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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El último suspiro

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★★☆☆
    El último suspiro
    Costa-Gavras
    Meditaciones


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Le dernier souffle. Duración: 100 min. Dirección: Costa-Gavras. Guion: Costa-Gavras. Música: Armand Amar. Fotografia: Nathalie Durand. Compañías: KG Productions. Distribuidora: Bac Films. Reparto: Denis Polaydes, Kad Merad, Maryline Canto, Ángela Molina, Francoise Lebrun.

    Costa-Gavras utilizaba en Z, su obra maestra, la enfermedad como metáfora del fascismo. Ahora, con noventa y un años a sus espaldas, el cineasta presenta en la Sección Oficial de San Sebastián El último suspiro, una obra abiertamente crepuscular que bien puede ser leída como su testamento cinematográfico, que aborda la enfermedad en su sentido más literal y áspero. Es este, de entrada, su trabajo más depurado formalmente, el más austero y desnudo: la imposición de un ritmo sereno en el que la observación minuciosa del tiempo se convierte en un proceso fundamental de cara a calcular los segundos que que se le tienen que conceder a un plano para que sus imágenes respiren y se muevan de forma orgánica por la pantalla, es la base sobre la que se construye una película que, con plena conciencia de lo que quiere hacer, apuesta por unas formas estéticas en desuso confiando en que puedan sostener todo el aparato discursivo, denso y, por momentos, alambicado, que va a desarrollar. Un corte de montaje funciona así como la línea que separa al paciente del médico, a la persona que está viviendo sus últimos días y a la que dedica los suyos a facilitar muertes dignas, a la que se está peleando contra el miedo a un final inminente y a la que intenta comprender, sin poder hacerse una idea precisa, el funcionamiento de los resortes de dicho miedo; la duración del plano, por su parte, se tiñe de unos colores u otros dependiendo de quién se encuentre en su centro: estirar el plano de un enfermo de cáncer terminal tiene unas implicaciones trágicas dentro de la propia imagen, dado que las briznas temporales que captura la cámara son todas las briznas temporales de las que dispone. lo que carga cada fotograma de una intensidad triste hasta la desolación.

    Costa-Gavras es plenamente consciente de esto y, por ello, compone una puesta en escena que es un verdadero trabajo de orfebrería: la transparencia con la que retrata el devenir de sus protagonistas no está, ni mucho menos, exenta de profundidad, pero el realizador, sencillamente, prefiere mantener la reflexión sobre la representación de la enfermedad y la inminencia de la muerte en un segundo plano en favor de la meditación, expuesta con mayor explicitud, pero no por ello menor hondura, en clave filosófica sobre las formas de afrontar los instantes finales. La premisa de El último suspiro es sencilla; durante un examen rutinario, los médicos detectan unas células cancerígenas inactivas en los pulmones de un filósofo sexagenario que, precisamente, encontró el éxito con un libro sobre la enfermedad, la vejez y la muerte. De momento, le dicen los profesionales, no se le puede intervenir, y puede darse el caso de que, cuando las células se activen, la expansión del cáncer pueda alcanzar tal grado de velocidad que lo convierta en fulminante. El filósofo, preocupado, entabla una relación con un médico especializado en cuidados paliativos que ejerce de guía en su exploración del dolor, la ansiedad y el miedo a lo inevitable.

    El director expone abiertamente el carácter meditativo de la cinta, se lo ofrece al espectador para que se haga partícipe de su densa dialéctica y se abra a reflexionar junto a los personajes. No hay, por tanto, más tensión en la película que la verbal, y no hay más estructura que la que conforman la concatenación de largas secuencias enteramente dialogadas en las que cada personaje expone, cuestiona y argumenta sus ideas y emociones con respecto al tema central. Costa-Gavras es consciente de la dureza emocional del material con el que trabaja y, por ello, salpica unas píldoras de humor, cálido y acogedor, a lo largo del metraje, relajando la solemnidad del tono e impidiendo que la afectación pueda arraigar en el relato. Se produce, sin embargo, a mitad de película un estancamiento provocado por la mecanización de las secuencias, y, en consecuencia, el tono compacto y reflexivo se diluye durante algunos minutos. Costa-Gavras encorseta su indagación dentro de unos patrones reflexivos que, por momentos, automatizan el flujo de imágenes y palabras. Pese a esto, El último suspiro ofrece un acercamiento duro —que no inclemente— a la muerte, y sugiere, a través de sus largos pulsos verbales, una serie de preguntas verdaderamente interesantes.

    En determinado momento, el protagonista le pregunta a un médico qué significa para él tener una muerte digna, a lo que este responde que una que “esté exenta de dolor y sufrimiento, en la que el paciente esté acompañado en todo momento y en la que se cumplan sus últimas voluntades”. El director no deja de lado el cine político con el que alcanzó el éxito décadas atrás y le añade una última capa de lectura a su película: la eutanasia no es en ninguna secuencia de la cinta un tema sobre el que debatir a favor o en contra, porque, sencillamente, es un derecho humano, y los derechos humanos no se debaten. Así, la construcción filosófica de la obra parte siempre desde la aceptación de la muerte asistida como un derecho innegable, y, desde ahí, desde la afirmación de que una persona debe poder elegir morir cuando seguir vivo sólo implicaría alargar de forma innecesaria el dolor y sufrimiento que le afligen, comienza a pensar en las diferentes emociones e ideas que surgen alrededor de la enfermedad y la muerte. ♦


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