|| Críticas | Karlovy Vary 2024 | ★★★★☆ |
MaXXXine
Ti West
Placeres (a)morales
Aarón Rodríguez Serrano
ficha técnica:
Estados Unidos, 2024. Título original: MaXXXine. Duración: 114 minutos. Dirección, guion y montaje: Ti West. Música: Tyler Bates. Dirección de fotografía: Eliot Rockett. Casting: Jessica Kelly. Intérpretes: Mia Goth, Elizabeth Debicki, Moses Sumney, Michelle Monaghan, Bobby Canavale, Kevin Bacon.
Estados Unidos, 2024. Título original: MaXXXine. Duración: 114 minutos. Dirección, guion y montaje: Ti West. Música: Tyler Bates. Dirección de fotografía: Eliot Rockett. Casting: Jessica Kelly. Intérpretes: Mia Goth, Elizabeth Debicki, Moses Sumney, Michelle Monaghan, Bobby Canavale, Kevin Bacon.
La vieja idea del tiempo interno de cada plano —teorizada desde la modernidad de Bazin o desde el posestructuralismo de Deleuze, tanto da— muestra su capacidad para moldearse en torno al terror en las primeras películas de West: tanto La casa del diablo (The House of the Devil, 2009) como Los huéspedes (The Innkeepers, 2011) se hacían grandes precisamente en la errancia, el corte demorado, una sensación de malestar perpetuo que ocurría siempre a partir de la espera y la anticipación. Sin embargo, a medida que West ha ido ganando seguridad en su propia escritura —y dinero para rodar, no lo olvidemos—, ha parecido encontrar mayor facilidad para planificar, medir y montar. Se ha ido ganando una voz narrativa al mismo tiempo que realizaba una suerte de conquista de la edición, del choque entre planos.
En esta dirección, la trilogía que acaba de clausurar es a la vez la cima de su carrera y la confirmación de que se trata de un perfecto ebanista de la imagen. Puede que X (2022) confirmase su pericia a la hora de realizar choques visuales y cortocircuitos rítmicos como un auténtico médium, un director de orquesta dotadísimo para la construcción narrativa. Puede también que Pearl (2022) sea por derecho propio uno de los pastiches más amargos, sabios y más afectivamente poderosos que ha dado el cine contemporáneo. En MaXXXine confirma finalmente que sabe perfectamente confiar y divertir al público, volcando todo lo anterior en una divertidísima montaña rusa que hará aullar de placer a los amantes del género. Es una suerte de regalo, un reconocimiento a sus seguidores, un capricho nada culpable que cierra la trilogía como nadie lo esperaba: a partir de una banalidad bien entendida que hace del intertexto su plato fuerte.
Ciertamente, la dislocación de la trilogía es tan asombrosa —y molestará tanto a sus detractores, sin duda— que parece hasta poner en crisis la vieja idea del análisis fílmico que señala que el principal valor de una obra debe medirse en términos de coherencia. En efecto, las tres películas no encajan de ninguna manera: ni visualmente, ni temáticamente, ni narrativamente. Y, sin embargo, hay una suerte de hilo conductor que las atraviesa de punta a punta, la sensación inaprehensible de que Ti West sabe perfectamente hacia dónde conduce la aventura: hacia la reescritura crítica, no demasiado seria, no demasiado apasionada, no demasiado elevada, de la Historia del Cine. En un momento de crisis industrial y social para el séptimo arte como el que estamos viviendo, West se encoje de hombros y nos abraza cuidadosamente: no podemos tomarnos tan en serio o acabaremos perdiendo la perspectiva sobre el objeto de nuestro amor.
Por supuesto, MaXXXine se levantará en torno a tres citas mayores: eso que se ha venido llamando sin demasiado rigor el «western crepuscular», Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960) y el terror de los ochenta. A poco que lo pensemos, la trayectoria se traza sin esfuerzo: la caída de la mitología de los grandes estudios, la irrupción de técnicas televisivas que desembocarían en la Serie B y la negación final del celuloide como elemento privilegiado del cine de Hollywood. Demolición absoluta de los elementos que configuraban ese fantasma, esa entelequia que llamábamos «la magia del cine»: la sala, el star system, el mito originario norteamericano. Ti West dispara a matar, pero lo hace sin nostalgia: simplemente pone un clavo más en el ataúd de las viejas concepciones cinéfilas que hemos heredado de nuestros mayores y sedimenta las de nuestra propia generación. Los que vienen detrás de nosotros ya andan con el Glitcheado y no tardarán en añorar los neones y los colorinchis horteras de Jane Schoenbrun, pero hasta que llegue su tiempo para envejecer, nuestro confesor y nuestro reclinatorio sigue quedando en el territorio de Ti West.
También hay un mérito extrañísimo en MaXXXine que generará no pocos escozores entre gran parte de su público: su función como espejo deformante del puritanismo que reina en ciertos sectores intelectuales en nuestros días. Lo incontrolable del sexo, del puro acto sexual, sigue levantando ronchas y la propia imagen sufre de ese placer por la legislación que ha dominado los discursos sobre el cuerpo (especialmente aquellos que sacaban pecho de «progresismo») en las últimas décadas. Ante un cine mainstream que ha expulsado los cuerpos y su placer del territorio de la representación y que parece incluso avergonzarse en ocasiones de lo que pueda ocurrir entre las sábanas de sus protagonistas, Ti West se niega a juzgar ni a jugar al tren de la bruja moralista para mostrar claramente una posición incómoda, fea, peligrosa y sutil. No hay condena ni sublimación de los ochenta, de sus locales infectos y sus industrias difusamente (i)legales. Aquello ocurrió porque ocurría dentro de los cuerpos y en los discursos sobre los cuerpos y su película recoge todo aquello, quizá simplemente para que no lo olvidemos con facilidad. De nuevo, vuelvo al comienzo, Ti West confía en la responsabilidad de su público para que cada uno pueda sacar sus conclusiones y trazar su propia línea entre la representación y la realidad, la historia y la política, el deseo y la opresión… y su película y la vida, claro.
Hay pocas dudas de que West es uno de los directores más interesantes del cine actual. El reto que nos plantea es, precisamente, el de intentar levantar un pensamiento y una precisión analítica que esté a la altura de las películas que se empeña en seguir filmando. En 2024 se ha desprendido de la tremenda belleza que tenía el guion que escribió junto a Mia Goth y nos ha regalado un juguete divertidísimo con los bordes oxidados para que nos cortemos los dedos con sus filos. Reivindiquemos, por lo tanto, el dolor de su gesto. ♦