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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Silver Haze

    || Críticas | ★★★☆☆ ½
    Silver Haze
    Sacha Polak
    Angustias en el vacío


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid |

    ficha técnica:
    Países Bajos, Reino Unido, 2023. Título original: Silver Haze. Duración: 103 min. Dirección: Sacha Polak. Guion: Sncha Polak. Música: Joris Oonk, Ella van der Woude. Fotografía: Tibor Dingelstad. Compañías: Emu Films, Viking Film. Reparto: Vicky Knight, Esme Creed-Miles, Charlotte Knight, Archie Bridgen, Angela Bruce.

    El plano cenital está dividido en dos por una valla oxidada en la que la protagonista, en compañía de su madre y su hermana, ha depositado un ramo de flores; de un lado, quedan los escombros de un local consumido por las llamas quince años atrás; del otro, unos cuerpos marcados por la muerte que dan vueltas entre otros escombros —los de la tragedia que detuvo sus vidas, que las condenó a observar, disecadas, el lento latir del tiempo sin poder formar parte de él—, incapaces de escapar de sus límites imprecisos. Después del destello fúnebre, las sonrisas se convierten en animales mitológicos que se cuelan en sus sueños para recordarles la existencia de una luz que estuvo presente durante algunos momentos de su infancia; la vitalidad es sustituida por la grisura de una rutina levantada con los pequeños retales que sobrevivieron a las llamas; y el placer desaparece de sus vocabularios para dejar que el vacío ocupe su lugar. Después del destello fúnebre, decíamos, sólo queda la abstracción como forma de sobrellevar una cotidianidad que únicamente se mantiene en pie porque ha mecanizado el movimiento de sus engranajes. El sexo no es un diálogo entre unos cuerpos que se desean, sino una alucinación que les permite olvidarse durante unos minutos de que el devenir de sus vidas discurre en el borde mismo de un vórtice que las absorbe; y los porros ayudan a sobrellevar una realidad filosa en la que cualquier fulgor de esperanza pronto es cercenado. Es la injusticia, la ausencia de respuestas a unas preguntas que proyectan su sombra sobre el día a día de las protagonistas, el núcleo de la narración, el elemento que imposibilita el pronunciamiento de las sílabas que componen la palabra futuro.

    Con semejante punto de partida, parece complicado que una película soporte sobre su estructura, de raíz eminentemente dramática, una campana de dolor más grande que la que ensordece al personaje interpretado por Vicky Knight. Nada más lejos de la realidad. Silver Haze no tarda en establecer varios diálogos casi simultáneos con los ecos, a veces tenues, a veces vigorosos, de los pesares que acompañan, acosan y presionan a los diferentes secundarios que entran y salen de la narración. Es esta, por tanto, una cinta cuya búsqueda obsesiva, en espiral, del sufrimiento podría fácilmente caer en la pornografía del horror o convertirla en un teatrillo de la crueldad. Por suerte, la escritura visual que propone Sacha Polak sortea estos obstáculos con una sobriedad admirable, haciendo uso de una gramática humanista cuyo transparente realismo no se construye desde la necesidad de mostrar —pegando la cámara— cada golpe que recibe la protagonista, sino desde la certeza de que el fuera de campo y la contención pueden espolear muchas más preguntas y capturar mejor las emociones que se agolpan detrás su mirada.

    Dos cuerdas tensionan, al mismo tiempo y con la misma fuerza, Silver Haze; y dos pulsiones hay, por tanto, dentro de sus imágenes: la de capturar el estatismo vital que se cierne sobre los personajes —maravillosamente condensado en una metáfora inicial tan sutil como desarmante— y la de buscar, dentro de ese nudo de angustia, confusión y constantes achaques, una corriente de aire fresco en forma de perdón que les permita atisbar el tan deseado horizonte. Entre esos dos mundos se mueve una película que convierte los espacios vacíos en insoslayables arquitecturas de aflicción alrededor de las cuales orbitan unos cuerpos que, por momentos, no saben comunicarse si no es chocándose entre ellos, hiriéndose y gritando su rabia contra un mundo cuyas injustas estructuras, además de estigmatizarlas y condenarlas a la precariedad, perforan y aprietan sus heridas abiertas. Así, las imágenes están compuestas por infinitos pliegues dentro de los cuales se ocultan, silenciosos, muchos más pesares y dolores de los que la superficie de la pantalla es capaz de enunciar. Es en ese juego de dolores que se solapan y se retroalimentan donde se hace grande una propuesta que no deja de cuestionar una red de afectos y cuidados que, a duras penas, sobrevive en un mundo en el que la realidad es pura tristeza y los servicios de salud (mental), un privilegio para unos pocos. Polak cambia el “¿quién vigila a los vigilantes?”, de Alan Moore, por un “¿quién cuida a quienes nos cuidan?”, y, desde ahí, levanta, siempre con los retales que quedan después de una demolición, una cinta emocionante que sólo en algunos momentos —esa cámara lenta para subrayar el lirismo de determinadas escenas— se ve lastrada por sus arrebatos expresivos. ♦


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