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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La trampa

    || Críticas | ★★★★☆
    La trampa
    M. Night Shyamalan
    Un asesino cualquiera


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: Trap. Dirección: M. Night Shyamalan. Guion: M. Night Shyamalan. Producción: Marc Bienstock, Ashwin Rajan, M. Night Shyamalan. Productoras: Coproducción Estados Unidos-Reino Unido; Blinding Edge Pictures. Distribuidora: Warner Bros. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Herdís Stefánsdóttir. Montaje: Noemi Katharina Preiswerk. Reparto: Josh Hartnett, Ariel Joy Donaghue, Saleka, Alison Pill, Hayley Mills, Jonathan Langdon, Marnie McPhail.

    Que M. Night Shyamalan es un cachondo es una realidad de la que ya nos habíamos percatado desde hace tiempo. Ya con su primer gran éxito, El sexto sentido (1999), culminaba una solemne historia de fantasmas con uno de los finales más tramposos de la Historia del Cine, engañando a la gran mayoría del público que acudió en masa a verla. Tal vez, las expectativas creadas alrededor de este cineasta después de aquello fueran demasiado altas y no siempre se ha sabido valorar el carácter juguetón y desprejuiciado de la mayoría de sus obras -tomarse demasiado en serio títulos como La joven del agua (2006) o El incidente (2008) supone una pérdida de tiempo que hace que no se disfrute de unas historias tan bizarras como, en definitiva, originales, algo que hay que valorar en unos tiempos en los que las secuelas y los remakes están a la orden del día. Con la divertidísima La visita (2015), una suerte de Hansel y Gretel en clave de metraje encontrado, y Múltilple (2016), estupenda segunda parte de la trilogía iniciada con la fascinante El protegido (2000), Shyamalan volvió a recuperar un favor, el de la crítica, que parecía perdido tras varias cintas incomprendidas o directamente flojas -Airbender, el último guerrero (2010) o After Aarth (2013)-. Más polarizadas estuvieron las reacciones hacia sus últimos trabajos, Glass (2019), Tiempo (2021) y Llaman a la puerta (2023) y, sin embargo, todos ellos atesoran muchas de las mayores virtudes del director, en especial, ese gusto por el giro sorpresa final que se ha convertido en marca de la casa. Ahora llega a las carteleras la última película de Shyamalan, La trampa, cuyo tráiler parece contar demasiado sobre la trama, dando la sensación de que la posible “sorpresa” (la de un maduro Josh Hartnett ocultando su faceta como asesino en serie tras una adorable imagen de padre ejemplar) ha sido desvelada demasiado pronto. Pero es que, en esta ocasión, por encima de lo que se cuenta, prima el cómo se cuenta.

    El germen de la curiosa historia de La trampa, parece ser, nace de un auténtico operativo policial orquestado en diciembre de 1985, cuando se trató de dar caza a más de cien delincuentes a quienes se les había tendido una trampa en forma de invitación a un evento deportivo que estaría ampliamente vigilado por las fuerzas de la ley. En la cinta de Shyamalan el contexto es algo diferente, ya que el director aprovecha su nuevo estreno para que sirva de escaparate para su hija Saleka, una cantante de R&B que aquí interpreta a una estrella del pop que responde al nombre de Lady Raven y que recuerda sospechosamente a Taylor Swift. Por ello, la acción se desarrolla, durante los dos primeros tercios de película, en el interior de un recinto en el que miles de personas se han convocado para disfrutar de un concierto de la gran estrella del momento, una de estas jóvenes artistas capaces de llenar estadios. Allí acude Cooper (Hartnett), un bombero padrazo que acompaña a su hija adolescente, una entregada fan de Lady Raven, sin saber que el show en cuestión es, en realidad, un montaje ideado por la policía para darle caza, ya que, en realidad, se trata del buscadísimo asesino conocido como “El Carnicero”. La película comienza francamente bien, mostrando la estrecha relación entre Cooper y su hija, con la que se esfuerza en ir de “guay”, y cómo el amable rostro de este padre se va transformando en otro de preocupación conforme se va dando cuenta de que se ha metido en una ratonera. Josh Hartnett sorprende con una interpretación muy carismática, cargada de intensidad, logrando que el espectador se ponga en su piel. Consigue resultar simpático y encantador y, a la siguiente escena, aterrador y peligroso. Junto a él, la joven Ariel Joy Donaghue también está muy convincente como esa hija cada vez más aturdida ante el extraño comportamiento de su padre. Shyamalan se las apaña para alternar generosos números musicales del concierto de Lady Raven (había que mostrar lo completa que es Saleka como diva del pop) con la angustiosa situación de Cooper en el patio de butacas, sin por ello frenar la acción.

    Nos encontramos ante un ejercicio de suspense muy estiloso, del que conviene advertir que solo será plenamente disfrutable para quienes dejen la lógica y la credibilidad a un lado. El guion presenta un cúmulo de casualidades, situaciones que en otras manos habrían rozado el ridículo (aquí lo hace, pero se le puede perdonar) y resoluciones algo arbitrarias... Todo vale para que Cooper, como si del Gran Houdini se tratase, logre escabullirse, una y otra vez, de esos policías que, cada vez, estrechan más el cerco en torno a él. El director parece divertirse a lo grande con su nuevo artefacto de suspense, tan alocado que recuerda al Brian De Palma más desatado, el de En nombre de Caín (1993) o aquella Snake Eyes (1998) con la que comparte intriga en un escenario cerrado. Pero Shyamalan no recurre a elaborados planos secuencia como los de De Palma, sino que se limita, con esa maestría a la hora de mover su cámara, a seguir a su asesino por todos los recovecos del recinto del concierto, sorteando toda suerte de obstáculos. El tercer acto de La trampa es, sin duda, el más arriesgado, ya que el realizador parece entregado a la causa de rizar el rizo con cada nueva situación increible. Es entonces cuando Saleka encuentra su oportunidad para brillar también como actriz a medida que su Lady Raven se va revelando como una cajita de sorpresas. Sin ofrecer ninguna gran actuación, lo cierto es que la chica da la talla y aguanta bien el tipo ante Hartnett. Más anecdótica es la participación de una leyenda como Hayley Mills -la inolvidable niña Disney- como agente del FBI obsesionada con dar caza a El Carnicero. Y, cómo no, como ya nos tiene acostumbrados, el propio Shyamalan se reserva un papelito secundario que va más allá que los cameos que nos regalara el maestro Hitchcock en sus clásicos. Finalmente, La trampa queda como una artificiosa y muy lúdica obra menor en la filmografía de su director, que, no obstante, resulta mucho mejor que la mayoría de thrillers psicológicos que nos llegan cada año. Todo gracias a la personalidad única de un cineasta que ya no busca tanto sorprender a nadie como disfrutar rodando y hacer que su público pase dos horas de lo más divertidas (escena postcréditos incluida). Queda para la posteridad el villano que borda un inspiradísimo Hartnett, tan atormentado por los recuerdos de una madre castradora como el Norman Bates de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) y tan letal y escurridizo como el David de Dan Stevens de The Guest (Adam Wingard, 2014). ♦


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