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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | En la alcoba del sultán

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★★☆☆
    En la alcoba del sultán
    Javier Rebollo
    El cine como opiáceo


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, Francia, 2024. Título original: En la alcoba del sultán. Duración: 97 min. Dirección: Javier Rebollo. Guion: Javier Rebollo, Luis Bértolo. Fotografía: Santiago Racaj. Compañías: Coproducción España-Francia; Sideral Films, Paraiso Production, Eddie Saeta S.A, Noodles Production. Reparto: Félix Moati, Pilar López de Ayala, Ilies Kadri, Jan Budar, Farouk Saidi.

    Se están estrenando, en los últimos años, una serie de películas que tienen como motor la negación parcial o total de la propia imagen. La aceptación de su imposibilidad de acceder y retratar la identidad de unos personajes herméticos y silenciosos, oprimidos por un entorno que los convierte en figurantes inmóviles de la propia historia que protagonizan (Un prince); la asunción del encuadre vacío como única forma de sugerir la existencia aberrante de un deseo monstruoso (Mantícora); la determinación de mostrar la tramoya del artificio de los efectos digitales, retratando las dudas de una actriz que apenas encuentra asideros físicos a los que agarrarse en un set de rodaje en el que todo es pantalla verde, es decir, en el que todo es falso (La bestia); las reflexiones son muchas y muy variadas, pero todas coinciden en su obstinación a la hora de cuestionar el rumbo del medio y de proponer vías expresivas que se alejan del realismo explícito de la imagen: el uso del monólogo para narrar aquello que no se puede ver o del fuera de campo para insinuar aquello que el cineasta considera irrepresentable son algunos de los recursos más utilizados.

    Una frase pronunciada en la recta final de En la alcoba del sultán remite a este cine del fuera de campo: “sólo en la oscuridad podemos soñar”. De nuevo, la necesidad de mirar con los ojos cerrados, de convertir la nada en el escenario de la representación, porque es precisamente ahí donde no hay limitaciones ni fronteras que contengan los flujos de la imaginación, la pulsión de crear un mundo fabuloso que permita olvidar las asperezas, por otro lado insoslayables, del real. ¿En qué cristaliza, pues, esa necesidad de soñar en la oscuridad para olvidar el dolor? En la afirmación de que el cine puede hacer carne aquello que está impreso en papel o en un fotograma: la imagen proyectada como opio melancólico que anestesia al protagonista, que le mece lentamente entre los brazos polvorientos de unos recuerdos más dolorosos que placenteros. Su amante falleció nada más dar a luz y lo único que queda de ella son las fotos y los vídeos que le sacó durante el tiempo que pasaron juntos en el País de Nour; como, además, no pudo despedirse de ella, la proyección de su rostro le ofrece una ficción que justifica su negación de la realidad.

    Javier Rebollo llega, sin embargo, a esta idea, después de haber asfixiado gran parte de su película dentro de un corsé visual que limita la expresividad de sus imágenes: en la hora y media que dura En la alcoba del sultán prima, por encima de cualquier otra sensación, el tedio; un tedio que surge de la ausencia de profundidad de una puesta en escena obsesionada con desdramatizar la trenza de comedia y drama que organiza, cual columna vertebral rígida e inamovible, la narración. El director busca deconstruir las historias de aventuras típicas del Hollywood clásico, pero únicamente se centra en su plano formal: no hay épica de ningún tipo, tampoco secuencias grandilocuentes ni pasiones desbordadas: la esquematización de la composición del plano y el hieratismo de las interpretaciones rompen cualquier expectativa que los espectadores puedan haber generado durante los primeros compases de metraje, pero también los sumen en un estado de duermevela constante, en parte por la casi completa ausencia de ideas, en parte por el carácter fallido de su humor.

    Resulta imposible no pensar en el potencial que se desperdicia al no llevar el proceso de deconstrucción hasta sus últimas consecuencias para desmitificar la visión paternalista que las historias de Occidente han ofrecido de Oriente, aquí convertido de nuevo en un paraíso exótico dentro de cuya miseria el protagonista encuentra un refugio alejado de las tensiones políticas de la Europa de principios del S. XX. Se puede, de hecho, leer En la alcoba del sultán como una versión alternativa –y frustrada— de Grand Tour, de Miguel Gomes: mientras el portugués compone una polifonía lingüística de imágenes pictóricas y sensuales a través de todas aquellas culturas que sufrieron las represiones colonialistas, el español ofrece un encadenado de planos anémicos que no cuestionan los cimientos sobre los que levanta su relato. El resultado es una obra extraña en su estática repetición, que, dados los materiales con los que está construido, podía haber tenido una envergadura, tanto discursiva como sensorial, mucho mayor. ♦


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