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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El conde de Montecristo

    || Críticas | ★★★★☆
    El conde de Montecristo
    Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte
    La venganza de los hombres es la justicia de Dios


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: Le comte du Monte-Cristo. Directores: Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte. Guion: Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte. Productores: Nora Chabert, Cédric Iland, Dimitri Rassam, Guinal Riou, Ardavan Safaee. Productoras: Chapter 2, Pathé, M6 Films, Fargo Films, Logical Content Ventures, Umedia, CNC, Canal+. Fotografía: Nicolas Bolduc. Música: Jérôme Rebotier. Montaje: Célia Lafitedupont y Sarah Ternat. Reparto: Pierre Niney, Bastien Bouillon, Anaïs Demoustier, Anamaria Vartolomei, Laurent Lafitte, Pierfrancesco Favino, Patrick Mille.

    Sin apenas solución de continuidad tras su espléndido díptico dedicado a los mosqueteros, la pareja de guionistas y directores formada por Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte vuelve al universo literario de Alejandro Dumas (padre) para brindar una nueva adaptación de la celebérrima El conde de Montecristo (1845-1846), su novela-folletín más ambiciosa y perfecta. Concebida, como la serie completa de Los tres mosqueteros, con la ayuda de su escritor fantasma de confianza, Auguste Maquet, la historia de Montecristo vio la luz en Francia en una época en que la justicia y la venganza –dos impulsos que emanan de la condición de víctima, es decir, de todos nosotros en un momento de humillación– habían producido los seísmos políticos más recientes del país.

    La Revolución francesa, el golpe de Estado de Napoleón, la restauración del Antiguo Régimen… Para unos, el pueblo llano, venganza; para otros, la nobleza y la burguesía, justicia. La prensa sensacionalista contemporánea de Dumas se hacía eco de historias de agraviados y ofendidos en ambos bandos, y el escritor, cuyas novelas se publicaban precisamente en algunos de estos diarios, vio pronto el filón. Llevada al cine y a la televisión al menos una docena de veces –como es natural, sobre todo en Francia–, lo que sorprende de esta nueva versión es la inteligencia de La Patellière y Delaporte al elegir el tema más adecuado para nuestro presente. Si su visión de los mosqueteros acertaba de pleno al dirigir la atención hacia la búsqueda de identidad por parte de un D’Artagnan manipulado por todo su entorno, para hablar de este modo de un mundo, el nuestro, donde ya no hay personas sino perfiles, su Montecristo se erige en una reivindicación monumental de eso tan viejo llamado honor, hoy desactivado desde todos los frentes del capitalismo por efecto del miedo. Miedo a perder el empleo; miedo a ser abandonados; miedo a llevar la contraria a la mayoría; miedo a no estar; miedo a no ser; miedo a no tener.

    Edmundo Dantès (lo borda Pierre Niney) se presenta ante nosotros como la antítesis de todos estos terrores, justamente para obligarnos a reflexionar sobre nuestras concesiones diarias. Lo apunta varias veces el guion a través del personaje de Abbé Faria (Pierfrancesco Favino): en cada renuncia subyace una traición a nuestros principios; cada derrota es un triunfo de quien desea dominarnos (pero afirma protegernos y querernos). La película se convierte así menos en la típica historia de venganza que en una atípica crítica de la cobardía del ser humano en el siglo del consumismo y el egoísmo. La odisea de Dantès –aunque, dado su apellido, más bien cabría hablar de ida y vuelta de los infiernos para buscar a su Beatriz– traslada al espectador del año 2024 un sentido homenaje a la valentía como forma de estar en el mundo –caiga quien caiga, incluso uno mismo–. Por temer, Dantès no teme ni a la muerte, acaso el más voraz de nuestros terrores porque nos lo quita todo. Dantès en cambio la coge de la mano, la corteja y baila con ella. Su periplo es, de hecho, un constante desafío a la Parca, un motivo este con el que a Dumas le gustaba jugar en sus folletines para crear ritmo y suspense. A él le debemos algunos de los mejores cliffhangers de la novela histórica de aventuras precisamente por su habilidad, al final de cada entrega semanal, para dejar a los personajes (y a los lectores) en un sinvivir.

    La Patellière y Delaporte han entendido –y con razón– que la clave para replicar en el cine esta estrategia narrativa estaba en la alternancia de primeros planos y planos medios en la lógica de un montaje paralelo en tres cuartos de metraje y lineal en el cuarto restante. Y muy importante: que nunca dejen de pasar cosas. Pongámosle nombre a esto: es la lección básica de En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981). Será difícil ver este curso un filme comercial mejor editado que El conde de Montecristo, merced al excelente trabajo de Célia Lafitedupont y Sarah Ternat, dos de las más antiguas colaboradoras de esta pareja de directores. Las tres horas de metraje se hacen cortas en sus manos, en un ejercicio modélico de cortes limpios, escala compositiva, sentido y progresión dramática y continuidad lumínica. ¡Qué bien les salen a los franceses estas, casi todas las películas! Coincido en este sentido con el crítico Israel Paredes cuando un día, charlando sobre cine francés, hablábamos del inquebrantable gusto y excelencia técnica del que hacen gala nuestros vecinos, en concreto cuando abordan historias de época.

    En el debe de El conde de Montecristo, algún exceso con el CGI en la recreación de escenarios, el escaso interés de algunos personajes secundarios (Danglars) en comparación con su peso en la novela, la sobreescritura de Mercédès (Anaïs Demoustier) –demasiadas escenas iterativas, como las de Milady (Eva Green) en la primera parte de los Los tres mosqueteros– y algún que otro titubeo en la dirección artística del tercio medio –la búsqueda del tesoro–. Detalles que no empañan una experiencia gozosa para los amantes de Dumas y del mejor cine de aventuras, esto es, los amantes del vértigo, la emoción, la amistad, el peligro, el deseo disfrazado de amor, los destinos proféticos y la fe en uno mismo. Todo aquello que nos hace sentir vivos de veras. Hasta ahora, mi Montecristo favorito se componía de piezas de la versión de David Greene (el mejor papel de Richard Chamberlain) y piezas de la miniserie de Josée Dayan protagonizada por Gerard Depardieu. Tendré que hacer hueco. ♦


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