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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La virgen roja

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★☆☆☆
    La virgen roja
    Paula Ortiz
    Un biopic al uso


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: La virgen roja. Duración: 114 min. Dirección: Paula Ortiz. Guion: Paula Paula Ortiz, Clara Roquet. Música: Guille Galván, Juanma Latorre. Fotografía: Pedro J. Márquez. Compañías: Elastica Films, Avalon P.C, Amazon MGM Studios. Distribuidora: Elastica Films. Reparto: Najwa Nimri, Alba Planas, Aixa Villagrán, Patrick Criado, Pepe Viyuela.

    Las películas de Paula Ortiz se han caracterizado por la fuerza expresionista de sus imágenes, por el barroquismo que servía como cemento de cada uno de sus planos, y, en fin, por la enorme distancia que separa su léxico cinematográfico del lenguaje televisivo más ramplón. Hasta el momento, la cineasta había mezclado en sus películas una plasticidad estética de referencias pictóricas, un lirismo verbal arrollador que convertía los diálogos en densos bloques de hormigón contra los que los espectadores se peleaban, un amplio abanico de texturas, colores y estilos de iluminación, y registros interpretativos que lo mismo viraban del naturalismo a un clasicismo melodramático. Constituía la filmografía de Ortiz, por tanto, una constante exploración de las formas fílmicas siempre pendiente de encontrar un gesto –a veces más sutil, otras más marcado— que, al mismo tiempo que alejaba su propuesta de los marcos estéticos que las grandes plataformas imponen, servía como base sobre la que levantar la mejor puesta en escena posible para la historia que se narraba. En cada una de sus imágenes latía el impulso creador de una autora de sello reconocible; por eso resulta incomprensible que su nuevo largometraje esté más cerca de una serie de alto presupuesto que de sus anteriores trabajos. No hay en La virgen roja un elaborado —y arriesgado— trabajo de construcción desde el exceso, ni una intensidad que abra en la narración fugas surrealistas, ni un diseño de capas que le den hondura a cada plano, sino un enclaustramiento, dentro de unas paredes pulidas, pero asépticas, de la expresividad visual que caracterizaba a su responsable: las imágenes dejan de ser poliedros llenos de aristas e ideas, contenedores de sugerencias, fugas y desvíos, para limitarse a trasladar a la pantalla un guion al que nunca consiguen otorgar profundidad.

    Basada en hechos reales, la cinta cuenta la historia de Hildegart Rodríguez, una escritora prodigio que, en tan sólo diecinueve años, publicó más de dieciséis libros y centenares de artículos en periódicos y revistas. Su madre la educó siguiendo teorías eugenésicas con la intención de que, a fuerza de someterla a una rutina de hierro, de aislarla del mundo exterior y de cualquier persona que pudiese entrometerse en su formación, se convirtiese en una mujer del futuro. Sus ensayos sobre la sexualidad femenina fueron revolucionarios y se tradujeron a muchos idiomas, y, durante la II República, se convirtió en una conocida y reputada intelectual, pero, tras su muerte, su figura fue sepultada por la dictadura franquista, que prohibió sus libros y se esforzó en borrar sus huellas. La vida de Hildegart ofrece, de entrada, decenas de senderos narrativos que explorar, se presta a ser leída desde diferentes perspectivas y a servir de base para múltiples reflexiones. Hay, por tanto, material para realizar una cinta notable, pero también un biopic al uso, uno que aplane los acontecimientos históricos para convertirlos en meros puntos clave dentro del libreto. La virgen roja se enmarca, lamentablemente, dentro del segundo caso, en tanto que no busca ahondar en las diferentes problemáticas que el personaje real ofrece para explorar, sino que se limita a mostrar los momentos clave de su vida haciendo uso de todos los tics estilísticos que caracterizan a este tipo de obras.

    Durante los diez primeros minutos de película, se cuenta la infancia de la protagonista a través de una voz en off que, además de resultar reiterativa por estar describiendo lo que ya se ve en pantalla, arraiga el relato a la subjetividad de la mirada de la madre de Hildegart —es ella quien lo narra todo—, pese a que, tan sólo unas secuencias después, el punto de vista se vaya a desligar del personaje interpretado por Najwa Nimri, sin que se ofrezca explicación alguna, para ir virando de un personaje a otro según las conveniencias del argumento. La voz en off vuelve a aparecer de vez en cuando para llenar los huecos narrativos que Ortiz no quiere ilustrar en imágenes, pero también desaparece para negarle a los espectadores una información cuya ausencia es necesaria para que los momentos de tensión funcionen. Así, el guion va avanzando a trompicones, mientras evita adentrarse en muchas de las vertientes narrativas que va abriendo a su paso: su única intención es pasar de puntillas por todos los momentos importantes en la vida de Hildegart —publicación de sus primeros artículos y ensayos, éxito dentro y fuera de España, entrada en política, enamoramiento de uno de sus compañeros del Partido Socialista, enfrentamiento con la madre por atarla a una vida que no desea llevar, etc.--- y, en consecuencia, no llega a articular ningún discurso ni a transmitir el torrente emocional que la joven está sintiendo, porque, para ello, tendría que pausar un poco el ritmo, y eso implicaría dejarse alguna anécdota vital en el tintero. Es, por tanto, esa ambición de querer contarlo todo lo que termina lastrando una propuesta que, cargada de diálogos explicativos y personajes estereotipados, carece de una puesta en escena que cargue de significado los fotogramas, o que articule un código de símbolos y subtextos que le insufle vida a las escenas. El diseño visual es, por tanto, previsible e incapaz de configurar una dialéctica particular, y su único propósito es el de trasladar el texto a la pantalla de manera funcional. Subyace bajo cada escena un miedo a aburrir a los espectadores, y es precisamente ese miedo el que hace que Ortiz se decante por trabajar con unas imágenes de eminente —y exclusivo— carácter ilustrativo. ♦


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