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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | En tierra de santos y pecadores

    || Críticas | ★★★★☆
    En tierra de santos y pecadores
    Robert Lorenz
    Vigilantes del Western


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    Irlanda, 2023. Título original: In the Land of Saints and Sinners. Director: Robert Lorenz. Guion: Terry Loane, Mark Michael McNally. Productores: Markus Barmettler, Bonnie Timmermann, Kieran Corrigan, Geraldine Hughes, Philip Lee, Terry Loane. Productoras: Facing East Entertainment, RagBag Pictures, London Town Films, Saga Film, Bleiberg Entertainment. Distribuida por: Vertice Cine. Fotografía: Tom Stern. Música: Diego Baldenweg, Lionel Baldenweg, Nora Baldenweg. Montaje: Jeremiah O´Driscoll. Diseño de producción: Derek Wallace. Diseño de Vestuario: Leonie Prendergast. Dirección de Arte: Kieran McNulty. Reparto: Liam Neeson, Kerry Condon, Jack Gleeson, Ciarán Hinds, Colm Meaney, Desmond Eastwood, Conor MacNeill, Bernardette Carty, Niamh Cusack, Michelle Gleeson.

    En los últimos años el actor Liam Neeson parece sentirse cómodo habitando los márgenes de ese cine de acción próximo a las tradicionales películas de vigilantes o (anti)héroes vengadores. Existen elementos adicionales que pueden completar el paralelismo. Por una parte mantiene interesantes diálogos con la mitología clásica del establishment, un paisaje, el de la industria, cuyas estrellas acaban por reconfigurarse en arquetipos comerciales que insuflen una segunda vida a sus carreras. Por otra, los patrones de un cine especifico se ajustan, no solo a su medida, sino a un reconocible imaginario. Pasan a definirse como películas propias independientemente de los autores que las dirigen. La colateral, o incluso accidental creatividad de tales producciones subrayan las hipótesis de un cine estructural con ciertas dosis de estilo. Una cinematografía difusa, sobre la que construir idearios interesantes. No es difícil emparentar a este Neeson con actores planetas que orbitaron con eficacia alrededor de un noir revisado, desde John Wayne a Charles Bronson, pasando por Clint Eastwood o Denzel Washington. La continuidad, en cierta medida, de un cine policiaco o western que module y tergiverse los cánones del antiguo cine de estudios. Un género por si solo, casi siempre en estrecha relación con los cambios de paradigma social y contexto histórico.

    Esto no dirime las polémicas de aquellos tiempos en donde el ojo por ojo no contenía trampas morales pero sí, y muchas, connotaciones ideológicas. Charles Bronson sin duda alcanza a ser el representante de ese estilo urbano, salvaje, de ciudadanos corrientes, que tan bien explotó el fenómeno Death Wish. Toda la corriente reaganiana posterior empañaría el verdadero sentido de este tipo de relatos. Los héroes del inicio eran ciudadanos normales que se veían abocados al aislamiento. Más tarde los héroes desarrollarían músculos y pasarían a ser invencibles en un modelo superheroico de banderas. Stallone, y todos los demás, Schwarzenegger, Seagal, Lundgren, pasarían a formar parte de ese equipo alternativo. En los setenta los personajes eran hombres rotos, descompuestos física y emocionalmente por los horrores de la guerra, sobre todo Vietnam, véanse El ex-preso de Corea, o la primera de Rambo, como embriones o patrones esenciales. Los propios Burt Reynolds y Clint Eastwood manifestaron la imagen del héroe a su pesar: hombres no alineados que fenecen ataviados por las circunstancias. Precisamente la notable En tierra de santos y pecadores (Robert Lorenz, 2023), última película de Neeson que se estrena en nuestra cartelera, evoca con carácter y elegancia a esa clase de héroe, y especula a su vez con la imagen del mito de Clint Eastwood como actor.

    No es ni mucho menos casualidad que Lorenz, artífice de la película, haya sido durante años director de segunda unidad y ayudante del propio Eastwood, y que lo dirigiese en la correcta, pero inferior Golpe de efecto (2012), lucimiento personal para el actor de Por un puñado de dólares. Esta consigna reabre el debate acerca de las intenciones de potenciar un tipo de cine tradicional, de evasión con actores carismáticos en el proyecto. Neeson contribuye en gran forma a relacionar ambas figuras. Un papel que hubiera sido perfecto para el Eastwood de hace veinte años. Héroes o cowboys aislados, solitarios, errantes, con un profuso sentido de la justicia y del deber. En la película que nos ocupa, Neeson interpreta a un asesino a sueldo que vive oculto en un pueblo costero irlandés. Ambientada en los años 70, en pleno auge del terrorismo del IRA, y en el marco de la inestabilidad política, el filme saca provecho del relato obviando meterse en cenagales más intensos, consciente de su condición de género. La honestidad en el estilo y formas de Lorenz es lo que hace mucho más atractiva la propuesta. En tierra de santos y pecadores supone la segunda colaboración de este director con Neeson, tras El protector (2021), y augura una estrecha sinergia entre los dos en clave de un cine directo, monolítico, pensado para entretener, pero con bellas aristas sobresaliendo.

