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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Bob Trevino Likes It

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★★☆☆
    Bob Trevino Likes It
    Tracie Laymon
    Amigos de Facebook


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: Bob Trevino Likes It. Duración: 102 min. Dirección: Tracie Laymon. Guion: Tracie Laymon. Música: Jacques Brautbar. Fotografía: John Rosario. Compañías: Laymon's Terms, Five By Eight Productions, Purple Intuition, ArtImage Entertainment, BondIt, Myriad Pictures, Seasick Studios, Lankis Entertainment. Reparto: Barbie Ferreira, John Leguizamo.

    Facebook nació como cristalización del deseo de su creador de no sentirse solo; esa es la idea dramática sobre la que David Fincher construyó La red social, verdadera circunferencia fílmica que se abría con un Mark Zuckerberg universitario comportándose como un completo idiota con su novia —exnovia, al final de la secuencia— y se cerraba con la ironía de un primer plano que ponía la atención en el gesto soberbio y triste que se dibujaba en su rostro mientras esperaba, años después, que ella le aceptase como amigo en la propia red social que había creado. A Facebook se le unieron después Twitter, Instagram y demás plataformas online —cuyos orígenes aún no han inspirado ningún guion de Hollywood— que permitían contactar tanto con viejos compañeros de clase a los que se les había perdido la pista como con completos desconocidos. El logline de todas estás webs era que ya nadie estaría ni se sentiría solo; aunque, curiosamente, resulta difícil encontrar a alguien que considere como verdaderos amigos a todos sus seguidores de una red social. Las pantallas, de hecho, han levantado barreras silentes de incomunicación entre las personas: ya no es extraño ver en un bar o en un parque a un grupo de amigos que miran el móvil sin dirigirse la palabra. Un buen puñado de películas han ahondado en estas dinámicas, en la forma en que una tecnología que, en teoría, tenía como finalidad facilitar la comunicación, ha terminado horadando sus mecanismos.

    Bob Trevino Likes It se sitúa en la orilla opuesta de dichas obras para preguntarse, desde un punto de vista optimista, si es posible que una relación de amistad que surge entre dos personas que se han conocido por mensaje pueda trasladarse de forma satisfactoria al mundo real; si existe un cordón umbilical capaz de conectar la frialdad de un algoritmo con el calor por momentos caótico de un impulso emocional; si, en fin, Facebook puede evitar que dos personas que dialogan únicamente con su propio reflejo se sientan menos solas. La imagen de apertura muestra a Lily Trevino llorando a oscuras frente a su móvil; su exnovio se ha equivocado de número y le ha enviado un mensaje que debería ser para su actual pareja. El eco de la mala fortuna, que resuena a cada paso que da la protagonista, se mezcla con una violencia estéril —y accidental— que brota desde el interior de una pantalla; el resultado es demoledor: con la autoestima por los suelos, la joven escribe un mensaje en el que da rienda suelta a la ira que la corroe, pero al momento se arrepiente y no llega a mandarlo. El nudo emocional que le oprime la garganta le impide exteriorizar su rabia y su frustración; y su carácter ingenuo y bondadoso no suponen sino baches que dificultan su necesario enfrentamiento con su padre, un sexagenario tacaño, obsesionado con encontrar pareja a través de aplicaciones de citas —cosa que nunca consigue: de nuevo, la pantalla como cristal generador de frustración—, que sólo queda con ella para pedirle dinero, para que le invite a comer, o para que le ayude a seducir a alguien.

    El material es de una comicidad evidente: aunque la historia está inspirada en acontecimientos reales —vividos por la propia directora—, los matices de los personajes, sobre todo de los secundarios, han sido completamente desdibujados para convertirlos en caricaturas sutiles de las que extraer un humor irónico y triste al mismo tiempo. Las pocas personas que rodean a Lily son su ya mencionado padre, su jefa, una mujer en silla de ruedas a la que cuida durante el día, y su compañera de piso; y con ninguno de los tres mantiene una relación basada en el cariño; de hecho, se podría afirmar casi con total seguridad que desconoce el calor del afecto. Poco a poco, la comicidad se va tiñendo de un regusto amargo y el dolor, en su versión más desnuda, termina ocupando el grueso de la pantalla. Así, hasta que Lily conoce por Facebook a un hombre que se llama exactamente igual que su padre, Bob Trevino, y comienza a chatear con él. Se produce entonces una conexión entre ellos: la soledad les une y les permite articular un lenguaje particular que pronto deviene en refugio. El dolor por la muerte de su hijo acompaña a Bob allá donde va, limita sus interacciones sociales y le obliga a refugiarse en el trabajo para poder olvidarse de la aflicción; por eso cuando Lily aparece en su vida de la forma más inesperada y ridícula posible, no duda en compartir con ella el torrente emocional con el que carga cada día.

    Bob Trevino Likes It vuelve entonces a un territorio cómico, pero sin deshacerse por completo de su coraza dramática. Lily y Bob, tras días charlando con Internet como intermediario, se conocen en persona; se toman un café, van de acampada y, en fin, entablan una atípica amistad que les permite soterrar mínimamente el peso de su tristeza. Observar el nacimiento de su relación resulta emocionante, no tanto por el funcional trabajo de cámara realizado por Tracie Laymon, como por las interpretaciones de Ferreira y Leguizamo, verdadero corazón de la propuesta. En su tercio final, la película muta de nuevo: un infarto súbito lleva a Bob al hospital sin que pueda avisar a su amiga. La tragedia se cierne sobre las imágenes, precipitando un cierre en el que la búsqueda, por parte de la directora, de las lágrimas de los espectadores se hace evidente. Hay, sin embargo, un gesto que justifica sus excesos. En la puerta de un tanatorio, la mujer de Bob, fallecido de un segundo infarto, le entrega a Lily un álbum de recortes en los que no sólo ha reunido las fotos que se sacó con él, sino también los mensajes que intercambiaron y los poemas que le envió. Unas simples líneas escritas por WhatsApp o Facebook se cargan, de repente, de una trascendencia emocional inesperada; adquieren la misma importancia en los recuerdos de la protagonista que unas fotografías; y se convierten en la cuerda de la que puede tirar cada vez que quiera recordar a su amigo, en un punto fundamental de su geografía vital. ♦


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