vidas que carecen de él, continúan matando para no aceptar que su plan inicial era un completo despropósito que nada bueno les iba a traer. La venganza se consuma sin que haya una catarsis emocional, una epifanía que arroje algo de sentido a lo narrado, ni un sólo fulgor catártico. Entremedias, el director confecciona unas escenas que se mueven entre lo hilarante —risas nerviosas— y lo terrorífico: resulta brillante la forma en que Kurosawa utiliza la profundidad de campo y los planos generales para encuadrar al mismo tiempo a unos cuantos personajes, retratando desde una perspectiva ridícula —la posición de sus cuerpos y los códigos gestuales dentro de los que pueden moverse según su carácter de dominador o dominado son un elemento fundamental para conseguir que la atmósfera, además de turbia, resulte absurda— la violencia a la que se someten entre ellos. El carácter hermético de los protagonistas impide que los espectadores puedan generar vínculos emocionales con ellos, y las interpretaciones desdramatizadas que ofrecen los actores los convierten en extrañas máquinas de matar que, pese a que llegan a expresar verbalmente la aflicción a la que se enfrentan cada día, nunca llegan a despertar un mínimo de empatía. Así, cuando todo ha terminado, cuando los cadáveres no se pueden contar ni con los dedos de diez manos y el escenario está lleno de sangre, la única certeza que se aprecia desde la platea es la de un vacío insoslayable. ♦


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