    El argumento es de sobras conocido, pero lo mejor son esas pequeñas islas que cohabitan con otros cines, desde el thriller con terrorismo: Réquiem por los que van a morir, El clan de los irlandeses, Volar por los aires, el Noir, las historias policiacas, y sobre todo el Western. Porque En tierra de santos y pecadores es quizás la forma de western más sincera y directa que podemos encontrar. Lorenz pivota mirando al horizonte -la silueta de Finbar/Neeson fundiéndose con el verde paisaje irlandés-, y filma un western amargo, romántico y crepuscular. La música también da pistas y sitúa los conceptos fundacionales del género. Una partitura dinámica y variada en temas con ribetes de música celta e irlandesa y un tono spaghetti de ecos morriconianos, abrazando con descaro y diversión una narrativa de influencias culturales próximas al cine de pistoleros. Diego Baldenweg compone una música omnipresente con mucho espacio en el recorrido del filme. Destacar la armónica blues solista que sin duda reinterpreta el clásico tema de Bronson en Hasta que llego su hora. Lo dionisiaco se rompe a favor del héroe apolíneo, seductor y buen amigo, que oculta su verdadera identidad. Cada una de estas mutaciones imaginan una ventana abierta al subgénero con dispositivos fieles al espíritu folklórico del western.

    Por supuesto el cúmulo de referencias no cesan; el acercamiento de Finbar con una niña del pueblo articula otro espectro legítimo acerca del western con niños. En tierra de santos y pecadores evoca la naturaleza del archiconocido Shane aunque se mira más en el espejo fantasmático de su homóloga El jinete pálido. La relación pistolero y niños es algo que han tocado la mayoría de las estrellas del western, ya tenemos a Eastwood pero además John Wayne (Valor de Ley), Gregory Peck (Círculo de fuego), o Alan Ladd (La mencionada Raíces profundas o El rebelde orgulloso), fueron importantes testigos de este tipo de personajes. La puesta en escena transmite la dualidad entre los escenarios naturales y espacios abiertos con la radiografía cotidiana de los pueblos, con sus bares, tabernas, gasolineras y tiendas. La iluminación y texturas se benefician del excelente trabajo de Tom Stern, fotógrafo de confianza en la mayoría de las películas dirigidas por Eastwood. El tono y empaque del conjunto supera con creces la media de los últimos filmes protagonizados por el actor de La lista de Schindler. Se respira un aroma de cuidado clasicismo. Pese a ciertos e inevitables estereotipos, atribuibles a este tipo de producciones, la película se esfuerza en transitar el melodrama gracias a las relaciones interpersonales con muchos de los personajes secundarios del relato. Sobresalen las conversaciones y amistad entre Finbar y el policía encarnado por Ciaran Hinds, con alusiones y citas literarias al Crimen y Castigo de Dostoievski, o la que Neeson tiene con su melómano y sanguinario compañero (Jack Gleeson), que recuerda a la típica conexión maestro/discípulo de la bronsiana Fríamente… sin motivos personales (1972). La cercanía con sus vecinos, y los esfuerzos de Finbar por sembrar semillas sin que estas crezcan supone una metáfora de esa imposibilidad de echar raíces. En ese aspecto el héroe no pertenece a ninguna parte, su hogar es la senda misma de su destino. El remordimiento por la muerte de su esposa carga en la conciencia del asesino arrepentido, mientras en el otro bando percibimos a su némesis, la terrorista con ligeros toques psicopáticos que recuerdan a los papeles otras veces reproducidos por Tommy Lee Jones (Volar por los aires, Alerta máxima, etc.…). La estupenda actriz Kerry Condon enfoca a una villana no exenta de dureza, manteniendo un intenso tour de force junto a Neeson.

    En definitiva, En tierra de santos y pecadores es una película recomendable que difícilmente defraudará a los amantes del género. Además, como no podría ser de otra forma, desemboca en un disfrutable y espectacular duelo final en el interior de una taberna. Tiroteo rodado con pericia por Lorenz y su montador. Estampas comunes del western en donde las músicas balancean entre lo extradiegético y lo incidental, otorgando a la escena una bella aura de tristeza y muerte. ♦


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