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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El concurso de piano

    || Críticas | ★★★☆☆ |
    El concurso de piano
    Dominique Deruddere
    El trauma es una interpretación


    Yago Paris
    Madrid |

    ficha técnica:
    Bélgica. 2023. Título original: The Chapel. Director: Dominique Deruddere. Guion: Dominique Deruddere. Productores: Valérie Bournonville, Karin S. de Boer, Nils Dezaeger, Johanna Ghilain, Octavie Ide, Joseph Rouschop, Bart Van Langendonck. Productoras: Savage Film. Fotografía: Sander Vandenbroucke. Música: George Van Dam. Montaje: Louis Deruddere. Reparto: Taeke Nicolaï, René Vanderjeugd, Kevin Janssens, Ruth Becquart, Anne Coesens, Abigail Abraham, Tine Reymer.

    En una entrevista concedida a un medio televisivo, la joven y talentosa pianista Jennifer Rogiers (Taeke Nicolaï) es preguntada acerca de los motivos que la han llevado a escoger una pieza de Serguéi Rajmáninov para el prestigioso Concurso Internacional de Música Reina Isabel de Bélgica. La protagonista argumenta que lleva tocándola desde que es una niña, y que esta le recuerda al frío, porque su compositor era ruso. La entrevistadora asume instantáneamente que detrás de esa lógica reside el hecho de que a la músico le encanta el frío. Sin embargo, con la gelidez que la caracteriza, esta le espeta que en absoluto; de hecho, lo odia. Este momento aparentemente banal de El concurso de piano (The Chapel, Dominique Deruddere, 2023) condensa buena parte de las claves narrativas y dramáticas del filme. Por un lado, la escena anticipa el juego que se establecerá con la información dada y la capacidad del público para rellenar los huecos en base a lo esperable y a lo que la ficción le ha acostumbrado a esperar. Por otro, la elección de una pieza que esa persona asocia a algo que odia da buena cuenta del maltrecho estado psicológico en que esta se encuentra, así como su problemática relación con su pasado.

    El concurso de piano narra la historia de Jennifer, una joven que vive con su madre en Nueva York, y que viaja a Bélgica para participar en el citado concurso de música clásica. Tanto ella como su madre son belgas, y llevan años sin pisar su país de origen. Este viaje supone, por tanto, el reencuentro de Jennifer –quien viaja sola, sin la compañía de su madre– con su infancia. Aunque existe una tensión notoria entre la madre y la hija, aparentemente esta no va más allá de las habituales dinámicas paternofiliales, basadas en un excesivo control parental sobre las decisiones de sus hijos –una circunstancia en general normalizada por la sociedad a pesar del grado de presión, rechazo y dilución de la personalidad que estas actitudes pueden causar en la descendencia–. Al mismo tiempo, al tratarse de una aspirante a pianista profesional de música clásica, su nivel de rigidez se puede anticipar como la consecuencia ineludible de querer triunfar en un mundo de atroz competitividad. La presentación, por tanto, parece moverse dentro de los terrenos de cierta normalidad, por problemática que esta sea.

    Al mismo tiempo, algo parece no encajar, y esta idea se transmite principalmente a través de la puesta en escena. Aunque principalmente basada en ciertos lugares comunes academicistas, lejos de cualquier virtuosismo expresivo, el equipo de la película, liderado por el cineasta Dominique Deruddere, construye un conjunto de imágenes certeras, que tensionan los espacios a través de la utilización del cruce de líneas horizontales y verticales, de la adición recurrente de formas cuadradas –rígidas por definición–, y el encuadre dentro del encuadre, solución que en este caso funciona para enfatizar la sensación de enclaustramiento que sufre la protagonista, quien es encerrada en un conjunto de imágenes planas, donde el fondo parece aprisionarla contra la superficie de la imagen. El estatismo de la cámara pone el resto para lograr una puesta en escena que, sin necesidad de ser brillante, destaca de manera notable en un panorama cinematográfico como el actual, donde el canon cinematográfico y recursos tan sencillos y evidentes como los citados se menosprecian, cuando quizás deberían seguir considerándose como el mínimo imprescindible para narrar en imágenes.

