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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La mitad de Ana

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★☆☆☆
    La mitad de Ana
    Marta Nieto
    El perfil de la nada


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: La mitad de Ana. Duración: 89 min, Dirección: Marta Nieto. Guion, Marta Nieto, Beatriz Herzog. Música: Adrian Foulkes. Fotografía: Julián Elizalde. Compañías: Elastica Films, Avalon P.C, Mr. Fields and Friends, Studiocanal, RTVE, Movistar Plus+. Reparto: Marta Nieto, Noa Álvarez, Nahuel Pérez-Biscayart, Sonia Almarcha, Berta Sánchez.

    El frío azul de un mar que se esfuerza por borrar los límites de la orilla y del horizonte, de un cielo bajo que se posa sobre un pequeño montículo de tierra, o del marco de una ventana a través de la que una mujer observa una realidad de la que siente que no forma parte supone una invitación a la fabulación. Así se le explica el guía de un museo a unos niños el cuadro “Muchacha en la ventana”, de Dalí. La asociación es sencilla: Ana es esa muchacha en la ventana que, para evadirse de un mundo problemático que sólo ofrece dolor, imagina: imagina que los cuadros del Reina Sofía, donde trabaja como vigilante de sala, cobran vida, que los retratos surrealistas que la acompañan en su día a día se mueven dentro de los límites del lienzo; imagina que las pinceladas son acordes de una melodía que suena exclusivamente para ella; imagina sobre la imaginación de otros artistas. Sus fantasías, por tanto, no la trasladan a un mundo paralelo en el que sus problemas se han solucionado mágicamente, ni le ofrecen la posibilidad de vivir aquellas vidas con las que alguna vez soñó; simplemente, le permiten silenciar el sonido de su alrededor sin ofrecer a cambio nada más allá de su propia existencia, de su propia acción. Resulta curiosa la explicitud con la que se subraya a lo largo de la película el carácter solipsista de la fantasía, su incapacidad para presentar algo que difiera de la evidencia de sus formas, porque, precisamente, la idea más interesante —aunque poco desarrollada— que ofrece Marta Nieto está en clara confrontación con ella: de un lado, la expresión irracional como forma de negar un conflicto; del otro, el perfil de la nada como forma de representar dicho conflicto, es decir, la imagen vacía como asunción de la imposibilidad de confrontar un elemento de la realidad.

    Ana vive en Madrid con Son, su hijo de ocho años; el padre del niño está en Valencia y, ahora que las vacaciones se acaban, insiste en pasar más tiempo con él. Cuando, en la primera secuencia de la cinta, propone que el pequeño “ya tiene edad suficiente para coger el tren y venir solo”, Nieto, que le estaba filmando en primer plano, desenfoca la imagen: sus palabras se quedan pendidas en el aire, en la ambigua inexpresividad de su rostro deshumanizado. Ana no quiere, ni puede, tener otra discusión sobre el asunto, así que cambia de tema rápidamente y se intenta olvidar de lo sucedido. Pasa lo mismo cuando, estando en la consulta del médico, su hijo, que lleva un día con fiebre y fuertes dolores de tripa, se niega a desnudarse para que le puedan auscultar: mientras el pequeño grita y llora, la cámara hace un suave paneo hacia una pared vacía; y ahí permanece hasta que los llantos cesan. ¿No hay, por tanto, ninguna forma de afrontar la incomodidad del dolor, de mirarla a los ojos? Sólo a través de un intermediario. Un espejo servirá en determinada escena como mediador entre la realidad y la cámara, puesto que a través de su reflejo se podrá ver el rostro hundido de Ana mientras le confiesa sus preocupaciones a una amiga.

    La genialidad discursiva de estas tres escenas no evita, sin embargo, que La mitad de Ana sea una película fallida, en primer lugar, porque le concede demasiada importancia a unas fugas oníricas que, pese a su brillantez conceptual, no hacen sino romper el tono aparentemente naturalista de la obra. Y aunque las referencias al realismo mágico están ahí, la cinta no puede leerse como un homenaje al género que popularizó García Márquez, porque los momentos fantásticos se sienten más como un capricho metido con calzador que como una ruptura necesaria que surge de forma orgánica desde las entrañas del relato. Lo mismo sucede con los momentos pretendidamente líricos que tienen lugar dentro de una discoteca: los neones, la música electrónica y el movimiento desinhibido de los cuerpos son elementos videocliperos convertidos por su constante uso en cliché, no los componentes de una belleza nocturna y bohemia. Aunque el principal problema de la película es, sin duda, su dispersión dramática: Nieto y su coguionista, Beatriz Herzog, abren demasiadas vías narrativas sin desarrollar ninguna con verdadera profundidad; y, en consecuencia, todo queda reducido a una maraña de tramas trazadas superficialmente que nunca llegan a tener hondura alguna. No hay, siquiera, una sensación de espontaneidad o de verdad en el acercamiento a los momentos entre madre-hijo o en las múltiples discusiones que van marcando el relato, en parte por culpa de la asepsia con la que están puestas en escenas, en parte por el carácter errático de unos diálogos que nunca se sienten reales. ♦


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