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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Septiembre dice

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★☆☆☆
    Septiembre dice
    Ariane Labed
    Potencial desperdiciado


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Irlanda, Reino Unido, Alemania, Francia, 2024. Título original: September says. Duración 100 min. Dirección: Ariane Labed. Guion: Ariane Labed. Fotografía: Balthazar Lab. Compañías: Sackville Film and Television Productions, Element Films, Cry Baby Productions, BBC Film, The Match Factory, Eurimages. Reparto: Mia Tharia, Pascale Kann, Rakhee Thakrar.

    La relación entre Julio y Septiembre, dos hermanas que han creado un vínculo que sobrepasa los límites de lo fraternal para hundirse en terrenos ambiguos y, por momentos, inquietantes, encuentra su transposición visual en un plano general que las encuadra juntas, una al lado de la otra, estableciendo una composición frontal y simétrica —a lo Ulrich Seidl— que se irá repitiendo a lo largo del metraje. La relación entre ellas parece ser, en un primer momento, simbiótica: la primera es tímida, despistada e ingenua, y sus compañeros de clase se ríen de ella, la insultan y la agreden físicamente; la segunda siempre toma la iniciativa, expresa sus emociones de forma visceral, sin cortapisas, no tiene miedo de decir lo que piensa, y se enfrenta a quien sea con tal de defender a su hermana. El tercer vértice del triángulo es una madre, a ratos ausente —no se inquieta mínimamente cuando Julio llega a casa con una brecha en la cara tras haber recibido un golpe en el colegio—, que trabaja como fotógrafa y diseñadora de moda, y que, de vez en cuando, se encierra en su habitación durante horas para evadirse no tanto del mundo, como de sus propias hijas, a quienes utiliza como modelo para sus trabajos. Las tres configuran un espacio seguro —un sofá rodeado de mantas que simula un pequeño refugio de tela y calor— dentro de otro —el propio salón—, donde interactúan utilizando unos códigos extraños que sólo ellas entienden: silbidos, gruñidos, sonidos de animales y demás onomatopeyas conforman el alfabeto intransferible alrededor del cual articulan su relación. Como el mundo exterior es hostil, la ruptura con él debe de ser total; de ahí que la relación entre las protagonistas se caracterice por el radicalismo de sus formas y el hermetismo de su fondo emocional, marcado con fuerza por un pasado que Ariane Labed encierra en un férreo fuero de campo.

    La primera parte de Septiembre dice está construida, por tanto, desde la repetición: se repite el motivo visual descrito al inicio para crear, a partir del plano conjunto, una armonía compositiva que estabiliza a los personajes y transmite cierta sensación de calma al reducir —que no eliminar— las posibilidades de que la violencia irrumpa en la imagen; se repite la rutina diaria de las hermanas —marcada por las constantes agresiones que sufre Julio y las constantes expulsiones con las que los profesores castigan a Septiembre por enfrentarse a sus acosadores—, cuyo retrato, marcado por una frialdad escénica que roza la aspereza, muestra con un tono entre irónico y desolador la forma en que el propio centro escolar metaboliza el bullying dentro de sus dinámicas cotidianas e integra dentro de su ´normalidad´ el hecho de castigar a quien planta cara a los bullers; se repiten las particulares articulaciones gestuales y verbales de las niñas con tal fijación que terminan convertidas en ritos verdaderamente inquietantes debido a su carácter tanto inaprensible como incompresible. La directora, en fin, construye a través de la concatenación de un puñado de acciones una atmósfera malsana que se vuelve más asfixiante a medida que van surgiendo más interrogantes desde los vacíos del fuera de campo.

    Y, de repente, el triángulo afectivo se ve infectado por una violencia que no viene del el mundo exterior, sino que surge desde su propio corazón; algunos resquicios del pasado se abren paso entre la rígida estructura de la cinta para sugerir, por un lado, que entre madre e hijas hay una relación de dominación que consiste en el moldeamiento interesado y por momentos mezquino —ese “no le digáis que es guapa o se lo terminará creyendo— que la primera aplica en las identidades de las segundas; y, por otro, que el vínculo entre las hermanas no es simbiótico, sino parasitario. Todo esto sucede en los primeros treinta minutos de metraje. A partir de ahí, la narración se detiene, los escenarios cambian y los personajes terminan desdibujados debido al propio aislamiento al que la directora los somete. La dilatación de los tiempos, lejos de intensificar el malestar y la extrañeza que conforman la atmósfera inquietante de la cinta, favorece su disolución: sin tensiones dramáticas externas que condicionen a las protagonistas, sus ritos terminan cerrados sobre sí mismos, el interés por ellos decae, las imágenes se vuelven prosaicas y las ideas que estaban siendo desarrolladas se estancan. Así, hasta llegar a un tercio final en el que Labed abraza un efectismo burdo, se saca de la manga un giro de guion tan sorprendente como, a esas alturas, innecesario, y termina de hundir una película que tenía mucho potencial. ♦


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