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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Soy Nevenka

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★☆☆☆ ½
    Soy Nevenka
    Icíar Bollaín
    La buena letra como disfraz para los abusos


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: Soy Nevenka. Duración: 110 min. Dirección: Icíar Bollaín. Guion: Icíar Bollaín, Isa Campo. Música: Xavier Font. Fotografía: Gris Jordana. Compañías: Kowalski Films, Feelgood Media, Movistar Plus+. Reparto: Mireia Oriol, Urko Olazabal, Ricardo Gómez, Carlos Serrano, Lucía Veiga.

    Basada en hechos reales, Soy Nevenka cuenta la historia de Nevenka Fernández, una concejala del PP de Ponferrada que sufrió acoso sexual y laboral por parte su jefe, el alcalde de la ciudad, y cuya denuncia marcó un antes y un después en la lucha contra el machismo, ya que supuso la primera condena judicial de este tipo a un político en España. El sufrimiento de Nevenka, lejos de terminar una vez interpuesta la denuncia, se vio agravado cuando sufrió un segundo acoso, esta vez por parte de los medios de comunicación y de gran parte de la ciudadanía: pusieron el foco en su comportamiento previo al inicio de las agresiones, cuestionaron constantemente su testimonio, la acusaron de querer buscar fama y un ascenso rápido en su carrera política y le castigaron con un ostracismo que le obligó a marcharse a Londres durante un tiempo al no conseguir trabajo en España. En uno de los momentos más impactantes de la película, Bollaín introduce un montaje en el que la imagen real y la ficcionada componen un reflejo escalofriante de una sociedad atravesada por el patriarcado, que creía que era lógico, por ejemplo, que en diferentes programas de televisión se utilizasen eufemismos como “asunto sentimental” para hablar de una agresión sexual. La secuencia tiene una fuerza desarmante porque, por un lado, demuestra cuánto ha avanzado la sociedad en estos veinte años —lo que hace dos décadas estaba completamente normalizado ahora escandaliza—; y, por otro, deja claro que todavía queda mucho camino por recorrer —algunos de los presentadores que salen en dicha secuencia siguen actuando de la misma forma a día de hoy—-. Es este momento, por tanto, uno de los picos expresivos de una película que, paradójicamente, busca, durante gran parte de su metraje, una ausencia de estilo que permita que los hechos hablen por sí solos. Bollaín destila la puesta en escena lo máximo posible, desecha cualquier figura retórica que pueda interferir entre el dolor de la protagonista y la mirada del espectador, y deja que el rostro de Nevenka, con ayuda de una cámara transparente, construya el relato. Las intenciones son loables; la estrategia, sencilla en su inmensa complejidad; la decisión, arriesgada; y el resultado, bastante irregular.

    Desde su segunda escena, en la que un abogado advierte a la protagonista sobre los mecanismos punitivos que Ismael Álvarez, el agresor, va a activar contra ella una vez se interponga la denuncia, Soy Nevenka se presenta como una indagación sobre una violencia que se esconde bajo un manto de cordialidad para evitar que sus manifestaciones públicas se interpreten desde una lógica de abuso de poder. La violencia ejercida contra Nevenka durante el primer tramo de la cinta permanece mínimamente oculta detrás de unos modales cordiales, de unas palabras aterciopeladas y de unos gestos que pretenden ser dulces, románticos y bonitos para que la brutalidad que contienen pase desapercibida; la idea de que “la buena letra es el disfraz de las mentiras”, que articulaba el final de La buena letra de Rafael Chirbes, encuentra aquí su manifestación visual en las múltiples escenas en las que el alcalde acosa a Nevenka diciéndole “lo guapa que está”, ofreciéndole irse de viaje con él o invitándole cordialmente a tomar un café a solas. La violencia no siempre se ejerce en la oscuridad, de forma brusca, sino que, muchas veces, permanece soterrada detrás una sonrisa brillante y unas actitudes que de puertas hacia fuera pueden parecer cariñosas y desinteresadas, pero que, en su interior, ocultan unas dinámicas coercitivas. Ahí está, como ejemplo más clarividente, el momento en el que Ismael, sobre el escenario de un karaoke y rodeado de las miradas de sus compañeros de partido, le dedica a Nevenka —quien ya le ha dicho que no quiere tener ninguna relación con él, ni sexual, ni afectiva— un poema de Antonio Machado. La forma en que el poder —económico, político y patriarcal—, representado por el alcalde, es capaz de absorber los versos de uno de los intelectuales españoles más comprometidos con la democracia, la justicia, la libertad y la igualdad, para resignificarlos y convertirlos en una herramienta con la que coaccionar, resulta aterradora. Aunque ya lo advirtió Walter Benjamin: el poder lo recoge todo. Así, muchos objetos cotidianos —el móvil y su tono de llamada— terminan convertidos en elementos con los que el alcalde violenta y agrede a Nevenka.

    Desafortunadamente, alcanzado el ecuador de la película, Bollaín deja a un lado la indagación para decantarse por mostrar el horror sin penetrar en él, sin reflexionar sobre el funcionamiento de sus mecanismos, sin cuestionar los engranajes que permiten su supervivencia. Es ahí donde la película pierde fuerza, en el preciso momento en el que la sencillez que había caracterizado la puesta en escena deviene en simplicidad didáctica. Soy Nevenka, en su tramo final, termina convertida en un ejercicio de denuncia directo, pero plano; más preocupado por emocionar en su clímax dramático, que por entender las lógicas que permiten la perpetuación de la propia violencia que retrata. Es, por tanto, una película muy necesaria que, sin embargo, termina resultando conservadora debido a la conciencia con la que desaprovecha una parte importante de su potencial. ♦


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