|| Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★★★☆
Mi única familia
Mike Leigh
Unas vidas no tan simples
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Reino Unido, España, 2024. Título original: Hard Truths. Duración: 97 min. Dirección: Mike Leigh. Guion: Mike Leigh. Música: Gary Yershon. Fotografía: Dick Pope. Compañías: Coproducción Reino Unido-España; Creativity Media, Film Four, The MediaPro Studio, Thin Man Films. Reparto: Marianne Jean-Baptiste, Michele Austin, David Webber, Ani Nelson, Sophia Brown, Yuwaine Barret.
Reino Unido, España, 2024. Título original: Hard Truths. Duración: 97 min. Dirección: Mike Leigh. Guion: Mike Leigh. Música: Gary Yershon. Fotografía: Dick Pope. Compañías: Coproducción Reino Unido-España; Creativity Media, Film Four, The MediaPro Studio, Thin Man Films. Reparto: Marianne Jean-Baptiste, Michele Austin, David Webber, Ani Nelson, Sophia Brown, Yuwaine Barret.
Es Hard Truths, por tanto, una puntualizada cinta sobre matices: las aristas más ariscas de sus protagonistas encuentran su explicación en el núcleo mismo de su poliedro emocional. A través de una distribución muy precisa de la información, Leigh va desplegando sobre el lienzo del presente los tonos oscuros del pasado de los personajes, iluminando esquinas que permanecían ocultas entre las sombras, confeccionando un retrato de carácter impresionista tan complejo como humano, tan descarnado en la forma de filmar el dolor como cercana es la posición de la cámara. Pansy, la protagonista, no puede más: mantiene una encarnizada batalla con dolores físicos —la mandíbula— y mentales —migrañas, ansiedad— que afectan en la forma que tiene de relacionarse con la gente, ya sea con su hijo, Moses, de rostro compungido y sentimientos guardados bajo llave, ya sea con su marido, que, ante las dificultades que siente a la hora de hablar con ella, prefiere ignorarla, ya sea con la cajera de un supermercado, con la dependienta de una tienda sofás, con la dentista, con un hombre al que se cruza en un parking o con sus propias sobrinas; a todos les habla a gritos, les salpica con una sinceridad violenta y desagradable, les hace saber que está al límite y les pide ayuda de forma inconsciente, pero ellos no se dan cuenta de que su elevado tono de voz no denota sino su necesidad de sentirse querida.
Los largos monólogos con los que reprende a todo aquel que hace algo que ella considera absurdo son puro material de derribo, sólidos bloques verbales que desprenden un humor incisivo, buscando que la risa siempre surja como consecuencia de lo que dice el personaje y no por el personaje en sí mismo. Durante los primeros cuarenta y cinco minutos de película, Leigh reproduce el día a día de Pansy, presenta su carácter arrollador y magmático, y le concede unas cuantas escenas —cortas, pero de gran precisión en el retrato— a sus familiares. Después llega la explosión de dolor y sinceridad, y la culpa explota y se expande por toda la pantalla, manchando incluso la sala de cine: el espectador termina compungido por haber leído las palabras de Pansy desde una perspectiva cómica, por haber reído ante sus gritos de auxilio.
El silencio se abre paso entonces entre unos cuerpos petrificados para dar pie a una dialéctica de miradas que proyectan el fuego emocional que los personajes tenían reprimido. En su segunda mitad, Hard Truths, prescinde por completo de las palabras porque entiende que han sido absorbidas y esterilizadas por un sistema de incomunicación que aísla a cada personaje dentro de sus propias ansiedades, quitándoles las herramientas con las que verbalizarlas de forma precisa. Los primeros planos se cierran sobre los rostros y, en ese momento, la imagen y la ausencia de sonido toman el control de la narración para proyectar el interior de sus protagonistas sobre la pantalla; es entonces cuando se insinúa cada herida, cada cicatriz y cada coágulo de dolor, cuando la dilatación de cada plano permite que la imagen se desdoble para sugerir aquello que tan difícil resulta de expresar con palabras. Cada personaje, incluso el que más descuidado y pasota podía parecer, tiene un nudo emocional, y Leigh lo muestra, no para justificar sus malas actitudes, sino para entenderle y explicarle. Y es que, ¿acaso no es el silencio la única puerta que contiene las irrefrenables ganas de llorar de Moses?, ¿acaso su habitación no es el único espacio seguro en el que puede detener tanto el tiempo como el mundo—deseo que comparte con su madre—?, ¿acaso, por puro contraste, no queda expuesta su dificultad para socializar ante la vitalidad de sus primas, y esto le impide mostrarse afable con ellas?, ¿acaso el marido de Pansy no se viene abajo al tomar conciencia de la depresión que está devorando a su mujer, al percatarse de que podía haber estado a su lado, haberla ayudado, pero que ha sido incapaz de ver su sufrimiento y ahora es demasiado tarde? Leigh plantea las preguntas, pero es el espectador quien debe decidir si quiere verse reflejado en ellas. ♦