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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mongrel (白衣蒼狗)

    || Críticas | ★★★☆☆
    Mongrel
    Chiang Wei Liang, You Qiao Yin
    A vueltas con el cine de la crueldad


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Taiwán, Singapur, Francia, 2024. Título original 白衣蒼狗. Directores: Chiang Wei Liang y You Qiao Yin. Guión: Chiang Wei Liang. Intérpretes: Yu-hong Hong, Yi-Ching Lu, Wanlop Rungkumjad, Kuo Shu-wei, Achtara Suwan. Compañías productoras: E&W Films, Le Petit Jardin y Deuxiéme Ligne Films. Fotografía: Michael Capron. Edición: Dounia Sichov. Duración: 128 minutos. Presentación oficial: Quincena de Cineastas Cannes 2024.

    El término “cine de la crueldad” desaparece y reaparece en el léxico cinéfilo conforme a las modas del momento y orígenes de las películas. Directores como Haneke no se despegarán nunca de él por proceder de Occidente y ser considerado un privilegiado. Si sus esquemas se advierten, en cambio, en cines de filmografías no eurocéntricas parece que el juicio se flexibiliza y se buscan redenciones donde, el primer análisis, conduce inexorablemente al veredicto de culpabilidad. No es mejor ni peor la película por ello pero ha que señalar de antemano que no hay piedad sistémica en Mongrel, la cinta de los directores taiwaneses Chiang Wei Liang y You Qiao Yin. Ni piedad ni empatía por más que uno de los personajes, el protagonista Oom, pueda representar a un ángel de la buena muerte, pero ello implica que no dejamos de hablar de muerte como única posibilidad de escape liberadora para todo el catálogo de personas que atraviesan sus más de dos horas de duración. Ese plano final con un perro con una pata amputada abandonando el interior de una de las muchas casas de los horrores que circulan por el filme no es mala metáfora de todo lo visto hasta entonces. El mestizo, el perro no de raza al que se refiere el título, el que no pertenece al lugar donde se encuentra, no puede aspirar más que a la supervivencia, incluso en ausencia de su integridad, física o moral.

    El hilo narrativo de la película, ambientada en localizaciones rurales de Taiwán, está íntimamente ligado a la presencia permanente del mal acechando las actividades cotidianas de los inmigrantes filipinos, malayos, vietnamitas, tailandeses… que, burlando los controles de frontera, han accedido irregularmente en el país para quedar en manos de mafias, más o menos tolerantes, para las que han de trabajar y pagar el precio fijado por el traslado; una deuda que nunca termina de saldarse. Nada que no conozcamos o intuyamos, lo que hace inquietante el entorno es esa sensación constante de mercancía con la que son etiquetados los seres humanos. Las deudas del empresario adquirente suponen la subrogación de los inmigrantes, que son revendidos, cada uno con mejor o peor fortuna hasta que el fuera de campo y la visualización fugaz de unos matones nos haga dudar de la integridad futura de aquellos que, reclamando su salario impagado, han sido los primeros en ser vendidos. Tráfico de órganos, snuff movies, prostitución? Cualquier idea es posible en un mundo que los directores filman con muy poca luz, en localizaciones interiores mal cuidadas, sucias, abandonadas, sin los servicios básicos, un submundo dentro del primer mundo y en el que lo rural predomina sin apenas percepción de desarrollo salvo cuando tienen que intervenir los servicios públicos.

    El protagonista sabe que su situación es igualmente inestable, por su antigüedad y por dedicarse al cuidado de personas dependientes, entre los que se encuentran familiares de sus empleadores, ostenta una posición privilegiada dentro del grupo de inmigrantes, pero ello no le exime de limpiar la mierda (literal) que le circunda y de omitir sus opiniones en público cuando comprueba cómo quienes cambian de patrón no vuelven a aparecer y se pierde todo rastro de su existencia. Oponerse significa bajar un escalón dentro de la miseria o hasta morir, callarse te transforma en un cómplice culpable de lo que sabes que va a terminar sucediendo aunque afecte a quien te acompañó desde el principio en la travesía. Consentir o desaparecer, el drama y la crueldad son extremos. En ese dilema, reflejado en las miradas y silencios del protagonista, cada vez más superado emocionalmente por la situación sin solución su único refugio, que para el espectador puede resultar tan cuesta arriba como el resto, es volcarse con esmero y cariño en el cuidado de los dependientes, ya sea de quien permanece inconsciente o de quien con su enfermedad cerebral no puede disponer de su cuerpo pero comprende perfectamente lo que sucede y le puede suceder. Entre tanto mal su ofrecimiento es la única posibilidad de manifestarse como un ser humano entre tanta degradación y abuso, aunque también ese humanismo sea cuestionable. Es una expiación comprensible frente a tanto mal tolerado aunque ello no signifique que pierda toda la culpa acumulada, esa pata que le falta al perro del plano final es transmisible a Oom, algo de alma le queda pero de este viaje no se sale indemne, ni nosotros, a quienes tanta crueldad durante 128 minutos se nos puede, y debe, atravesar. ♦


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