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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Sons

    || Críticas | Berlinale 2024 | ★★★☆☆ ½
    Sons
    Gustav Möller
    Vigilar y punir


    Luis Enrique Forero Varela
    74ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Dinamarca, Suecia, 2024. Título original: «Vogter». Dirección: Gustav Möller. Guion:Emil Nygaard Albertsen, Gustav Möller. Compañías productoras: Nordisk Film, Nordisk Film, Radio (DR), SVT, Les Films du Losange. Fotografía: Jasper Spanning. Intérpretes: Sidse Babett Knudsen, Sebastian Bull Sarning, Dar Salim, Marina Bouras. Duración: 100 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2024


    El director Gustav Möller aborda en Sons la aparición de una delicada situación moral dentro de un entorno opresivo e inclemente, donde la proximidad de la violencia parece perturbar cualquier decisión racional. El danés consigue convertir la economía de espacios y personajes en una ventaja para consolidar el retrato de una atmósfera viciada, y obtener un resultado más que correcto. Podría utilizarse aquí el término “drama carcelario” para acotar las expectativas de los espectadores; porque bien es cierto que se encuentran presentes algunos elementos propios del subgénero, principalmente en relación al reducido espacio, que prácticamente no se abandona durante el metraje de la película. Y esto, de algún modo, no juega en su contra. No sabemos nada más de su protagonista, Eva —interpretada con admirable solvencia por Sidse Babett Knudsen— que lo que se nos revela durante sus horas de trabajo en una prisión como guardia de seguridad. La cámara no se aleja apenas de sus hombros, mientras recorre una a una las celdas, bajo un techo abovedado que en ocasiones recuerda a una pérfida iglesia románica; no creo que tanto el nombre de su protagonista como el título de la película hayan sido escogidos al azar: Eva se encarga a diario de proveer las necesidades básicas de sus hijos, sus Caínes particulares —demostrando una preocupación sincera hacia estos hombres—, y parece empeñada en doblar turnos hasta que el trabajo inhiba aquello en lo que no quiere pensar, un dolor soterrado, negándose a aceptar la ayuda de sus compañeros de trabajo. No vemos nunca el hogar de Eva, ni sabemos cómo se desenvuelve fuera de estos muros; de modo que la conclusión lógica es que su vida es y solo se define en esta actividad.

    La contenida expresión emocional de Knudsen resulta imprescindible para incidir en un sufrimiento definido apenas con dos o tres sutiles cambios en su musculatura facial. Una mesurada intensidad que se dispara exponencialmente en el momento en que, obra de la casualidad, es testigo de la llegada de un nuevo grupo de reclusos, entre los cuales reconoce un rostro en concreto. Es a partir de aquí donde Sons muta ligeramente de género hacia territorios más o menos previsibles y, sin embargo, no por ello menos interesantes. Eva solicita su traslado inmediato al bloque de máxima seguridad, con la intención urgente de estar mucho más cerca del nuevo recluso, con una motivación aparentemente clara, que, con el transcurso de los días, va tornándose ambigua e imbuida por una complejidad tremenda.

    A diferencia de otros productos audiovisuales con una temática similar, Sons no profundiza apenas en el debate acerca del concepto, de la existencia misma de la prisión, de su utilidad de facto aparte de retirar a los criminales de la vida social, la efectividad de reinserción o el estigma provocado por este sistema de punición—véanse como ejemplos la película Un profeta, de Jacques Audiard (2009) o la mini serie The Night of, de Stephen Zaillian (2016)—; de hecho, tampoco le interesa. Centra su completa atención en el mapa ético de su protagonista, custodia de los pecadores, y en cómo se ve perturbada la realización su complicado oficio cotidiano cuando existe un vínculo personal con el reo. Dicho sea de paso, el filme tampoco tiene interés en jugar a la sorpresa con giros argumentales efectistas. La motivación detrás del interés de Eva hacia el recién llegado y violento Mikkel (Sebastian Bull) se revela muy pronto y esto no supone una disminución en el interés en lo narrativo, sino todo lo contrario. Colisionan entonces este deber cuidador y de algún modo maternal que la mujer prodiga hacia los reclusos —incluso en esta sección de la cárcel, destinada a los criminales sin aparente posibilidad de redención— con el puro e irracional afán no de justicia sino pura venganza hacia este individuo concreto, por el cual profesa un odio más agudo de lo que puede soportar.

    El desequilibrio de poder en una situación así genera no solo en la protagonista, sino en nosotros, espectadores, el dilema. Las tácticas de boicot que Eva ejerce sistemáticamente contra los mínimos espacios de humanidad a los que tiene derecho Mikkel en este entorno revelan un abuso clarísimo. Ahora bien: ¿reprochable? ¿Comprensible? El pasado común que comparten ambos personajes está envenenado con un dolor que no permite espacio para la compasión. En este aire enrarecido, pronto la relación de ambos va estrechándose de un inesperado modo complejo, cimentándose con perversos pactos, un tira y afloja que versa en las necesidades mínimas de esta vida paralela, como cigarrillos o el derecho de asistencia a educación básica. Todo esto filmado con la destacable fotografía de Jasper J. Spanning, que no cede en su empeño de cercanía a los hombros de Eva, incidiendo en una tensión creciente, bastante efectiva en el retrato de este ambiente viciado.

    Se observa muy claramente la preocupación de Möller —autor, junto a Emil Nygaard Albertsen, del guion—, sobre todas las cosas, por su protagonista, por cada decisión tomada, cegada por la ira, sobre la que viene a reflexionar cuando ya es tal vez tarde, improvisando entonces para tratar de recuperar algo de dominio sobre sus acciones. Esta visión de túnel estructural genera, de manera colateral, una desatención hacia los demás personajes que, en mi opinión, supone el principal fallo, dado que priva al producto final de un acabado más rico, más completo. El estudio psicológico de Eva es tan obsesivo que a veces se antoja aislado; y, como consecuencia accidental, nos impide llegar a cierta conexión emocional. Cuando la película sale de este enfoque y se sumerge en la relación de la protagonista con el entorno fuera de esta dinámica de venganza, no obtenemos un enriquecimiento del paisaje humano —véase la ausencia de examen al paisaje mental de Mikkel—, sino una suerte de sensación vacía, como si estuviésemos observando los acontecimientos desde la lejanía. La sobriedad formal del filme, así como su claridad en intenciones, evidencian la buena mano de Möller en manejar la tensión argumental y la complejidad moral de unos personajes presionados por las circunstancias, especialmente en espacios contenidos —algo que ya demostró con The guilty (2018)—. Como ejercicio narrativo, Sons supone un thriller bien ejecutado, y las decisiones tomadas, a pesar de lo expuesto un poco más arriba, funcionan de manera más que correcta en tanto en cuanto potencian los elementos típicos del género.


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