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Ibérico 2024
Silbidos para un amigo
Homenaje a Alejandro Pachón, director del Festival Ibérico
David Tejero Nogales
Alejandro Pachón Ramírez, director del Festival Ibérico de de Cinema de Badajoz durante veinte años, falleció el pasado 13 de abril.
Yo diría que silbar es cosa de otros tiempos, o más bien una cosa de nuestros mayores. Recuerdo a mi abuelo silbar o tararear constantemente músicas de todo tipo o estilos, incluso tintinear con los nudillos en las mesas o en las puertas para acompañar a su peculiar orquesta. He sido silbarín desde pequeño, como mi abuelo, porque no recuerdo haber oído silbar nunca a mi padre. Silbaba sobre todo música de películas. Las orquestas de cine solían tocar en directo la famosa Marcha del Coronel Bogey por medio de los silbidos, creando una especial sinergia con el publico que entonaba al unísono el famoso tema de El puente sobre el rio Kwai. El silbido más famoso del cine, sin duda, el de Kurt Savoy, que se paseaba por los platós de televisión susurrando en directo la inmortal melodía de El bueno, el feo, y el malo. A quien si he escuchado muchas veces silbar y cantar es a Alejandro. Existe algo arcano, escondido, alineado en los siseos que me hace recordar a mi amigo del que seguramente he mantenido y prolongado mi pasión por los silbidos de cine. Alex silbaba mucho el Burning bridges (Quemando Puentes) de Lalo Schifrin, incluso le llegó a dedicar un capítulo en uno de sus libros. Según sus propias palabras una canción a medio camino entre el himno militar y el pop de la costa californiana, con evidentes influencias de Mamas and the Papas y Beach Boys. El tema aparece en la película Los violentos de Kelly (1971). La otra tarde, una perturbadora tarde de tormenta, quise volver a verla. Entonces brotaron tempestuosas las palabras de ilusión y conocimiento escritas por Alex en aquel libro. Una película anacrónica que parecía proyectar una época sobre otra. Soldados de la Segunda Guerra Mundial que se comportaban como en una película del Vietnam. En pleno auge del movimiento hippie personajes como el de Donald Sutherland abogaban por el flower power y un marcado antimilitarismo. Hay una secuencia, rodada desde el punto de vista subjetivo de los tanques, que anticipaba los video juegos tipo Call Of Duty. Alejandro era un gran aficionado a este tipo de juegos, más bien de los shooter o juegos de guerra para PC, creo que nunca se sintió cómodo interactuando con las modernas Play Station o consolas de Nintendo o Xbox, pero le encantaba disparar y recrear tácticas de guerra.
El primer recuerdo que guardo en mi memoria de Alejandro es la de ese hombre con bigote que todos los viernes acudía al cine para ver el estreno de la semana. Solía observarlo desde la barandilla metálica que daba acceso a la sala charlando con mi padre en el vestíbulo. Tanto en el cine Pacense, como el Teatro Menacho o López de Ayala, su presencia despertaba un mi un especial interés. Una vez me regaló una cinta de casete donde estaban grabadas las bandas sonoras de Resplandor en la Oscuridad (Michael Kamen), Instinto Básico (Jerry Goldsmith), y Chaplin (John Barry). Los tracks venían escritos a bolígrafo azul en una doblada hoja de cuadriculas. El azul es un color que evidencia un potente grado de nostalgia y tristeza. El azul es el color de la melancolía. Una vez me llamó exaltado, entre contento y nervioso, un sábado por la tarde del mes de mayo. Amenazaba tormenta. Los truenos repicaban en el firmamento con mayor furia de lo habitual. Yo acababa de dejarlo con una ex, estaba un poco deprimido por entonces. David, estoy escuchando 37º 2 le matin de Gabriel Yared, y parece el dibujo perfecto de nuestro apocalipsis. Los dos acabamos en su casa, escuchando vinilos, mientras nos tomábamos unas cervezas compradas en el chino que había debajo de su portal. Curiosamente el titulo en ingles del film de Jean-Jacques Beineix es Betty Blue. El azul cómplice y compañero de esa extraña melancolía. Azul era también la portada de su segundo libro, con el fotograma de la película Blue Velvet de David Lynch.
