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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Los hiperbóreos

    || Críticas | ★★★★☆
    Los hiperbóreos
    Joaquín Cociña, Cristóbal León
    Nazis y razas superiores


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Chile. 2024. Título original: Los hiperbóreos. Dirección: Joaquín Cociña, Cristóbal León. Guión: Alejandra Moffat, Cristóbal León, Jozquín Cociña. Actores: Antonia Giesen, Francisco Visceral, Jaime Vadell. Productora: Globo Rojo, León&Cociña Films. Producción: Catalina Vergara. Fotografía: Natalia Medina. Montaje: Catalina Sandoval, León, Cociña, Paolo Caro Silva. Arte: León, Cociña, Natalia Giesse. Sonido: Claudio Vargas. Música: Valo Sonoro. Duración: 62 minutos.

    Los hiperbóreos es una experiencia cinematográfica excepcional y sorprendente, incluso para quien conozca el cine del dúo León-Cociña, autores de una extensa filmografía en cortometraje que ya se consagró con su anterior largo, aquella fábula oscura, negra, perversa de La Casa Lobo continuada en el corto Los huesos. Su cine es exclusivo, no conozco cineastas que utilicen la animación de una manera tan siniestra y fantasmagórica como ellos. Si se puede, y por buscar alguna referencia que sitúe al espectador, sus historias y su concepto visual para presentarlas emparentarían con las bizarras composiciones de Bertrand Mandico, pero su obra, dentro de participar del fantástico, se escapa por derroteros mucho más reconocibles del cine político con componente psico y sociológico, porque en su punto de mira se encuentra Chile y su pasado, no sólo el más reciente. Sus animaciones cercanas a la "stop motion", en esta ocasión, se mezclan con imágenes reales y dibujos animados. La película se acerca a una especie de caja china cuya apertura conduce a otra, y así sucesivamente. Las historias van acumulándose y superponiéndose para, poco a poco, irse cerrando sin que, realmente, podamos decir que hemos llegado al final de ningún camino en apenas una hora de trayecto muy intenso.

    La primera caja la abre Antonia Giesen, la actriz de origen chileno-alemán y su necesidad de hablar de sí misma. Esa caja se encuentra dentro de otra mucho más grande, mezcla de escenario, set de rodaje, almacén, mezcla de atrezos donde todo va acumulándose. La caja de Giesen da pie a la caja Miguel Serrano, a la caja Jaime Guzmán, a la caja hiperbórea, a las teorías supremacistas, a la caja Pinochet-nazismo, a la caja de un pasado reciente y cuando todas se van abandonando en un momento determinado llega el momento de poner la tapa de la última, que vuelve a ser la primera y volvemos al punto de partida, mientras, el espectáculo visual y conceptual desplegado ante nosotros abruma, interesa y sobrecoge por partes iguales. Giesen necesita explicar y explicarse, su personaje se desdobla en ella misma y su heterónima como muñeco, incluso hasta como carabinera. Hay una película inexistente que fue robada antes de editarse y cuyas imágenes originales desaparecieron sin copia alguna, contar esa historia y esa falta justifica hablar de lo que no existe para que algo sobreviva de ello, pero abierta la caja de la pérdida y el olvido, Giesen se ve obligada a contar su vuelta a Alemania y su encuentro con unos padres que desfallecen por el paso del tiempo, un cierto olvido y la necesidad derivada de la dependencia.

    Sea por el doble componente psicóloga-actriz de Giesen, por su doble condición de chilena-alemana, la película gira hacia la mitología nazi en una explicación de las teorías supremacistas que estos movimientos siempre ensalzan, en este caso desde Chile, donde el caldo de cultivo post 1973 propiciaba la insana búsqueda de una autojustificación en el mantenimiento y origen de una élite criminal anclada al poder. Así se llega a la obra de Miguel Serrano, una persona tan inteligente como falsamente visionaria con un objetivo, y al antihéroe de Jaime Guzmán, uno el arquitecto de una teoría de seres superiores que se desarrollaron en la Antártida chilena como exponente de la raza superior e ideal del objetivo pinochetista, otro como representante del pragmatismo de la dictadura para perdurar incluso dentro de un regreso de la democracia mediante la realización de una constitución a la medida; dos personas que, en el fondo, buscan apuntalar el régimen desde concepciones muy opuestas pero complementarias. La teosofía de Serrano apunta hacia concepciones iluministas de escaso apoyo y recorrido pero soportadas y seguidas por el fanatismo de la credulidad; el pragmatismo de Guzmán es el del poder capaz de regenerarse para hacer pasar la paja por trigo.

    Ahí queda el apunte, ninguna de las líneas abiertas por los directores culmina en una conclusión o un alegato, son apuntes, ideas, realidades de un país complejo que se enfrenta a su futuro sin superar el pasado. El pinochetismo de aluvión queda aparcado por la historia personal de Giesen, o por las controversias creativas de los propios directores (no hay que olvidar la colaboración de su guionista habitual, Alejandra Moffat), ellos mismos personajes de su propia película en unas recreaciones visuales compuestas por sus cabezas encima de una especie de caballetes con brazos de madera. La película, que comienza ordenada, se dispara en múltiples caminos y direcciones. En personajes muy exclusivos de la historia reciente de Chile, en los que, sin embargo, se apuntan conexiones de presente muy inquietantes. Las teorías filonazis de Serrano son tan reconocibles en el actual auge de las ideas de extrema derecha y movimientos negacionistas, conspiranoicos e intoxicadores del presente como las ideas económicas de Guzmán y los economistas de las dictaduras latinoamericanas del último cuarto del siglo XX un experimento para las nuevas hordas neoliberales criadas en Chicago que apuestan por la liquidación del Estado tras saquear y enriquecerse del Estado. Nunca las exageraciones demostraron tan a las claras que detrás de una idea imaginada existe un poso de verdad. En este caso terrorífico. ♦


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