|| Críticas | ★★★☆☆ ½
Silver Haze
Sacha Polak
Angustias en el vacío
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Países Bajos, Reino Unido, 2023. Título original: Silver Haze. Duración: 103 min. Dirección: Sacha Polak. Guion: Sncha Polak. Música: Joris Oonk, Ella van der Woude. Fotografía: Tibor Dingelstad. Compañías: Emu Films, Viking Film. Reparto: Vicky Knight, Esme Creed-Miles, Charlotte Knight, Archie Bridgen, Angela Bruce.
Países Bajos, Reino Unido, 2023. Título original: Silver Haze. Duración: 103 min. Dirección: Sacha Polak. Guion: Sncha Polak. Música: Joris Oonk, Ella van der Woude. Fotografía: Tibor Dingelstad. Compañías: Emu Films, Viking Film. Reparto: Vicky Knight, Esme Creed-Miles, Charlotte Knight, Archie Bridgen, Angela Bruce.
Con semejante punto de partida, parece complicado que una película soporte sobre su estructura, de raíz eminentemente dramática, una campana de dolor más grande que la que ensordece al personaje interpretado por Vicky Knight. Nada más lejos de la realidad. Silver Haze no tarda en establecer varios diálogos casi simultáneos con los ecos, a veces tenues, a veces vigorosos, de los pesares que acompañan, acosan y presionan a los diferentes secundarios que entran y salen de la narración. Es esta, por tanto, una cinta cuya búsqueda obsesiva, en espiral, del sufrimiento podría fácilmente caer en la pornografía del horror o convertirla en un teatrillo de la crueldad. Por suerte, la escritura visual que propone Sacha Polak sortea estos obstáculos con una sobriedad admirable, haciendo uso de una gramática humanista cuyo transparente realismo no se construye desde la necesidad de mostrar —pegando la cámara— cada golpe que recibe la protagonista, sino desde la certeza de que el fuera de campo y la contención pueden espolear muchas más preguntas y capturar mejor las emociones que se agolpan detrás su mirada.
Dos cuerdas tensionan, al mismo tiempo y con la misma fuerza, Silver Haze; y dos pulsiones hay, por tanto, dentro de sus imágenes: la de capturar el estatismo vital que se cierne sobre los personajes —maravillosamente condensado en una metáfora inicial tan sutil como desarmante— y la de buscar, dentro de ese nudo de angustia, confusión y constantes achaques, una corriente de aire fresco en forma de perdón que les permita atisbar el tan deseado horizonte. Entre esos dos mundos se mueve una película que convierte los espacios vacíos en insoslayables arquitecturas de aflicción alrededor de las cuales orbitan unos cuerpos que, por momentos, no saben comunicarse si no es chocándose entre ellos, hiriéndose y gritando su rabia contra un mundo cuyas injustas estructuras, además de estigmatizarlas y condenarlas a la precariedad, perforan y aprietan sus heridas abiertas. Así, las imágenes están compuestas por infinitos pliegues dentro de los cuales se ocultan, silenciosos, muchos más pesares y dolores de los que la superficie de la pantalla es capaz de enunciar. Es en ese juego de dolores que se solapan y se retroalimentan donde se hace grande una propuesta que no deja de cuestionar una red de afectos y cuidados que, a duras penas, sobrevive en un mundo en el que la realidad es pura tristeza y los servicios de salud (mental), un privilegio para unos pocos. Polak cambia el “¿quién vigila a los vigilantes?”, de Alan Moore, por un “¿quién cuida a quienes nos cuidan?”, y, desde ahí, levanta, siempre con los retales que quedan después de una demolición, una cinta emocionante que sólo en algunos momentos —esa cámara lenta para subrayar el lirismo de determinadas escenas— se ve lastrada por sus arrebatos expresivos. ♦