    Sin embargo, donde más destaca el filme es en el citado juego con las expectativas. A su llegada a la mansión que acoge a los doce aspirantes al premio del concurso de música, conocido como The Chapel, la narración comienza a desvelar que lo que le sucede a Jennifer es algo más que una mera relación tensa con su madre. A través del uso de flashbacks, el padre –del que no se sabe nada en el presente de la ficción– aparece en escena, retratado como un borracho maltratador. A diferencia de otra película belga estrenada este año, Víctima imperfecta (Quitter la nuit, Delphine Girard, 2023), aquí los flashbacks no redundan en lo que ya se ha narrado en el presente, sino que son necesarios, habida cuenta del silencio y el bloqueo que la protagonista sufre. No obstante, lejos de utilizarse de manera estereotípica como mero desglose de acontecimientos cada vez más graves, los flashbacks aparecen para despistar, siendo cada vez más confusa la intención detrás de cada nueva inserción del pasado. Fragmentados y breves, los recuerdos apuntan al retrato perfecto de un abuso paterno sobre su hija, y esto sucede así en realidad por la herencia que el público arrastra de la ficción que ha consumido previamente al visionado de esta película. Un padre borracho y violento es automáticamente un violador en potencia, y es esta tensión la que provoca que la mente rellene los huecos. Sin embargo, el avance de la trama parece evolucionar hacia otro camino.

    Es aquí donde el filme alcanza sus cotas más provocadoras, tanto por ofrecer un discurso notablemente a la contra de las tendencias de nuestro presente, como por el grado de complejidad y turbiedad que el filme propone. Que nadie se lleve a engaño: el padre de Jennifer es un borracho maltratador, pero eso no lo convierte automáticamente en un pederasta. La cinta no suaviza en ningún momento el lado profundamente problemático y despreciable de este personaje; simplemente pone sobre la mesa una circunstancia que quizás requeriría mayor atención, y que está relacionada con la normalidad disfuncional nombrada al principio de este texto. En última instancia, el trauma de Jennifer parece más relacionado con el rol de su madre que con el de su padre, y eso se debe, en principio –pues el otro gran acierto del filme es no confirmar nada en lo referente al trauma del personaje– a la carencia de amor por parte de esta. La mujer es el habitual prototipo de madre que proyecta sus miedos y ansiedades sobre sus hijos, y que, en su buena intención de querer lo mejor para ellos, al final los acaba instrumentalizando, como si de prolongaciones de su personalidad se tratase. A esto se suma una mirada excesivamente rígida, donde solo parecen caber críticas y control, y donde los gestos de amor real escasean. En última instancia, Jennifer parece preferir un padre con momentos de auténtico terror, pero con tantos otros de auténtico cariño y cuidado, a una madre gris, crítica y controladora. Este momento de lucidez al confrontar, por fin, su pasado, la lleva a escribir su propio guion de vida, que permite darle forma a su experiencia traumática. Así, la joven interpreta que el foco de todos sus dolores infantiles en realidad fue su madre.

    Por si esto fuera poco, la película acaba con un último flashback de la protagonista, feliz con un juguete que le había regalado su padre. La escena parece transmitir la liberación catártica del personaje. La utilización de este flashback, previo a un final tan poco reconfortante, parece una provocación final, que parece buscar que el público sienta que esta historia evolucionará como tantas otras: al final el trauma se resuelve de manera explosiva pero completa, dando lugar a una transformación tan rápida como el chasquido de unos dedos. Si se rasca un poco más allá de la aparente paz de este último flashback probablemente se pueda intuir que la obra está problematizando la actitud de la protagonista. ¿De verdad es mejor un padre como este? En el fundido a negro que cierra la narración sobrevuela una duda final: ¿no será que la joven todavía no ha terminado de desenmascarar todos los recuerdos traumáticos de su pasado? En última instancia, una obra que transmite la sensación de tener un discurso telegrafiado de grandes dramas y soluciones sencillas resulta ser una obra profundamente desasosegante, todo ello sin que nada en ella transmita ninguna ambición superior a la voluntad artesana de hacer un buen trabajo. ♦


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