|| Críticas | ★★★★☆
Las hijas del fuego
Pedro Costa
Lo irrenunciable
Agus Izquierdo
ficha técnica:
Portugal, 2023. Título original: As filhas do fogo. Duración: 9 min. Dirección: Pedro Costa. Guion: Pedro Costa. Reparto: Elizabeth Pinard, Alice Costa, Karyna Gomes. Música: Marcos Magalhães. Fotografía: Leonardo Simões. Compañías: Clarao Companhia.
Poca gente existe en el mundo con el poder —quizá sea más acertado hablar de don— de conmover en tan solo unos minutos. A Pedro Costa le bastan tan solo ocho. En la videoinstalación
Las hijas del fuego —qué improcedente sería llamar a esto un cortometraje, y lo digo por una cuestión de lenguaje, sin querer para nada del mundo desprestigiar el formato corto—, el portugués concentra la lucha de clase obrera en un tríptico dispuesto en retablo religioso y conjugado en tres escenas que, a su misma vez, se mantienen relegadas a tres tiempos distintos, aunque estrechamente vinculadas, dando como fruto un réquiem proletario que explota en una coral interpretada por las tres actrices —Elizabeth Pinard, Alice Costa y Karyna Gomes—. Mientras la primera figura camina con paso firme y solemne, la segunda yace postrada en una panorámica apocalíptica y, por último, la tercera clava, asomada desde el marco de la pantalla, su rotunda mirada en el foco, es decir, en los ojos del espectador. Esta es una mirada devastadora, que infiere miedo pero que también desprende amenaza y bravura: un
headshot dialéctico que parece condenarnos al desafío eterno. De fondo, erupciona el volcán de la isla de Fogo, en Cabo Verde —hecho que tuvo lugar en 1951—. Aquello que cantan no es menos descorazonador ni desolador, pues se trata de una canción popular ucraniana aderezada por un cuarteto de cuerdas que otorga la épica justa y necesaria. A través de la letra, el trío de cantantes entona lapidaciones sobre el sufrimiento, el castigo, la soledad, la muerte, la amnesia colectiva o el sinsentido de tanto trabajo. «Olvidarán nuestros rostros»; «Nuestras voces no cantarán nunca más». Son lamentos de ninfas, ecos que Costa aprovecha para clamar contra la supervivencia de las minorías; como reivindicación de la legitimidad de los pueblos marginados por parte de un etnocentrismo exterminador. Una vez más, el cine del portugués —como haría también Radu Jude, Lisandro Alonso, Aki Kaurismäki, Agnès Varda u otros realizadores que han optado por dedicar su filmografía a los humildes— dignifica la servitud; se eleva como defensa frontal de los oprimidos; como tributo moral e interseccional de los avasallados; como manifiesto emancipador donde el trabajador merece los himnos de Víctor Jara y Violeta Parra. Honrar al jornalero. Hay algo también de místico en
Las hijas del fuego, una especie de invocación catártica que pregona la máxima
ora et labora —trabaja y reza, es decir, curra y calla—. Al final de todo, unas imágenes rodadas en analógico muestran una familia en Cabo Verde. Lo bucólico, lo atávico, lo connatural, lo irrenunciable; lo íntimo, lo fértil. Uno no podrá disimular un atisbo de orgullo de clase. No podrá evitar la sensación de ligereza, consecuencia de un empoderamiento para nada fanático ni banal. Y todo, como decíamos al principio, en solo ocho minutos. En ocho minutos, Costa consigue recordarnos dónde es que reside nuestra dignidad. ♦