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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El baño del diablo

    || Críticas | Berlinale 2024 | ★★★★☆
    El baño del diablo
    Severin Fiala, Veronika Franz
    La mujer rota


    Luis Enrique Forero Varela
    74ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Austria, Alemania, 204. Título original: «Des Teufels Bad». Dirección: Severin Fiala, Veronika Franz. Guion: Severin Fiala, Veronika Franz. Compañías productoras: Ulrich Seidl Film Produktion GmbH, ARTE, Bayerischer Rundfunk (BR), Heimfilm Gmbh, Österreichischer Rundfunk (ORF). Fotografía: Martin Gschlacht. Intérpretes: Anja Plaschg, David Scheid, Maria Hofstätter, Tim Valerian Alberti, Elias Schützenhofer. Duración: 120 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2024


    La pareja de cineastas Veronika Franz y Severin Fiala recuperan en The Devil’s Bath una cruenta realidad histórica relativamente poco conocida en la Centroeuropa del siglo XVIII, mediante una puesta en escena atmosférica e inquietante, deudora del folk horror contemporáneo. Esta es una fábula sobre la insatisfacción y la culpa, dos conceptos de que la iglesia católica se ha apropiado durante siglos, utilizándolos como herramienta de control sociopolítico. El contexto en el que transcurren los acontecimientos narrados está marcado por el oscurantismo. En una diminuta aldea rodeada de vastos bosques, una muchacha confecciona con mimo la corona de flores que llevará ese mismo día, el día de su boda. Guarda además algunos delicados insectos, mariposas ya secas, en un pañuelo, tal vez como el reducto último de esa infancia suya que está a punto de acabar. Porque, tras contraer nupcias con un pescador de la aldea vecina, la joven Agnes (Anja Plaschg) ha de abandonar a su madre y su hermano, e instalarse en una nueva casa, donde las únicas actividades que realizará —aparte de ir a misa, claro está— vendrán determinadas con la única función de satisfacer a su nuevo marido: ayudar un poco en la pesca en el río en el que la población local trabaja, cocinar, limpiar la casa, parir. Así hasta el final de sus días.

    ¿Qué ocurre entonces cuando algo no marcha bien? Está claro que ese es su deber, según la Ley Divina. Y no existe jurisprudencia que indique cualquier otra vía divergente. Las horas y los días de la atormentada protagonista se suceden en este bosque asfixiante, que el director de fotografía Martin Gschlacht se ha empeñado en filmar con una paleta de colores lúgubre, despertando la sospecha de elementos perversos al acecho. La atmósfera que se construye, entre los muros rústicos de la casa, el establo con las cabras y la niebla del bosque se espeja particularmente en The VVitch (Robert Eggers), pero también toma inspiración del denominado “elevated horror” más reciente, sobre todo en el tempo, en la velocidad de despliegue argumental, y en menor medida, en la importancia de la estética. Esta es una película más bien sobria. Y además es una película de terror sobrenatural sin elementos sobrenaturales, más allá de algún capricho narrativo que la pareja directora se permite y que, todo sea dicho, acaban resultando decididamente innecesarios.

    No hay aquí fantasmas ni demonios porque, por un lado, se trata de una reconstrucción histórica —en un sentido muy amplio—, y, por otra parte, no hace falta en absoluto porque la angustia y la frustración hacia la que se ve arrojada Agnes constituyen en sí mismos elementos de terror. Una mujer incapaz de cumplir alguna de estas actividades arriba mencionadas, sea por el motivo que sea era automáticamente tachada no solo como un fracaso, sino prácticamente un imán de malos augurios —como atestigua la aparición de una calavera de macho cabrío en el riachuelo en el que se recoge la pesca—, y repudiada socialmente. En el caso que nos ocupa, la joven protagonista intenta estar en armonía con este mandato de subyugación y renuncia al propio yo. Y se dobla y se somete, pidiéndole desesperadamente al Dios católico un bebé que no llega —la raíz de cuyo se expresa en el film con una sutileza muy bien lograda—. Agnes se siente inservible y tanto su marido como su suegra piensan de igual manera. No existe la posibilidad de regresar a esa vida pasada con su madre y su hermano porque ahora es “una mujer”, y debe comportarse como tal. Los muros se van estrechando contra ella hasta asfixiarla. No tiene escapatoria alguna, y este sufrimiento, que comenzó como una ligera insatisfacción, ahora es casi insoportable, porque la culpa es suya, y todo el mundo a su alrededor no para de insistir en ello. Ni siquiera una cura contra la melancolía en el la casa de baños local parece ayudar en su caso. Entonces ¿qué hacer? Si ni siquiera su vida le pertenece, y el cura de la aldea se encarga de recordarle que solo Dios quita lo que Dios da, y al suicida ni siquiera le está permitida la redención ni el derecho a ser enterrado en suelo sagrado.

    A su manera, decíamos, esta es una película de terror folk, sí; pero además es un drama histórico. Porque detrás del argumento de The Devil’s Bath se encuentra como inspiración un cierto comportamiento límite al que se veían abocadas las personas en situación de miserable angustia —sobre todo, cómo no, mujeres jóvenes—: ante la total imposibilidad siquiera de acabar con su vida por mano propia, dadas las leyes tan crueles hacia las suicidas, a menudo la desesperación hallaba una salida en el homicidio. Tan alambicada estrategia, de hecho, se mostró como una alternativa exitosa para cientos de personas, insistimos, en su mayoría mujeres, quienes decidían llevarse la vida de quien tuviesen más a mano, por lo general, niños —pues resultaba, imagino, bastante más sencillo—, e inmediatamente acudían a la autoridad para confesar el crimen y ser condenadas a una muerte tan humillante como dolorosa; pero, al fin y al cabo, una muerte deseada. Tal promesa de brutalidad es la que permea cada centímetro del bosque por el que Agnes derrama su sufrimiento. Agnes no puede más. Y es por eso que resulta tan tentador este último recurso.

    La reconstrucción histórica sirve en The Devil’s Bath, además de como sustrato narrativo, como aparato discursivo, cuyo contenido simbólico resulta clarísimo de comprender, y no por ello es menos válido. Y resulta muy interesante presenciar este alegato contra la misoginia que es a la vez película de terror. El más que adecuado manejo de la tensión por parte de Franz y Fiala, así como la destacable actuación de Anja Plaschg —quien, por cierto, además es autora de la interesante música del film, firmado Soap&Skin, su nome de guerre—, logran convertir a The Devil’s Bath un filme notable, una película de brujería sin brujas, y además una reivindicación de la lucha feminista desde herejía y de la desobediencia al mandato divino.


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