|| Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★★★☆
On falling
Laura Carreira
El precio de una vida
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Reino Unido, 2024. Título original: On Falling. Duración: 104 min. Dirección: Laura Carreira. Guion: Laura Carreira. Música: Ines Adriana. Fotografía: Karl Kürten. Compañías: Coproducción Reino Unido-Portugal; Sixteen Films, BRO Cinema. Reparto: Joana Santos, Inés Vaz, Piotr Sikora.
Reino Unido, 2024. Título original: On Falling. Duración: 104 min. Dirección: Laura Carreira. Guion: Laura Carreira. Música: Ines Adriana. Fotografía: Karl Kürten. Compañías: Coproducción Reino Unido-Portugal; Sixteen Films, BRO Cinema. Reparto: Joana Santos, Inés Vaz, Piotr Sikora.
No hay dramatización alguna en el momento en que Aurora, la protagonista, descubre que ese compañero con el que había charlado unos días atrás se ha suicidado: la ausencia de música le añade una reverberación seca al silencio, y el estatismo de la cámara y la parquedad gestual de los actores no evidencian ninguna brizna de desconcierto. La cotidianidad en el gran almacén en el que trabaja Aurora se mantiene inmutable y el vacío que deja uno de sus trabajadores apenas trastoca a la empresa o a los compañeros; aun así, y aunque pueda parecer lo contrario, la muerte de ese chico “de perilla y pelo largo” —única forma que encuentran sus colegas del trabajo para describirlo—, no se pierde en una esquina de olvido, sino que permanece latiendo bajo la piel del relato, añadiendo significaciones trágicas a acciones que, en un principio, no lo son. Hay muchas secuencias en On falling en las que un personaje le pregunta a la protagonista por sus planes de fin de semana, por sus aficiones o por las actividades que realiza para llenar los pocos momentos de tiempo libre que tiene a lo largo de la jornada. La respuesta siempre es la misma: lo normal, lo que suele hacer todo el mundo. Pero detrás de los pliegues de esas palabras palpita una ansiedad que surge, precisamente, de la ausencia de momentos lúdicos en el día a día. Casi todos los personajes que pueblan la película van de casa al trabajo y del trabajo a casa; sobra decir que la casa la comparten con tres o cuatro personas debido a los elevados precios de los alquileres, que los trabajos son completamente alienantes y están muy mal remunerados y que la falta de ocio y de descanso en sus vidas encuentra su germen en la escasez de recursos económicos con los que costeárselos. El tiempo, ya se ha dicho al principio, no es un derecho, sino un bien de mercado al que acceden aquellos que tienen recursos para pagarlo.
Y precisamente eso es lo que retrata Carreira durante la hora y media que dura la cinta: la monotonía áspera de una rutina mecanizada cuya digitalización de la comunicación ha levantado barreras tecnológicas entre las personas, impidiendo que pueda surgir entre ellas muestras de afecto físico o verbal que sirvan como cimientos para construir lazos afectivos. Es, por tanto, On falling una obra que da vueltas sobre un tiovivo de la desesperación, mientras los colores de sus imágenes son devorados por unos tonos grises —los del cielo escocés— que se pegan a las paredes de las casas, a la tela de la ropa y a la expresividad de las miradas. La película está construida sobre la espalda dolorida de una soledad patológica que intenta abrir sus emociones a otras soledades patológicas: la gestualidad fría y distante de cada personaje, sumado a su ausencia de vida privada debido a la rigidez de unos horarios laborales que sólo les dejan espacio para dormir, convierte cada uno de sus intentos de socializar en un quiebre silencioso que agujerea más su ya de por sí mermada esperanza —véase la secuencia de la discoteca—.
El espesor de la rutina de Aurora encuentra en la lentitud densa del tempo externo de las imágenes una rima que, además de servir como metáfora de su alienación, se plantea como una experiencia de aguante, en tanto que el ritmo interno de los sobrios planos secuencia con los que están rodadas la gran mayoría de las escenas lo mismo cristaliza en un estatismo doloroso, que deviene en un bombardeo de estímulos violentos —los pitidos del lector de los códigos de barras— a los que el espectador se enfrente una y otra vez, sin alcanzar a vislumbrar, en ningún momento, un fulgor de esperanza que insinúe que la situación puede cambiar. No es On falling, sin embargo, una cinta pesimista, sino una cuyo férreo compromiso con la situación precaria de la clase obrera le impide edulcorar un presente que no proyecta luz alguna de futuro. La propuesta, de hecho, se cierra con una catarsis bressoniana desoladora en la que, en un plano detalle tan expresivo como los que rodaba el autor de Pickpocket, por fin se produce el encuentro entre unas manos heladas de soledad; un encuentro que pronto se desvela agónica, puesto que no surge como eco de un afecto difícil de expresar, sino como moneda de cambio que organiza una transacción económica. ♦