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Crossing
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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Crossing

    || Críticas | ★★★★☆
    Crossing
    Levan Akin
    La imposibilidad de un paraíso fuera de la historia


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid |

    ficha técnica:
    Suecia, Dinamarca, Francia, Turquía, Georgia, 2024. Título original: Crossing. Duración: 106 min. Dirección: Levan Akin. Guion: Levan Akin. Fotografía: Lisabi Fridell. Compañías: French Quarter Film, Adomeit Film, Easy Riders Films, Bir Film, 1991 Productions. Reparto: Mzia Arabuli, Lucas Kankava, Deniz Dumanli.

    Decía Rafael Chirbes que su novela Mimoun, publicada en 1988, “ofrece miseria cuando Europa ofrece bienestar y que habla de la imposibilidad de un paraíso fuera de la Historia”. Esta afirmación se puede extrapolar perfectamente al mundo del cine para describir Crossing, la nueva película de Levan Akin, que se llevó el Premio del Público en la sección Panorama en la pasada edición del Festival de Berlín. Y es que en un mundo como el actual en el que el 1 % de las personas más ricas acaparan el 63 % de la riqueza producida desde 2020, y en el que, por tanto, las desigualdades económicas y sociales son más grandes que un abismo, las cintas que más recaudan a nivel global son superproducciones de Hollywood protagonizadas por superhéroes, espías, arqueólogos aventureros y soldados galácticos; es decir, son obras construidas sobre baldosas de aire que flotan muy por encima de la Historia y que no buscan ofrecer un retrato de la realidad que inste al espectador a reflexionar sobre los diferentes problemas que se hunden en las costillas de la actualidad, sino que quieren entretener su mirada con fuegos artificiales creados con CGI para neutralizar el pensamiento crítico y mantener el statu quo. O, dicho de otra forma, estas películas ofrecen un paraíso ficticio fuera de la Historia, un bienestar ilusorio articulado sobre la premisa de “ojos que no ven, conciencia que no siente”.

    Así, Levan Akin construye Crossing con la intención de que sus imágenes muestren toda esa miseria —según la primera definición que la RAE da de dicha palabra: “estrechez o pobreza extrema”— que el cine mainstream rechaza. La película narra distintas historias que se encuentran y se separan varias veces a lo largo del metraje: por un lado, Lia, una profesora de Historia jubilada, acude a Estambul, acompañada por un joven georgiano que quiere labrarse un futuro en la capital turca, con la intención de encontrar a su sobrina Tekla, a quien su padre echó de casa años atrás cuando le contó que era una mujer trans; por otro, Evrim, una abogada que trabaja en ONG ayudando a todas aquellas personas que no pueden costearse un servicio jurídico, se enfrenta a un duro laberinto burocrático con la intención de que en su título universitario se refleje su transición de género; y, en medio, un par de niños sin hogar caminan perdidos por unas calles llenas de pobreza intentando ganar algo de dinero para poder comer.

    La idea de Akin es filmar un mosaico polifónico en el que quede reflejada la cara de atrás de ese disco capitalista y heteropatriarcal que está rayado por sus propios abusos. Se podría decir que Crossing funciona como el perfecto reverso de El triángulo de la tristeza: lo que en la cinta de Ostlund era ampulosidad frívola un tanto impostada en la puesta en escena que le servía al director para observar por encima del hombro y con cinismo a todos sus personajes, aquí es un realismo pasoliniano a través del cual el realizador se acerca con honestidad a los protagonistas para comprender su dolor y desasosiego, evitando en todo momento la condescendencia y alejándose siempre de los códigos de la prostitución de la pobreza. Si, por seguir con la comparación, el doble ganador de la Palma de Oro sentía cierta fascinación a la hora de filmar los espacios de lujo y a las personas que las pueblan, sólo apuntaba levemente la precariedad de las clases trabajadoras y cerraba la cinta con la conclusión de que ambos, ricos y pobres, eran iguales; el responsable de Crossing se compromete con todas las víctimas del sistema, denuncia las injusticias estructurales que sufren y compone unas imágenes de cimientos realistas que se ramifican de vez en cuando en fugas líricas verdaderamente emocionantes. Los personajes recorren perdidos los barrios de la capital turca con la sombra de la desesperación mordiendo sus pasos, mientras las calles se cierran sobre sí mismas, devorando tanto el horizonte como cualquier posibilidad de prosperidad futura. La esperanza, por su parte, se convierte en esa “araña negra del atardecer” que invocaba Ángel González en sus versos. “Estambul es una ciudad a la que se viene a desaparecer”, llega a afirmar la protagonista en determinado momento de la película. Akin acierta a captar con la cámara la densidad de una atmósfera compuesta por una soledad coagulada en amargura, una pobreza extrema que afecta, entre otras muchas víctimas, a niños sin hogar, una precariedad laboral salvaje, una transfobia profundamente enraizada en la sociedad y una brutalidad policial que se ceba con los más desfavorecidos mientras protege a los poderosos. Como ya hiciesen Ken Loach en El viejo roble o, más recientemente, María Alché y Benjamín Naishtat en Puan, Akin aboga por la solidaridad y la unión como única forma de sobrevivir. Pero, a diferencia de las otras obras citadas, Crossing no tiene un cierre utópico cargado de esperanza, sino que mantiene su coherencia intacta y se presenta como un gran y necesario contrapunto a esas obras que ofrecen bienestar en épocas de miseria. ♦


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