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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Fuera de temporada

    || Críticas | ★★★★☆
    Fuera de temporada
    Stéphane Brizé
    Hotel de frío y nieve


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid |

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Título original: Hors saison. Duración: 115 min. Dirección: Stéphane Brizé. Guion: Stéphane Brizé, Marie Drucker. Música: Vincent Delerm. Fotografía: Antoine Heberlé. Compañías: Gaumont, France 3 Cinéma. Reparto: Guillaume Canet, Alba Rohrwacher, Sharif Andoura, Lucette Beudin.

    Un coche, rodado en un plano general con angulación cenital, avanza por una carretera que, al estar limitada por el encuadre, da la sensación de ser infinita. Por corte, se pasa a una secuencia en la que las imágenes de una playa vacía, con algo de nieve en la costa, la arena mojada de frío y el vacío como único visitante, se alternan con las de un conjunto de casas, cuya radical paleta de colores está formada exclusivamente por el blanco y el negro, que transmiten de forma eficaz la parsimonia monocorde que gobierna la atmósfera del pueblo del que forman parte. Después, irrumpe en pantalla una toma descriptiva en la que la cámara hace un lento travelling horizontal alrededor del hotel en el que se va a desarrollar todo el primer acto de Fuera de temporada, la nueva película de Stéphane Brizé, con la que compitió en la pasada edición del Festival de Venecia. El edificio en cuestión está cargado de un minimalismo que pretende ser elegante, pero que, a poco que sea contemplado durante unos segundos, transmite una sensación de agobio, de asfixia, de encierro, que nada tienen de cómodo, ni de relajante. Se construye, pues, en los primeros segundos de metraje una asombrosa paradoja que no hace sino advertir lo que está por venir: el laborioso empeño que, se intuye, ha puesto el diseñador del lugar para que sus huéspedes alcancen allí el nirvana del relax se ve saboteado por su propio afán.

    Algo parecido le sucede a Mathieu (Guillaume Canet), el protagonista, un actor en plena crisis que, por culpa de una ansiedad incontrolable provocada por el miedo escénico, ha abandonado su debut en el teatro a apenas pocos días del estreno y que, por ello, ha acudido a un hotel en temporada baja para descansar. Su idea es pasar desapercibido, desconectar por completo del mundo exterior, leer los guiones que le han enviado para decidir su próxima película y, como es obvio, disfrutar de la soledad que el sitio le puede ofrecer: durante los primeros veinte minutos de película, se dedica a dar paseos por unos pasillos helados de deshumanización, a observar la geometría aséptica de la recepción, a comer en silencio en un restaurante que nada tiene de acogedor, a lanzar su mirada al abismo del mutismo de su habitación. La poca gente con la que se cruza en el día a día no deja de reconocerle y el cargo de conciencia que siente por haber dejado a todo el equipo del teatro tirado le provoca ataques de pánico que sólo consigue paliar charlando por teléfono con su pareja.

    Brizé impone un distanciamiento casi inexpugnable entre el espectador y el personaje a través de una puesta en escena desnuda, compuesta, en gran medida, por planos generales y estáticos —que a menudo dejan parcialmente fuera del encuadre a Canet— que estira en el tiempo hasta asegurarse de que irradian una sensación de estatismo, de claustrofobia, que bordean los límites de la incomodidad. Así, el director consigue no tanto encerrar el vacío en unas imágenes exigentes que, lejos de ofrecer impulsos estéticos de raíz burguesa que se sostienen sobre los hombros del lujo del hotel (básicamente, lo que hacía Ostlund en El triángulo de la tristeza) o de fabricar en su interior un entorno cálido que invite a la contemplación, desprenden tedio por cada uno de sus poros, como convertir ese vacío y ese tedio en los principales materiales de construcción de su propuesta. La película, por tanto, surge de una paradoja que niega el resto de posibilidades expresivas por las que esta podría decantarse. El protagonista, buscando soledad y aislamiento, decide visitar una playa desierta y helada cuya piel de arena hace tiempo que no es rozada por los rayos del sol, pero, cuando esa soledad y ese aislamiento se vuelven en su contra, no hay ninguna actividad que pueda hacer para huir de ellas. El motivo del viaje era reencontrarse consigo mismo, pero el espacio que él creía idóneo para ello pronto se devela hostil.

    Así, por pura casualidad, termina cruzándose en el pueblo con Alice (Alba Rohrwacher), una antigua exnovia con la que compartió grandes momentos, pero a la que no veía desde hacía años. A partir de aquí, se abre una grieta en Fuera de temporada que no hará sino aumentar a medida que el metraje vaya avanzando y los personajes vayan reconstruyendo la relación que terminó de forma fulminante décadas atrás. De nuevo, la paradoja se agranda: Mathieu que, había venido al hotel para cerrar las pequeñas heridas del pasado más reciente, acaba viendo cómo la gran brecha, mal cicatrizada, del pasado lejano que le recorría la espalda vuelve a sangrar. Alcanzado el ecuador de duración, la cinta se rompe por completo y los cristales rotos de un amor que late bajo las máscaras de contención que los personajes se niegan a quitarse terminan esparcidos por la pantalla, incitando a los integrantes de la platea a que reconstruyan el puzle de dolor que arde en silencio frente a sus ojos y a que rellenen con sus propias vivencias las partes que faltan. Todo filmado con una contención escénica que roza lo ascético y que no hace sino crear una nueva paradoja. ♦


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