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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Joker: Folie à Deux

    || Críticas | ★★★★☆
    Joker: Folie à Deux
    Todd Phillips
    Habría sido la sombra de tu perro


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2024. Título original: Joker: Folie à Deux. Director: Todd Phillips. Guion: Todd Phillips y Scott Silver. Productores: Pete Chiappetta, Justine Conte, Mark Friedberg, Joseph Garner, Todd Phillips, Scott Silver, Andrew Lary. Productoras: DC Entertainment, Warner Bros., Joint Effort, Village Roadshow Pictures, Quebec Film and Television Tax Credit. Fotografía: Lawrence Sher. Música: Hildur Guðnadóttir. Montaje: Jeff Groth. Reparto: Joaquin Phoenix, Lady Gaga, Brendan Gleeson, Catherine Keener, Harry Lawley, Steve Coogan, Sophie Dumond, Leigh Gill.

    Ahora resulta que la primera parte no era tan buena, así que Joker: Folie à Deux merece palos por partida doble. Que no cuenten conmigo. Mi religión no me permite hablar mal de una película libre, valiente (suicida por momentos), ambiciosa (pero no petulante), llena de ideas, generosa y en la que hay más cine que en muchas propuestas de autores pastoreados por festivales. Lo que ha hecho Todd Phillips supone una anomalía en el sistema. Matrix ha fallado, y por una grieta se ha colado una película que, aunque sea por unos breves instantes, nos devuelve la fe en el cine comercial; o en el cine, sin etiquetas, un milagro que solo se da cuando las imágenes no necesitan bibliografía ni notas a pie de página. Bien porque Todd Phillips sea un encantador de serpientes, bien porque la Warner de estos años sea la balsa de la Medusa, el caso es que hay que celebrar que Joker: Folie à Deux nos haya llegado como lo que es, la más hermosa y triste reivindicación que yo recuerde de la fantasía (el cine) como el refugio de los locos (los soñadores).

    Ni uno solo de los irregulares ejercicios de autoficción que se han estrenado en los últimos años tiene el alcance de esta reflexión, y el motivo de ello cabe buscarlo en una magnífica y feliz idea: el cine es de los espectadores, no de sus creadores. Lo sustantivo no es por qué Spielberg se convirtió en director, sino lo que sus películas despiertan en el público. De la misma manera, lo interesante de este Joker no son las influencias cinematográficas que, como en la primera parte, pueden rastrearse, y que vuelven a concentrarse en el cine norteamericano de los años setenta y principios de los ochenta, sino lo que Todd Phillips es capaz de hacer con ellas para darle sentido y sensibilidad a sus personajes, y, por lo tanto, agitar a los espectadores. El Joker y Harley –dos dementes, protagonistas y espectadores de su propia vida– nos hablan del poder salvífico y al mismo tiempo condenatorio del cine –sus delirios se enuncian en forma de números musicales–, en una película que tiene el buen gusto de traicionar todas las expectativas y obviar el canon de los tebeos. Y eso, claro, molesta a algunas voces.

    En Joker: Folie à Deux ni él planea grandes golpes ni ella se comporta como una niña rabiosa sexualizada. Esas historias ya se han contado muchas veces. Tampoco hay rastro de Batman –la nueva cronología de esta saga lo impide– ni de otros personajes, salvo la introducción muy bien traída de Harvey Dent. Lo que ofrece a cambio el guion de Todd Phillips y Scott Silver es un drama romántico atravesado de principio a fin por la historia del cine americano. La película empieza como un cartoon de Looney Tunes –una manera inconfundiblemente norteamericana de invocar el cine mudo de Chaplin y Keaton–, sigue como un drama carcelario, abraza el «cine de locos», se gusta como película de juicios, coquetea con el noir, hay raptos de comedia romántica, unas gotas de western y un poquito acción, y termina como un thriller de conspiraciones. Es fácil sentir el aliento de Stuart Rosenberg –Brubaker (1980)–, Sidney Lumet –Veredicto final (The Verdict, 1982)– y, sobre todo, Milos Forman. Alguien voló sobre el nido del cuco (Someone Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975), en la que Jack Nicholson ya ensayaba su futuro Joker para Tim Burton.

    El hilo que cose esta camisa de fuerza es el musical, y en concreto un clásico de la edad dorada, Melodías de Broadway 1955 (The Band Wagon, Vincente Minnelli, 1953), tratada aquí como la máxima expresión de un arte, casi un hechizo, que hace visible nuestro mundo invisible. Porque, ¿qué es el cine sino el desdoblamiento de nuestra sombra? El cartoon del inicio representa justamente esto; y resulta brillante: el psicoanálisis, reducido a un slapstick. Como el Joker y Harley, vivimos encadenados a la tiranía de nuestros deseos, a la ansiedad de nuestras pesadillas, a los fantasmas de nuestros recuerdos, a la frustración de nuestra cobardía. Todo ello lo invocamos en nuestra mente mediante imágenes y canciones que adquieren el valor de un relato que nos empeñamos en reescribir una y otra vez, hasta darle vida o matarlo para siempre. No estamos tan lejos de Los amantes del Pont-Neuf (Les amants du Pont-Neuf, Leos Carax, 1991) o, ya que hablamos de musicales, de Annette (Leos Carax, 2021). Por desgracia, aquello que se le reconoce a algunos autores se les niega a otros, simplemente por el hecho de emplear un lenguaje sin subtextos.

    Phillips no se olvida nunca de que sus protagonistas forman una pareja de psicópatas, pero también víctimas de un sistema tan o más violento que ellos, por lo que en sus fantasías y ensoñaciones se alternan el horror y la belleza, el placer y el dolor, las risas y los llantos, la esperanza y la soledad. Al verlas, uno se acuerda inevitablemente del tono macabro del Sweeney Todd de Stephen Sondheim, de las soluciones en la puesta en escena que concebía Bob Fosse y de los hallazgos en la fotografía y la iluminación de Vittorio Storaro para Corazonada (One from the Heart, Francis Ford Coppola, 1981). Sombras que envuelven el baile más atrevido del Joker y Harley, el mismo que se da en un sala entre el cine y el público, y en nuestra mente entre la locura y el amor. ♦


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