De alguna manera Alejandro era el eslabón perdido de una generación de cinéfilos con sensibilidades especiales para ver, oír y entender el cine. Era una persona escurridiza, tímida, que huía de las masas y aglomeraciones para ganar, y mucho, en las distancias cortas. Fiel a la barra de un bar, al whisky, antes de tener que abandonarlo, a las novelas de Stephen King, y a las películas bélicas y del oeste. La ciudad, el casco antiguo se siente vacío sin su presencia. Me cuesta no coger el teléfono al acabar una película para comentarle cualquier cosa o detalle. Las conversaciones telefónicas se alargaban horas, de un titulo a otro, mudábamos la piel de toda clase de películas. La mayoría de las bélicas eran recomendaciones suyas o que yo le pedía expresamente. Un verano devoré un ciclo entero: La fortaleza, El puente de Remagen, Yo fui el doble de Montgomery, Un puente lejano, Llanura roja, Mercenarios sin gloria o La ley de Murphy. Su intuición, y buen gusto, estaban más allá de su magisterio. Nunca asistí a sus clases como profesor de universidad, labor a la que dedicó mas de un tercio de su vida, sin embargo, desde bien pequeño, me he considerado alumno suyo.
El padre de Alejandro era trabajador de las líneas ferroviarias, por eso para viajar elegía el tren antes que cualquier otro vehículo de transporte. Su amor por los trenes seguramente guardaba bellas correspondencias con el cine. En las mejores películas el tren es síntoma de amor y de despedidas. No en vano los museos de cine guardan bajo llave secuencias inolvidables con el tren de protagonista. Pienso en la hermosa transición de Érase una vez en América, en donde el paso del tiempo suena al Yesterday de Los Beatles y a Morricone. O en la llegada de Jill (Cardinale), a la estación en Hasta que llegó su hora con ese travelling fastuoso que cristaliza dos mundos; el antiguo (el viejo Oeste), y el progreso (las obras del tren). Dos planos fílmicos que se miran entre sí, como lo hacen otras muchas escenas con trenes de por medio. El adulterio de los amantes de Breve encuentro o de Estación Termini, o largometrajes con trenes repletos de acción y de aventuras, véanse El tren, el mejor homenaje jamás filmado a los trabajadores ferroviarios, o las emocionantes Último tren a Katanga -esta le chiflaba a Alejandro–, Testigo Accidental o El tren del infierno.
Citemos otro pasaje de Los violentos de Kelly como colofón de esta humilde despedida. Pensemos en la escena del campo de minas en la que el grupo protagonista lucha contra un comando alemán. Mueren todos los alemanes, pero lo que realmente importa de la secuencia es la muerte de dos de los soldados americanos, derribados al estallar una de las minas. La cámara de G. Hutton se aleja del lugar centrándose en el cariacontecido rostro de Telly Savallas. A continuación, a través de los prismáticos, apreciamos un zoom acelerado hasta detenerse en las manos de los soldados caídos en la arena. Al compás suena un bellísimo y afligido tema con solos de armónica, como si fuera un réquiem por los muertos, que peina la escena dándole un aura de compasión y camaradería masculina. Las ruinas de ese instante se convierten en un motivo trágico con vestigios musicales. Pese a gustarle mucho, Alex era más de tocar la guitarra que la armónica. Solía deleitarnos muchas veces con el Tema de Claudia escrito por Eastwood para Sin perdón. Como decía no eran mas que cuatro o cinco acordes sencillitos de profunda crepuscularidad. La guitarra en casa de los Pachón ha sido un elemento principal para amenizar reuniones de familiares y amigos. La música era un ingrediente casi mágico en sus vidas. Nos acompañará siempre.
El FIC cumple ahora 30 años. Una cifra redonda. Y tenemos que afrontarlo con la peor de las ausencias. Alejandro ha sido no solo nuestro motor, sino nuestro hombre de confianza, nuestro líder y consejero. Su silueta preside el cartel de esta nueva edición del festival. Una efigie proyectada sobre la pantalla blanca que atraviesa los mares del tiempo, como esa y tantas otras pantallas pasaron por sus ojos. Toca sobrevivir, reconstruir y seguir hacia delante. Un punto de inflexión, o mejor un largo intermission hasta levantar de nuevo el telón y aplaudir o silbar todos juntos en su memoria.
Hasta siempre, amigo mío