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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Fin de fiesta

    || Críticas | Seminci 2024 | ★☆☆☆☆
    Fin de fiesta
    Elena Manrique
    De qué fiesta hablamos


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: Fin de fiesta. Duración: 103 min. Dirección: Elena Manrique. Guion: Elena Manrique. Fotografía: Joachim Philippe. Compañías: Coproducción España-Bélgica; La Claqueta PC, Perdición Films, La Cruda Realidad, Think Studio, Menuetto Films. Reparto: Sonia Barba, Edith Martínez Val, Beatriz Arjona.

    Finalizado el visionado de la ópera prima de Elena Manrique, uno no puede dejar de preguntarse cuál es la fiesta a la que hace referencia su título: es cierto que la cinta termina con una gran bacanal en la que unos ricachones vacían infinidad de botellas de alcohol, esnifan incontables rayas de cocaína, ensucian el jardín de la anfitriona y rompen cualquier objeto mínimamente frágil que se les pone por delante; pero el evento no tiene ningún tipo de peso dramático como para considerarlo metáfora de algo, ni la protagonista sufre en él catarsis alguna; es una fiesta argumentalmente banal cuyo final carece de relevancia suficiente como para darle nombre a la obra. ¿Está, entonces, la directora insinuando que el tiempo que Binta, una migrante senegalesa, ha permanecido encerrada en la opulenta casa de Carmina ha sido una fiesta? Todos los indicios apuntan a esta lectura, más aún si se tiene en cuenta que el cierre de la película se produce simultáneamente a la huida de la joven de la cárcel en la que ha permanecido recluida. Como es evidente, el mero hecho de plantear que el secuestro de una persona supone una experiencia placentera resulta delirante; pero Fin de fiesta se mueve durante la totalidad de su metraje en un terreno desconcertantemente racista, intentando ocultar sus carencias morales bajo la premisa de que sus intenciones son, por un lado, hacer reír; y, por otro, hablar —en general, a brocha gorda— sobre la migración.

    El patio de la casa en el que sucede la acción es presentado durante toda la película como un jardín edénico: iluminado por un sol permanentemente colgado en la transparencia azul del cielo; lleno de plantas y árboles que salpican diversos colores sobre el fondo verde de los muros, componiendo un abanico cromático exaltado y fresco; organizado alrededor de una gran piscina llena de pétalos morados; y coronado por un pavo real que de vez en cuando se posa sobre el tejado de la vivienda —también cargada de lujos y comodidades—. Todo en él insinúa una armonía natural que, a ojos de la protagonista (Sonia Barba), nadie podría rechazar. Por eso es incapaz de entender que Binta quiera marcharse; “estás mejor aquí que en Marsella o vagando por las calles”, llega a decir una Carmina que, hastiada del espesor de su día a día, ve en ella un juguete exótico con el que entretenerse cuando no tiene más amigos. Pese a que sus rasgos clasistas y racistas se explicitan cada vez que abre la boca y el aire trasnochado que rezuma está exagerado a conciencia, evidenciando la mirada crítica que sobre ella quiere arrojar Manrique, la forma en que el guion es puesto en escena legitima su discurso. Por ejemplo, el modo en que está filmada cada comida en el jardín de la casa no hace sino reforzar las ideas del personaje al que se supone que está cuestionando. Mientras Binta está encerrada en el cobertizo para que la visita no la vea, Carmina charla con sus amigos, bebe champán y engulle alimentos gourmet. La gran cantidad de aire que hay en la zona superior de la composición del plano general que los retrata permite que se pueda apreciar con claridad cómo una ligera brisa mueve con suavidad las hojas de los árboles, cómo la luz cae levemente sobre los cuerpos, cómo, efectivamente, el clima se pone de acuerdo para dorar con sus virtudes ese rectángulo armónico. De nuevo, ¿quién no querría vivir allí?

    Hay, por tanto, una distancia kilométrica entre lo que Fin de fiesta sugiere que es y lo que realmente termina siendo. Manrique intenta denunciar la mercantilización que desde Occidente se hace de los migrantes, al mismo tiempo que utiliza a Binta como un tropo narrativo con el que generar situaciones cómicas en las que su condición de migrante es el propio chiste. Nunca se llega a conocer realmente al personaje interpretado por Edith Martínez Val, ni a ahondar en su dolor o en su angustia, porque la directora no quiere observar el mundo a través sus ojos, sino que se echa en brazos de la rica heredera para que la lente de la cámara se fusione con su mirada. La película, de hecho, es una concatenación de secuencias en las que Carmina se asombra de que alguien que ha llegado a España en patera tenga Instagram, o de que quiera ir a la universidad en Francia, o de que hable varios idiomas. El pico de bochorno que quien esto firma ha sentido durante el pase de la película ha llegado cuando un gran número de espectadores se ha reído a carcajadas en una escena en la que Binta, vestida con un impoluto traje blanco, lee un libro tumbada al lado de la piscina. No pasa absolutamente nada más. El momento, cabe aclararlo, pretende ser cómico; pero uno no puede dejar de preguntarse qué es lo gracioso: ¿que una mujer senegalesa vaya vestida con buena ropa?, ¿que lea un libro?, ¿que esté descansando en un jardín bonito? Y, volviendo al principio del texto, cuál es la fiesta que llega a su fin: ¿la estancia de Binta en una casa a la que, por clase social, no pertenece? ♦

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