|| Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★☆☆☆☆
The last showgirl
Gia Coppola
Historias de autosuperación
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Estados Unidos, 2024. Título original: The last showgirl. Año: 2024. Duración: 86 min. Dirección: Gia Coppola. Guion: Kate Gersten. Música: Andrew Wyatt. Fotografía: Autumn Durald. Compañías: Utopia, Digital Ignition Entertainment, High Frequency Entertainment, Pinky Promise. Reparto: Pamela Anderson, Dave Bautista, Jamie Lee Curtis.
Estados Unidos, 2024. Título original: The last showgirl. Año: 2024. Duración: 86 min. Dirección: Gia Coppola. Guion: Kate Gersten. Música: Andrew Wyatt. Fotografía: Autumn Durald. Compañías: Utopia, Digital Ignition Entertainment, High Frequency Entertainment, Pinky Promise. Reparto: Pamela Anderson, Dave Bautista, Jamie Lee Curtis.
The last showgirl es un claro ejemplo de este tipo de obras, y el incomprensible Premio Especial del Jurado que recibieron sus actrices y su directora en el Festival de San Sebastián —a costa de que cintas notables como la de Mike Leigh se fuesen de vacío— es la demostración de que la fórmula funciona. Protagonizada por Pamela Anderson, la película cuenta la historia de una bailarina que se enfrenta al temblor del vacío el día que le anuncian que el espectáculo que lleva protagonizando desde hace tres décadas tiene los días contados. Tanto las dificultades que tiene para adaptarse a un mundo en constante cambio que, además de priorizar la juventud por encima de cualquier cosa, canibaliza a las personas convirtiéndolas en el combustible humano con el que alimentar su insaciable motor de avaricia, como los remordimientos que golpean su conciencia, convierten su día a día en una sinfonía de angustias y ansiedades ensordecedoras. La premisa inicial está, ya de entrada, bastante manida, y la idea de crear rimas entre personaje e intérprete, también; aunque esto no supondría un problema si el desarrollo de los acontecimientos se alejase del cliché para explorar con libertad el lado oculto del “sueño americano”. Cosa que no sucede, en parte por culpa de un guion —firmado por Kate Gersten— escrito utilizando una estrategia de solapamiento de estereotipos, que lastra cualquier intento de capturar una imagen genuina, en parte por los giros erráticos de una puesta en escena en la que el nervio eléctrico de una cámara en mano en constante movimiento subraya su incapacidad de integrarse dentro de una propuesta de arte —decorados, vestuario, maquillaje, iluminación— afectada, de un decadentismo artificioso que rompe cualquier proyección de verosimilitud. Los personajes, los espacios y la cámara nunca llegan a conjugarse en un todo con sentido completo que permita articular una propuesta dramática y discursiva de verdadera profundidad, sino que funcionan como elementos individuales que intentan sacar la obra adelante por su cuenta, que estiran el plano desde diferentes lados hasta terminar rompiéndolo.
Gia Coppola firma así una propuesta reiterativa, que evidencia en cada secuencia su intención de denunciar los cambios tangenciales que se han producido durante los últimos años en la industria del espectáculo en particular y en el mundo en general, sin reparar en que los verdaderos problemas —conversión de los cuerpos en objetos, imposición de estereotipos de belleza— son estructurales. The last showgirl salta de lugar común en lugar común; mueve a sus personajes como si fueran marionetas de un teatrillo excesivo y pesado, negándoles cualquier tipo de profundidad; e inserta, entre discusión y discusión, escenas videocliperas que nunca consiguen desprender el lirismo arrebatado y melancólico que pretenden. La directora deja que una parte importante del peso de la propuesta caiga sobre el rostro de Pamela Anderson, decisión que, debido a sus limitados recursos interpretativos, pronto se desvela como suicida. Aunque, a decir verdad, no hay un sólo actor que dé la talla en la cinta —de Dave Bautista uno no espera gran cosa, pero sorprende, cuando menos, la sobreactuación que ofrece una Jamie Lee Curtis aplastada por una caracterización ridícula—. Si a esto se le suma un bochornoso momento de baile a ritmo de Total eclipse of the heart, y el monólogo final en el que la protagonista, mirando a cámara, verbaliza su superficial crítica a la superficialidad, se obtiene la que posiblemente sea la película más floja de toda la Sección oficial de San Sebastián, y la que, paradójicamente, se ha llevado el segundo premio. ♦