|| Críticas | ★★★☆☆
Luz del 86
Inari Niemi
Coming-of-age sin apenas madurar
Ignacio Navarro Mejía
ficha técnica:
Finlandia, 2023. Título original: Valoa valoa valoa. Dirección: Inari Niemi. Guion: Juuli Niemi (basado en la novela de Vilja-Tuulia Huotarinen). Producción: Lucy Loves Drama. Fotografía: Sari Aaltonen. Montaje: Hanna Kuirinlahti. Música: Joel Melasniemi. Diseño de producción: Heini Erving. Dirección artística: Eva-Maria Gramakovski y Kristina Lõuk. Vestuario: Neoon Must. Reparto: Rebekka Baer, Anni Iikkanen, Laura Birn, Pirjo Lonka, Annaleena Sipilä, Janne Reinikainen, Kanerva Paunio. Duración: 91 minutos.
Finlandia, 2023. Título original: Valoa valoa valoa. Dirección: Inari Niemi. Guion: Juuli Niemi (basado en la novela de Vilja-Tuulia Huotarinen). Producción: Lucy Loves Drama. Fotografía: Sari Aaltonen. Montaje: Hanna Kuirinlahti. Música: Joel Melasniemi. Diseño de producción: Heini Erving. Dirección artística: Eva-Maria Gramakovski y Kristina Lõuk. Vestuario: Neoon Must. Reparto: Rebekka Baer, Anni Iikkanen, Laura Birn, Pirjo Lonka, Annaleena Sipilä, Janne Reinikainen, Kanerva Paunio. Duración: 91 minutos.
Podría aventurarse que esto es lo que sucede con la nueva película de la finlandesa Inari Niemi, que parte de la reconocida y homónima novela escrita por Vilia-Tuulia Huotarinen. El hecho de que ambas obras compartan título, traducido aquí como Luz del 86, pero que literalmente quiere decir solo Luz luz luz, nos indicaría que la película pretende una adaptación bastante rigurosa. Y en verdad la premisa nos sitúa en el mismo contexto que la novela, un pueblo finlandés en 1986, y con sus mismas coprotagonistas, las adolescentes Mariia y Mimi, que pronto desarrollan una relación estrecha y tormentosa. Para mayor detalle, la narración cuenta con una suerte de prólogo sobre el accidente de la central de Chernóbil acontecido en la fecha de referencia, cuyas nubes radioactivas, de un ominoso color violáceo, se desplazarían más metafórica que físicamente del norte de Ucrania hasta el oeste de Finlandia, afectando las vivencias de todos los personajes de este relato. De hecho, Mimi guarda una conexión más fuerte con ese desastre atómico que la mera coincidencia temporal y, hasta cierto punto, geográfica, y los recurrentes planos del cielo o su reverso cenital a vista de dron intentan dotar de omnipresencia poética a esa vinculación del drama con el trágico suceso. Pero, a partir de ahí, dicho drama sigue vericuetos demasiado elípticos, y pierde interés cuando se aleja de la intimidad de las dos jóvenes protagonistas. Esto se debe a la escasa información o atención que se presta a esas otras partes de la historia, pero también a que aquellas se abstraen en gran medida de estas, por lo que esa información o atención parcial es, en cierto modo, subjetiva, acorde con la perspectiva y el sentimiento de Mariia y Mimi, que no comparten con nadie más.
En realidad, el problema quizá más grave de la cinta, sin despreciar sus virtudes y en especial todas esas escenas logradas entre ambos personajes, tanto por el buen hacer de las actrices como por la sensibilidad con que están dirigidas y encuadradas, es que su conflicto queda un tanto desdibujado. Y es esta carencia, precisamente, la que revela que la adaptación no es tan fiel como parecía, pues se estructura con una edición en paralelo de dos líneas temporales, la segunda de las cuales es ajena al libro y, en lugar de dotar de un significado más profundo o servir de refuerzo o contraste con la otra parte conocida de la narración, distrae y desconcierta un tanto. En pocas palabras, Niemi quiere sobredimensionar un trauma con añadidos que resultan algo contraproducentes, pues difuminan el trauma original, ese pasado que se recuerda con nostalgia y melancolía, como algo prohibido y mágico a lo que Mariia y Mimi se atrevieron y que se perdió y no volverá a recuperarse, en fin, toda su relación que, por su mera naturaleza y el posterior transcurso de los años, ya era suficiente para alimentar el drama. La Mariia crecida no lo ha superado, y en ese sentido sí resulta oportuno el montaje con escenas que van y vienen, que se reflejan entre ese pasado y el tiempo más reciente (pues no llega a ser actual). Hay un corte cronológico entre ambos, pero, a su vez, una asociación temática, además de personal. Con todo, en lo referido al puro interés dramático, es cuestionable y frustrante tal evolución (o falta de ella), que se nos muestra en pantalla sin ahondar en su esencia. En cualquier caso, Luz del 86 sí consigue ubicarnos, apoyándose igualmente en una delicada fotografía o en una pertinente banda sonora propia de la época (con hits como Maria Magdalena o Smalltown Boy), en un lugar bien definido, único y característico, que pese a las influencias externas se percibe con cierta sensación de aislamiento, si bien frágil y efímero. ♦